«Como decía Degas: Felizmente no he encontrado mi estilo, ¡cuánto me aburriría si lo hubiera hecho!».
José Antonio Suarez
«Hay que pensar más allá del presente. No hay nada que esté más muerto que la moda del año pasado».
Conversaciones sobre la escritura, Ursula K Le Guin
En las últimas semanas leí un libro del dibujante finlandés Tommi Musturi, del cual no haré una reseña al uso, debido a que es un material que integra dos tipos de texto: la exposición gráfica y un ensayo. De este último, al final, señalo algunos párrafos y enlazo algunas preguntas. El libro es: Antología del alma, Relatos seleccionados (Fulgencio Pimentel, 2018) traducción Luisa Gutiérrez Ruiz.
Negaciones
La antología que propone Musturi, no es una acumulación de trabajos donde un rasgo de estilo predomina, es decir, la antología como un catálogo en el que el molde ha sido aplicado de manera progresiva, una y las veces que sea necesario, esto último, la «negación del estilo» es algo que vibra con lo expresado en su ensayo, de modo que, esta es una antología como espacio de disrupción y desviación, de probaturas y negaciones, como lo hecho en la compilación de dibujos, sueltos y en cuadernos, grabados y sellos de José Antonio Suarez en Muestrario.
Ahora bien ¿Qué es esta antología?, ¿cuál es la razón del ensayo final? La antología y el ensayo, operan como un cuarto de máquinas, espacios con aberturas donde el dibujante hace retrospectiva de lo hecho y se pregunta por eso que hace y cómo ha cambiado, sugiriendo además un plan. Hasta ahí un resumen de lo que es. La antología de un autor que parecen muchos, que ofrece en muchas de las páginas una versión distinta, una que se rompe y se rompe sin la preocupación directa por narrar y contar algo, la antología como representación de posibilidades gráficas, y la antología como mecanismo de crítica.
Cada parte que integra esta antología personal es una pieza de avance y contracción que se pliega en varias direcciones, que inicia con la historieta silente A la otra orilla, y se transforma de inmediato en la siguiente Estudio de género, una pieza con otro trazo y composición, que es una secuencia ilustrada sobre el grupo Die Antwoord. Cada trabajo en relación al otro se hace distinto, en ese intento de escape que señala Musturi al final, como si cada muestra, cada estética por encargo o adaptación, negara el anterior o abriera otras puertas. Los usos de colores pasan de los manchados, de los ácidos a planos, en ese camino, las formas y sus intenciones son en pasajes figurativas, pixeladas, extravagantes, geométricas como sucede en las tiras dibujadas para el periódico Otzi, donde el estilo cambia con el contenido, o como pasa en No quiero despertarme cuando usa la página ilustrada para narrar entre manchones y la acuarela, el monólogo de un oso que se resiste a salir. O la adaptación del poema Milagros de Walt Whitman, donde fracciona en cubos de colores; ilustraciones y los versos del poeta, creando un fluctuación entre la lectura del texto original con pequeños encuadres que escapan de la previsible solidaridad icónica. De modo que, en conjunto las piezas de la antología son un mapa de negaciones.
No solo escapar del estilo
Como he dicho, no solo es la antología lo que me llamó la atención del libro, sino el otro texto, el ensayo que viene extra, que es una suerte de epílogo, en el que el autor condensa algunas ideas que me sirvieron para proponer algunas preguntas. En el ensayo titulado: La prisión del estilo (Y un plan para escapar de él) Musturi en poco más de cuatro páginas subraya las intenciones estéticas del libro y de lo ha sido su obra, cuestionando de paso, algunas operaciones gráficas y puestas en escena.
Musturi al inicio subraya: «Vivimos en una cultura única donde todo sabe prácticamente igual». Esa repetición es bien conocida, no solo hace copia quien inicia sino que es la copia una fórmula de lo que ahora es tendencia, tanto en formas como en temas que puedan llamar la atención. Y la tendencia no solo es estética, también es una intención, y eso es algo que algunos creativos saben leer muy bien para pegarse de ahí, de ese lugar seguro que pueden instrumentalizar, lo saben todos aquellos que buscan lo agradable, lo correcto, porque se debe «agradar al público» o bueno, a cierto público, para no quedarse fuera, y así, respetando las formas, siguiendo las fórmulas, pertenecer a algo y ofrecer a jurados e instituciones y lectores conservadores, una idea más o menos ajustada a los intereses formales de lo que debe ser la historieta. Porque, como dice Musturi «Por lo general, los estilos reflejan su tiempo». Y en este tiempo de correcciones, de censuras, de culpas, un tiempo de quedar bien y no molestar, no disentir ¿Qué estilo se está reflejando? ¿Qué estilo se está moldeando en la historieta?
A propósito del ensayo de Musturi, pensaba en la historieta en Colombia, en cuál será el tipo de historieta que la Economía Naranja de Gobierno perfilará a futuro, si no es que desde hace un tiempo ya se está perfilando un producto ajustado a un mercado ilusorio, con unas prescripciones conservadoras en las que se puede decir que la historieta ya pasó de ser un producto al margen a un nuevo invitado cultural, una forma de arte regenerada, con proyección, seria e importante, que tiene cierta utilidad, fácilmente reconocible y vendible en planes de lectura, moldeable para instituciones, y lo suficientemente dócil para educar, una historieta que terminará siendo más información, más frase hecha y eslogan instrumentalizado. Una historieta con un estilo superficial que en lo mínimo incomodará porque estará domesticada y no correrá el riesgo de salirse de «ciertas formas» y utilidades. De ahí no sé hasta qué punto sea conveniente que la historieta en Colombia sea captada por la cultura del gobierno y los burócratas que se mueven ahí y que han aparecido en otros lados. Porque sabemos, como dice Musturi que para «las instituciones de gobierno, la cultura existe como una reliquia». Una premisa que está lejos de la disidencia artística o la posibilidad de romper algo, porque una historieta naranja solo será útil como anecdotario de ideas, frases hechas, y una aburrida colección de viñetas para el decorado.
Al final de su ensayo, Musturi escribe sin guardarse nada, parafraseando el conocido ensayo de Walter Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, que: «Los medios sociales están repletos de una corriente visual donde los artistas se copian unos a otros y se gustan los unos a los otros. En cada rincón del planeta se encuentran estilos idénticos al mismo tiempo, desde efectos 3D hasta arte outsider, cuadernillos impresos en risografía con sus impresiones falsas copiadas del mundo del arte, los mismos sonidos y uniformes y etcétera». Sin embargo, y esto es algo que Musturi contrapone al párrafo citado «Es inútil pensar “que todo ya está hecho” y pensar que copiar está justificado». Hay otras vías a las formas copiadas hasta el cansancio, hay posibilidades narrativas por fuera de tendencias, de las historietas educativas, serviles y programadas para «enseñar algo» y de las formas que lo naranja o los oportunistas de turno están labrando.