Antes de que tuviese noticia sobre Náufrago Morris, había visto dos referencias laterales de Lautaro Fiszman. Una fue en el Tripero 2000 (Tren en Movimiento, 2015) que el generoso Demian Urdin me regaló. La otra en Todas las Bicicletas que Tuve (Musaraña/ Sexto Piso/ Fakir/La Silueta/ Lote 42, 2022) de Paola Gaviria. Fiszman, así, en probaturas y apariciones espontáneas, se fue volviendo una referencia con la que me empecé a cruzar de forma accidental y recurrente.
Su trabajo, la impresión de esas primeras lecturas me atrajo por la solvencia de los colores, la espesura de las formas que en conjunto logran ser una serie de pequeños retazos de cuadros pintados sin una delimitación de líneas. Por eso, cuando se anunció el ganador del 1º Premio Latinoamericano de Historieta (el mismo 1º Prêmio Latino-Americano de Quadrinhos que se lanzó en Brasil, el mismo 1º Prix Latino-Américain de Bande Dessinée que se anunció en Francia-), organizado en conjunto por las editoriales: Comix Zone, de Brasil, la editorial iLatina, de Francia, y las editoriales Historieteca y Loco Rabia, de Argentina, la sorpresa no fue por la novedad sino por la aparición del nombre de dibujante ahí anclado junto al guionista Pablo Franco.
Nada conocía de la historia del naufragio, nada de esa desesperante aventura, pero la atracción por las pinceladas de los óleos a espátula y la fuerza de los volúmenes de Fiszman, que ya había visto y seguido en los casos mencionados y en otras páginas, me llevó de camino por la historieta pintada de Isaac Morris.
Me costaría mucho hacer un resumen de lo que pasa en el libro y describir sin mucho esfuerzo lo que terminó siendo un viaje de piratas ingleses hacia el sur del Pacífico de América Latina. Contrario a esto, trataré de escribir en sintonía a las sensaciones del libro, observando el estilo Fiszman, si es que hay algo tal, o al estilo Breccia interpretado por el dibujante para ampliar más el contorno.
Primero, nada tiene de fantástica esta aventura y menos divertida. Al contrario, es una memoria espeluznante. Un viaje que deshace el molde de la aventura para dar lugar a un ambiente límite de supervivencia. ¿Cómo se explica esto si el recurso narrativo de las aventuras como género tiene al paisaje y el viaje como encanto de lo que se cuenta? Una respuesta a esto está en lo que pasa en Náufrago Morris: este es un descenso al corazón de una pesadilla que se aleja del viaje heroico y de resoluciones positivas. Todo el brillo del paisaje y la acción de la aventura queda descartado, lo que se impone en un tiempo con otra velocidad, es una historia de la espera. La historia avanza, pero sumergida en la pesadilla. Dicho de otro modo, el viaje en sí no es lo que importa, ni el descubrimiento de ese otro mundo, este es un viaje por un túnel, con el horror prolongado, un accidente del que al final Morris sale y cuenta.
Sin ser referencias directas, algo hay de El corazón de las tinieblas de Josep Conrad y de La vorágine de José Eustasio Rivera en el aire que circula entre las composiciones de las páginas. ¿De qué manera? Durante todo el viaje, el esfuerzo en la representación no está centrado en la historia real, en contar un mundo tal y como es, y acaparar la atención con detalladas descripciones. Lo que hay acá, en esas páginas, en lo que se muestra con las pinturas, es un estado mental de lo que se vivió. Una suma de expresiones que, como no podría de ser otro modo, asustan. Unas imágenes fantasmáticas de los sobrevivientes que se extravían en un paisaje sin la fácil belleza de los colores cálidos.
Además del énfasis en la expresión y ese horror constante, por momentos parece que el contorno de los trazos no es del todo claro, algo deliberado y bien puesto. Sumadas a las caras de los personajes que destilan horror, está ese mar gris y oscuro que parece envuelto en ceniza mientras se lo traga todo.
De ahí que importen más las sensaciones que la anécdota, de esta última se puede leer un resumen o cruzar los documentos. Ir más allá de la información es el resultado que Pablo Franco y el dibujante nos entregan. En su caso, para los lectores fijarse en las pinceladas y las frases es meterse en el viaje, o estar en el viaje, sentir el viaje, en una directa invitación a ver el horror en un mundo de hombres. El horror en un mundo de otro tiempo y de pocas concesiones.
Hice una pausa en la escritura y busqué otros trabajos del dibujante, siguiendo el ambiente pesado resultado del expresionismo narrativo al sello neofigurativo que le dan los tajos de su espátula y pinceles. Encontré Trelew: la pasión fusilada (Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, 2022), trabajo del mismo dibujante, pero con guion de Mariana Arruti. En este caso, los hechos históricos, por lo menos en la recreación, se salen del aburrido encuadre realista. El esfuerzo, acá también, va más allá, hasta el horror de esos años previos a la dictadura cívico-militar (1976-1983) en Argentina, para mostrarnos, entre tanto, la capa de horror que se viene prolongando desde hace años, y es Trelew, un episodio de esa continuidad.
Pero es el Nuda Vida (Tren en Movimiento, 2019) donde aparece el dispositivo del estilo Fiszman. Sus tajos, el cruce colores; los personajes más que el entorno, sus formas imprecisas, indeterminadas, las viñetas sin líneas que por momentos se exilian de las páginas para sugerir las formas de un sueño, la memoria como sueño, entendiendo que la verdad, o aquello que creemos es la verdad, es apenas un espejismo, algo que para ser contando es imaginado o representado. Y que por eso el cruce de colores, de manchas de lo tajos indelebles son tal vez una forma de acércanos a es idea fantasmática de la memoria y lo que se recuerda.
Vuelvo a ver las páginas y repaso con la voz de Isaac Morris ese largo camino hacia la muerte, como él lo narra. Es un descenso enfermizo, de una situación límite a otra y la violencia de frente, pero con algo de respiro en pocos tramos. En gran parte, siempre están esos cuerpos famélicos que van caminando de un lado a otro, comiendo carne cruda, vendidos, esclavizados, entre las sombras del paisaje. Lo que nos guía y alumbra es la barba y pelo encendido de Morris, que operan como guía. El náufrago y su relato que mantiene vivo el camino de una pesadilla de la que uno también quiere salir.