Primera parte: padre.
Una mañana de julio de 1972, Alberto se levanta, pone la pava en el fuego y, mientras esta se calienta, sale a recoger el correo. Pasando de sobre en sobre, frena en uno de color rosado y sonríe. Vuelve a entrar, prepara el desayuno para su hija más pequeña y esconde debajo de la taza la carta recién llegada. A diferencia de la mayoría de los intercambios epistolares que recibían, ese no era para él. El sobre con estampillas en inglés había salido el 26 de junio desde Los Ángeles, Estados Unidos, con sello de envío aéreo y dirigido a Patricia Breccia. En el margen izquierdo superior, se podía leer el nombre del remitente: Bradbury. El autor de Crónicas Marcianas respondía aquel primer mensaje que Patricia, alentada por Alberto, se había animado a escribir un mes atrás. Por una nota publicada en Revista Gente, ella sabía que vivía en esa ciudad al sur del estado de California y se animó. Un ayudante de su papá se encargó de la traducción, mientras que ella le había enviado un dibujo inspirado en el cuento «El lago». Ray Bradbury le respondió de puño y letra, y le regaló además una postal del relato «El árbol de las brujas». Para lxs dos Breccia, ese fue un gesto de enorme humildad por parte de un autor que compartían.
Patricia Breccia nació en el año 55´ en Haedo, el mismo año del derrocamiento de Juan Domingo Perón a manos del movimiento dictatorial cívico militar que hoy se conoce como Revolución Fusiladora. Al oeste del conurbano bonaerense creció la dinastía Breccia. Patricia es la tercera en una tríada de artistas que heredaron la profesión de su padre pero forjando una identidad plástica, la niña que vino a completar ese círculo virtuoso comenzado por su hermano Enrique y seguido por su hermana Cristina. Ella y sus hermanxs nacieron, crecieron y se formaron como artistas en una casa que emanaba arte por doquier.
En la cocina con piso damero en tonalidades marrones, de paredes con azulejos celestes y una mesita chiquita de madera iluminada por dos ventanitas. En la sala de sillones mullidos y bibliotecas de madera oscura abarrotadas hasta el techo, con la mesita ratona que quedaba diminuta al lado de la pintura gigante de Alberto que colgaba en el centro del ambiente. En el patiecito y en pasto por el que se paseaban descalzos. En todos lados y todo el tiempo había alguien dibujando, pintando, adaptando guiones o haciendo alguna otra cosa referida al arte. Para Patricia, su casa fue «como el Museo del Prado instalado en el barrio de Haedo». Por esas habitaciones desfilaban dibujantes, músicos y escritores, todos unidos a Alberto por fuertes lazos de amistad. El estudio fue el lugar en el que nacieron personajes como Mort Cinder o la segunda versión de El Eternauta, un corredor en el que deambularon artistas como Hugo Pratt, Geno Diaz, José Muñoz, Osvaldo «el gordo» Soriano y Menchi Sabat.
La infancia en esa casa en la que Patricia corría en patas después de jugar en el jardín con su perra Sirena, en la que merendaba con su hermano y con su hermana en la mesita de la cocina y en la que se arreglaba el delantal antes de salir al colegio, convivía con ese otro universo traído por Breccia padre. Esa construcción, como explica la menor de la tríada «se codeaba a diario con la magia». Las enamoradas del muro que trepaban por el frente de ladrillos, las ramas abrazando las rejas blancas, el caracol que usaban como cucharita para la yerba mate. Todo se cubría por ese velo alquimista que Breccia y sus hijxs supieron impregnar luego en sus páginas. La creatividad era el material fundamental sobre el que se sostenía ese hogar, tanto que hasta los planitos que fueron entregados a los arquitectos para su construcción fueron dibujados por Breccia padre.
Alberto trabajaba en su casa y tenía su casa en el trabajo, por lo que Patricia sabía que esas dos dinámicas convivían en lo cotidiano. «Lo que recuerdo de mi padre cuando se sentaba a dibujar era su espalda. La espalda de mi viejo y la creación de sus historietas, estaban unidas por un hilo invisible», describe la autora de Sin novedad en el frente (Ediciones Colihue, 1999). Mientras correteaba por el pasillo, yendo y viniendo, se asomaba por la puerta siempre abierta del taller, ese que hoy recuerda como siempre iluminado por el ventanal que dejaba ver el jardín del fondo y siempre ambientado por la radio de la mesita auxiliar. «El aparato dejaba escapar siempre, pero siempre, algún tango. Y cuando no era tango era el programa del genial Negro Guerrero Marthineitz con sus silencios característicos, o con esas risotadas estruendosas». Esa sonoridad del espacio de trabajo de Breccia se entremezclaba con el humo. Alberto apoyaba el cigarrillo directamente sobre la mesa, dejándolo consumirse. Intercalaba entre pitadas y sorbos de mate siempre calentito. En aquellas épocas, todavía tenía ayudantes que se encargaban de cortar las páginas de sus historietas y de espantar a los gatos que se acostaban a dormir la siesta encima de ellas, atraídos por el calor de la luz que entraba por el ventanal de madera. La fábrica Breccia entraba en funcionamiento, con sus humos, sus calores, sus movimientos mecánicos, las materias primas desparramadas. Patricia podía ver esos encadenamientos para otrxs imperceptibles, sabía que su papá estaba creando historietas nuevas.
