Desde el Pacífico, nuevamente Jacobo

Con Colombia en el mapa como punto de partida obligatorio, llega una nueva entrega de El Cuy Jacobo. Iván Benavidez continúa la saga con La lágrima del Pacífico, una aventura que Raúl Trujillo analiza en detalle para Revista Blast ¿Hacia dónde partirá esta nueva epopeya colombiana?

Titánica. Esa podría ser la palabra más ocurrente para definir la iniciativa de crear una serie periódica de historietas fantásticas. Historietas que nacen de una mente prolífica y, al mismo tiempo, de una vocación pedagógica por pretender usar el dibujo como medio para jugar con el pasado sin alterar La Historia. Todo ello en un país poco inclinado a valorar las propuestas graficas narrativas. Pese a eso, en estos tiempos que corren, la apertura de las editoriales está configurando el entorno -otrora de apatía- para abrir espacios que los amantes de los trazos, reclamaban con insistencia.

Sin temor a caer en sentencias precipitadas, se puede confirmar que esas voces han tenido resonancia. En la actualidad, los historietistas se esfuerzan por poner a Colombia en el mapa de la novela gráfica. Tal cual, con La Lágrima del Pacifico (Norma, 2022), de la serie El cuy Jacobo, Iván Benavides —Ivanquio— nos embarca hacia lugares insospechados de la mano de sus entrañables personajes. Sitios en los que, al mejor estilo Indiana Jones, estos deben sortear situaciones extremas y malvados ambiciosos dispuestos a apoderarse de las reliquias a las que están comprometidos a proteger. La comparación es pertinente si se tiene en cuenta que el volumen que hoy abordamos es la secuela de El cuy Jacobo y El Tesoro de Quillacinga (Norma,2020), la cual contaba con una estructura similar y que, si bien recordamos, fue la reedición de la publicación original de 2012 publicada por Editorial Robot; producto a su vez de la tesis de grado de Iván en la Universidad Nacional de Colombia.

La lágrima del Pacífico, nuevas aventuras del Cuy Jacobo que atraviesan puntos geográficos colombianos.

Luego de algo más de dos años, se demuestra que Iván se toma un buen tiempo para confeccionar un episodio que amalgame los elementos a señalar y que, como piezas de rompecabezas, se esmera en cazar una a una. Este proceso abarca desde indagaciones históricas hasta la impresión gráfica final, pasando por la búsqueda de los apoyos institucionales. Tal como el autor nos contaba en una entrevista ofrecida a este medio, en lo referente a la concepción visual prácticamente es el multiinstrumentalista de su propio trabajo, ya que no se puede dar el lujo de contratar coloristas y rotuladores. Sin embargo, El cuy Jacobo ya es una marca y es posible que, para futuras ediciones las tareas sean compartidas en beneficio de una mayor optimización del tiempo.

Adentrándonos en la esencia de la producción, podemos empezar por el contexto. Sin moverse de esa segunda mitad del siglo XIX en que se desarrolla la ficción, volvemos a encontrarnos con los disimiles e inseparables protagonistas ya por nosotros conocidos: Rosita, Rodolfo y, por supuesto, Jacobo. Ellos emprenden una misión de negocios en un barco con rumbo a Panamá, donde quieren tratar de vender los sombreros que el abuelo Jobito suele comercializar. Pero, primero, deberán detenerse en Tumaco, en el Pacífico colombiano, en donde Don Fructuoso Pingüino, noble Jefe de Aduanas y amigo personal de Don Jobito, los alojará durante los días que progrese la negociación con el dueño del buque encargado de zarpar. Sin embargo, las cosas no salen como estaban presupuestadas. El dueño del buque resulta ser un viejo conocido del equipo de Jacobo; alguien sin escrúpulos para conseguir sus objetivos y que, aprovechándose de la inocencia de Don Fructuoso, no vacila en convertir la estadía de nuestros viajeros en un infierno.

Una nueva entrega «titánica» de Iván Benavidez llega con tintes de Indiana Jones.

