«Todo se compra: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. Escribo este libro para que me echen del trabajo. Si me fuese, me quedaría sin indemnización. Necesito serrar la rama sobre la que se asienta mi comodidad. Mi libertad se llama subsidio de desempleo. Prefiero ser despedido por una empresa que por la vida. »
El amor dura tres años, Frédéric Beigbeder
Hace unos años, a manera de anticipación o simplemente como uno de los tantos anuncios que perfilaban el desgaste del amor romántico, se popularizó una novela del escritor francés Frédéric Beigbeder: El amor dura tres años. La novela, su mención, reiterada y un poco cínica y fácil se volvió un comodín para hablar de lo perecedero que puede ser el amor, de su tiempo limitado en algunos casos, de su escasa durabilidad de los últimos años, y del amor como un producto más, que se puede ordenar, comprar y desechar en el capitalismo tardío. Esta es una idea que retoma, aunque no directamente del libro y las ideas de Beigbeder, la dibujante sueca Liv Strömquist en su nuevo ensayo gráfico No siento nada, que le sirvió para pensar con imágenes y palabras sobre el amor.
Si en El fruto prohibido Liv Strömquist dibujó un cómic sobre la historia cultural de la vulva expandiendo variados recursos para hablar a profundidad y con detalle sobre cómo ha ido cambiando la percepción del sexo de las mujeres en la historia, en No siento nada (Reservoir Books, 2020), vuelve al ensayo cultural, usando algunas de sus herramientas conocidas: el humor, la cronología histórica, desglosando argumentos y líneas de racionalidad que le sirven para diseccionar lo que posiblemente es el amor en el capitalismo tardío; atravesando, entre sus diagramas, algunas preguntas, que son parte de las inquietudes sociales que los seres humanos nos hacemos respecto a las transformaciones del amor que parece estar cayendo en el pozo de la obsolescencia programada.
Muchas son las preguntas que flotan en la extensión del ensayo gráfico de Strömquist, unas más directas que otras ¿Qué es el amor ahora? ¿Una forma de mercancía más? ¿Una variante de la explotación subjetiva? ¿Todo eso y algo más? Mientras expone un tablero narrativo con ingeniosos recursos gráficos, recortes, ilustraciones, collages, citas de texto, que repite, en la extensión del libro, con algunas variantes con ingenio y versatilidad, como bien lo hace la dibujante boricua Mariela Pabón, (Madame Mela), usando un lenguaje accesible y desprovisto de «seriedad», tal y como lo hace con sus populares narraciones astrológicas en Instagram.
La imagen conductora e inicial de su ensayo es la cara, a veces inexpresiva, a veces estática del actor Leonardo Di Caprio, quien aparece en las primeras páginas, y se diluye en las finales, como ejemplo del hombre-cuerpo que no siente nada, y reaparece a cada tanto como expresión total de lo que se sustenta entre páginas. De modo que Strömquist usa lo popular, lo exprés de las redes, la fantasía pop y la flexibilidad de su lenguaje, para hablar del amor apoyándose en trabajos de escritoras como la socióloga israelí Eva Illouz (Por qué duele el amor), Kierkegaard, Hilda Doolittle y el popular filósofo Byung-Chul Han, cruzándolo con algunas líneas de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, completando un coctel de ideas y expresiones que navegan entre la moda y la fácil asimilación.
Dividido por capítulos No siento nada, es algo más que la problematización del amor por el amor, es sobre el amor, sí, pero envuelto en un tiempo en el que no solo el amor sino otros conceptos y modos de relacionarnos con el mundo, que están determinadas por las lógicas del capitalismo están constriñendo a los sujetos en «empresas individuales», sostenidos en discursos de autosuperación y autocuidado, y una zona contaminada por toneladas de discursos de autoayuda y mindfulness, en los que el yo, que ha acabado con el lugar del otro en el amor, se sobrepone a todo embate de dolor y drama del amor romántico, porque el yo, preso de las conductas y narrativas gaseosas, se le ha adoctrinado para que esté empoderado y pueda ser lo más fuerte posible y no sufra más por las locuras de un amor o la versión del amor que consume y deriva en los extremos.
Y es que el título lo dice de entrada No siento nada: no solo amor, no siento dolor, o no quiero sentir dolor, no quiero estar en riesgo, quiero estar neutro, todo debe estar bajo control, porque mi amor es tibio, no me quema, no se derrama, es seguro y plácido. Este no sentir nada está acompañado, como bien lo explica la dibujante, de algunas variables y reacomodos simbólicos y sociales como lo son: el auge de la elección racional del amor, o para decirlo de otro modo, el auge y la comercialización de las relaciones sexoafectivas que nos han llevado a una insatisfacción constante y prolongada con el producto final que no logra suplir las diseccionadas expectativas, y el amor como otro slogan de «rendimiento y el control de uno mismo» entre tantas otras cuestiones difusas y fluidas. O la nueva forma de ser hombre de éxito, acá de nuevo Di Caprio y las 11 novias que ha tenido desde 1994, como imagen deslastrada de toda carga moral y familiar, que le permite al macho beneficiarse de un amor desechable y sin muchos compromisos de lado y lado, sacando muchas ventajas en el presente de amores perecederos e intercambiables.
Como todo ensayo, aunque sea gráfico, este termina de forma abierta, incompleta, con una vindicación del amor, sí, un defensa del amor, fuera de esa lógica de consumo del capital, uno que tiene varios estadios, que puede prolongarse en el tiempo o simplemente puede aparecer como alternativa a un «Love Will Tear Us Apart» («El amor nos destrozará otra vez») porque el amor, siempre el amor, tiene muchas formas de ser, y en este tiempo, nos podrá salvar otra vez o la veces que sea necesario.
Si bien Strömquist estrecha el discurso y no da espacios a otras formas de amor como el Poliamor, el Amor Compañero, el amor a otras especies, u otras formas de amor más fluidas, solo habla de un amor estructurado en relaciones heteronormativas, algo que pondría en entre dicho la figura del hombre exitoso, su ensayo resulta entretenido y un poco iluminador hasta el final, a pesar de tanto Byung-Chul Han como ingrediente descafeinado en muchas de sus páginas. No siento nada no intenta una respuesta, porque hablar de amor, siempre ha sido y será entrar en un laberinto, así tengamos de la mano un hilo de argumentos y buenas frases, pues con el amor, cuando se le nombra y se habla de él, nunca hay respuestas seguras, es por eso que ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Es una pregunta sin respuesta como lo había advertido el poeta Raymond Carver.
Qué curioso que la «mercantilización del amor» sea también culpa exclusiva de los hombres. Muchas mujeres (no todas, reparen en el matiz), esos seres de luz, nunca lo han hecho por el simple hecho de ser mujer. Supongo que el término hipergamia es un completo desconocido para Liv Strömqvist y para el autor del artículo.
De verdad, cambiad el chip. Partir de axiomas tan sesgados anticipa el resultado y las conclusiones de cualquier supuesto ensayo o reflexión intelectual.