Esos momentos de trabajo orquestal tenían como fuerza motora el genio creativo de Alberto Breccia, nutridos además por las características que destaca su hija: «su enorme sentido del humor, su calidez, y su asombrosa humildad». Todo el universo circundante al «viejo», como se verá más adelante, rescata estos mismos elementos como componentes de su personalidad.
La vida diaria al oeste de la Provincia de Buenos Aires formó a Patricia, en todas las facetas de su vida. La última de lxs Breccia es hoy una de las más importantes artistas gráficas de Argentina, referenta iniciada en una época en la que aún no abundaban las historietistas dentro de un ambiente mayoritariamente masculino. Esa niñez jugando entre los rayos de luz que iluminaban el trabajo de su padre y una adolescencia nutrida por el contacto con él, devino herencia. Entre la sucesión dejada por Alberto, Patricia cuenta que recibió «su pasión, sus enormes ganas y su amor por el dibujo, además de su rechazo a trabajar a las apuradas o despreciando un encargo». En palabras de Breccia hija, «mi padre siempre dibujaba con amor por lo que hacía y tanto daba que estuviera dibujando una viñeta de Mort Cinder o una ilustración para Billiken. Y a mí me pasa lo mismo». Ese respeto por la profesión, esa actitud hacia el trabajo artístico, es una de las mayores herramientas legadas por su padre. «Tal vez, la más valiosa, que pude heredar», cuenta Patricia.
En los años ochenta, el correo de lectores de Revista Fierro se llenó de detractores y quejosos que, ante el arribo de su poderoso arte, mandaron a Patricia a lavar los platos. Su rol como artista profesional no pudo escapar al peso que tenía su apellido. Tampoco al hecho de ser ella una mujer en un ambiente dominado por hombres. Sin embargo, logró superar ambas dificultades, ese derecho de piso que tantos lectores y colegas le cobraron por querer ser parte. En su estilo, se distanció de lxs tres Breccia que la precedieron en la industria y logró un dibujo personal, una narrativa propia que le permitió destacar del resto en una época en la que muchos eran los que llegaban a las revistas de tirada nacional. En la incontable pasarela de artistas de la historieta argentina desde los 70´, Patricia Breccia supo destacar. En «Sol de noche» (con guion de Guillermo Saccomanno y publicada en Revista Súper Hum@r y Fierro en la década los ochenta) y «Sin novedades en el frente» (aparecida pa esa misma época en Revista Fierro y reeditada hacia fines de los noventa por Colihue), dio cátedra acerca de cómo animarse a plantarse frente a la tradición y llevar a la historieta hacia nuevas búsquedas. Patricia se reconoce como una topadora, y esa personalidad hizo que publique en incontables medios y revistas, rompiendo así una tradición que parecía inquebrantable. Si Alberto se caracterizó por un trabajo más externalizado de su propio yo al servicio de la aventura, Patricia y sus obras son más para adentro, historias más suyas. El ser una joven lectora, con Poe a los diez años y Bradbury a los catorce, marcó esos trazos que se volvieron su carta de presentación. Patricia abandonó el plano barrial y los espacios oníricos de su padre y sus hermanxs. La ciudad se transformó en el centro, el domicilio para la historia en el que existen sus personajes.
Alberto Breccia dio a la industria de la historieta mundial un sinfín de universos gráficos hasta su llegada impensados, nuevas perspectivas sobre obras clásicas que desde la oscuridad dieron una nueva luz a historias que parecían ya demasiado masticadas. Pero, además, el «viejo» conformó una tropa incalculable de artistas que compusieron y componen hasta el día de hoy aquello que llamamos «Historieta Argentina». Entre todxs ellxs, en primera fila, está Patricia Breccia con sus lecturas personales como camino de búsqueda, sus trazos como marca de identidad y esos pedacitos de fórmula de trabajo que eligió como herencia de su padre.
*Próximamente la segunda parte: Breccia maestro.
me aburrí leyendo esto.
entre @ y x me mame…
Me encanto
Muy buen relato! Breccia es todo.