Del otro lado de la trama, nos encontramos con Papayita, la traviesa pero dulce nieta de Don Fructuoso, quien, a medida que se acerca el desenlace, se convierte en un personaje clave. Ella se relaciona con un pez mágico que permite respirar bajo el agua a todo aquel que monte encima de su lomo, siempre y cuando sea amigo de Papayita. Y Jacobo lo es. En uno de esos periplos sumergibles, descubren una joya preciosa que, al difundirse el rumor de su existencia, despierta la codicia de unos y la veneración de otros; incluso el lector comprenderá su importancia dentro del argumento cuando los sucesos den un giro inesperado por cuenta de ésta.

A la izquierda, ofrendatorio en forma de casa o templo Tumaco-La Tolita, hallado en El Rosario (Tumaco). Período Inguapí. 700 AEC – 350 DEC.

La riqueza en los detalles narrativos otorga vida propia a esta novela gráfica, pero estaría incompleta sin el marco histórico que la rodea. En la primera página, el autor hace un guiño a su departamento de origen, Nariño, el cual aparece como punto de partida de un mapa de Colombia con sus respectivos cambios territoriales desde 1892, como escenario de las aventuras que surgirán desde allí. Luego, al final, nos presenta su acostumbrado conjunto de apostillas, datos verídicos de apoyo que hacen referencia a los objetos y hechos que conforman La Lágrima del Pacífico. Así, el espectador intuirá la noción de memoria a la que apunta la obra, principalmente en los recorridos diseñados por la costa nariñense que realizan Jacobo y su tropa. Uno de esos datos, por ejemplo, nos expone que la mayoría de las casas de finales del siglo XIX en esta zona, tal como aparecen dibujadas en el libro, estaban construidas en madera y que desaparecieron luego de ser consumidas por un voraz incendio en 1947.

La obra de Ivanquio es también una memoria geográfica, como lo muestra este archivo anónimo de «El Puente ‘Progreso» de1915, por donde también transcurre la aventura.

Para complementar, no se puede culminar esta reseña sin resaltar las bondades del eje central de esta propuesta, como lo es, el aspecto gráfico. En sus páginas predominan las viñetas clásicas de margen cerrada, quizá para dar cabida a más secuencias con ingredientes históricos y ampliar el recorrido del lector a través de ellas. En algunos casos, se recurre a viñetas enteras para transmitir la sensación de impacto en instantes decisivos. La paleta de colores se condiciona por los tonos oscuros o grisáceos de fondo, que afirman la visión retrospectiva que el autor pretende ambientar, rasgo que ofrece una composición armoniosa.

A la izquierda «Tumaco Querido – Recuerdo de Arnaldo». Anónimo. Ca. 1930.

En general, en este nuevo número de El Cuy Jacobo, Iván Benavides —fiel a su formación en Museología— no abandona la temática de historieta épica. Con ella viajamos en el tiempo para enterarnos que el suroccidente colombiano también conserva tesoros y que, por medio de los comics, entidades y artistas gráficos pueden unir talentos para crear un producto de divulgación académica que sobrepase la sola idea de entretenimiento. Son 72 páginas en las que cualquier persona, sin límite de edad —siempre y cuando posea espíritu curioso—, cabe en el espectro de público objetivo de La Lágrima del Pacífico. Por ello mismo, a modo de observación, tal vez la serie tendría mayor alcance si en próximas ediciones nuestro cuy Jacobo y sus amigos abandonaran un poco su terruño local y se arriesgaran a viajar a otras regiones del país para descubrir mas joyas perdidas de la historia colombiana. Sin necesidad de perder la identidad de su mágico departamento. Pero esto solo es una sugerencia, nadie más que el autor tiene potestad sobre los intereses de sus personajes. Aguardaremos la siguiente misión.

Raúl Trujillo
Raúl Trujillo
Ilustrador freelance y bibliotecólogo en formación. Ha realizado colaboraciones para el periódico Dela Urbe, de la facultad de comunicación de la Universidad de Antioquia y Revista Pérgamo de la Escuela de Bibliotecologia de la Universidad de Antioquia. Además ha sido seleccionado para exposiciones y muestras de caricatura e ilustración en Colombia en ciudades como Medellin, Rionegro, Pereira y Armenia. En el extranjero en Buenos Aires (Argentina) y Sinaloa (Mexico).

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