Sobre la existencia o no de «El comic colombiano»

Hace poco fui convocado a una entrevista. No tengo tantas oportunidades de quejarme sobre las dificultades de ser yo y ejercer el oficio que ejerzo, así que ese día me puse mi mejor ropa, me eché perfume y salí a la calle sin reparar en la lluvia torrencial que caía. Y cuando creía que iba a escuchar unas enriquecedoras y complacientes preguntas sobre mi oficio, un sujeto con cara de cantante pregunto: «Y eso que usted hace ¿Cómo puede reconocerse dentro del comic colombiano?  Es decir, porque hay un comic colombiano ¿no? Así como hay un comic argentino y uno mexicano…» Después de eso la concurrencia enloqueció. Todo el mundo quiso tener la palabra y no fue posible ya dirigir la conversación hacia ninguna otra cosa.

En términos generales siempre que, en una reunión de entusiastas de la historieta alguien eructa interjecciones que contienen: «el comic colombiano», «la colombianidad en el comic» «comics hechos en Colombia», «la industria del comic en Colombia» o alguna otra equivalente, me entra un temor incierto y empiezo a sufrir todo tipo de trastornos físicos: se me cierra el estómago, la audición desmejora y pierdo momentáneamente la capacidad de razonar. Es por eso que varios días después y por escrito puedo pensar en el significado de la expresión «comic colombiano» y en cómo me reconozco dentro de él.

Para qué sirve una identidad nacional, cómo se construye y en qué se manifiesta.

Decía que cada que en una reunión de historietistas criollos alguien se mete a hablar de «comic colombiano» a mí me da una revoltura en el estómago, y es que por lo general la gente manosea ese término desde ópticas triviales como aquello de decir que por compartir idioma, ver los mismos noticieros y existir como dibujantes de historieta, ya tenemos un comic colombiano o, desde la más trivial aun, de colocarle a todo dibujo con palabras que sale de esta tierra el remoquete de «comic colombiano» como si de un sello de calidad imponderable se tratara.

En 1942 y como parte de una estrategia de integración cultural propuesta por el gobierno de Franklin Roosevelt, Walt Disney estrenó Saludos amigos. En dicha película, el pato Donald y sus amigos viajan por varios destinos de Sudamérica. Si bien la película obtuvo buenas críticas, desde Chile llegaron críticas airadas por lo que se consideró una pobre representación del país y de su gente. René Ríos, un dibujante que hasta ese momento solo se había dibujado caricaturas contra su tío, el presidente, no podía creer que un avioncito incapaz de cruzar los andes era lo mejor que se les ocurrió para representar el espíritu chileno. Después de siete años de investigación, salió con la historieta de un cóndor campesino que se dedicaba al robo de gallinas. Ese fue el germen de Condorito, una de las historietas más longevas en América Latina.

Los argentinos, cuyas historietas se producen en tal cantidad y son tan consumidas por los nacionales que han merecido un día clásico, pudieron utilizar la historieta como método de protesta y de denuncia contra los excesos de la dictadura militar. Para un lector del presente, en otro país, será muy difícil asociar las historietas de esta época con la dictadura militar, y sin embargo a los ciudadanos de la época el mensaje les llegó clarísimo.

Robert Crumb, célebre por establecer en los Estados Unidos una alternativa en la narrativa gráfica, al todopoderoso influjo del comic de superhéroes, emigró en los años noventa a Francia. Casi treinta años después ha vuelto a su tierra natal, besando la bandera americana y hablando pestes de la historieta francesa, la cual a sus ojos está corrompida por el gobierno, que financia la mayor parte de creadores de historieta. También mencionó de pasada que, penetrar en el cerrado medio grafico francés le resultó prácticamente imposible.

Para mí, la búsqueda de un «comic colombiano» no debería centrarse en armar una lista de luminarias a las que dar funciones de «embajadores», ni en el surgimiento de críticos, académicos y analistas dispuestos a explicar páginas cuyo significado está abierto a todo el que les quiera dedicar unos minutos. Tampoco tiene que ver con la interminable labor necesaria para contarle a los lectores locales y nacionales que en su mismo país existen personas dibujando tiras cómicas ni en las mentiras que hay que incurrir para convencer a esos lectores de que dichas tiras son de tanta calidad como el material que pueda llegar de Estados Unidos o Japón, ni en la infinidad de marañas necesarias para proporcionar a los historietistas un estímulo económico que le cree la ilusión de que lo suyo es verdaderamente una profesión seria, pero que no sea tan alto como para fomentar el surgimiento de demasiados «profesionales» en el ramo; ciertamente todas esas cosas son importantes, y hay que dedicarles gran esfuerzo si es que algún día aspiramos a que el epígrafe de «comic colombiano» sea tan potente como el de «café colombiano». Pero para mí, en este momento la única discusión verdaderamente relevante – y una que nunca escucho en estos foros -es la de cómo hacer hoy una narrativa gráfica lo suficientemente potente como para tocarle la fibra sensible una sociedad profundamente embrutecida, incapaz de notar el surgimiento de un «producto creativo y cultural» más.

Existen formas de hacer las cosas que se van instaurando en el gusto popular y que responden al momento y el lugar de la historia en que nos encontremos. En algunos casos esas formas, así como el interés por ciertas temáticas llegan a crear la ilusión de una identidad nacional. La historieta de superhéroes, a pesar de su lógica cuasi infantil ha dominado la oferta estadounidense, y eventualmente, por ende, la demanda global de «contenidos creativos y culturales». Pero en Colombia -en Latinoamérica en general – que alguien cree un superhéroe a la usanza gringa sería todo un despropósito. En México se llego a construir una tradición de comics con ritmos frenéticos, formatos más grandes que los de los comics estadounidense y colores estridentes, y la identidad de la historieta argentina se construyó a partir de formas estilizadas en blanco y negro e historias que casi siempre remitían a la ciudad de Buenos Aires. Estamos hablando de países que han tenido un siglo completo para desarrollar un modo colectivo de pensar su narrativa gráfica. En Colombia se comienza a construir una identidad apenas ahora, cuando ya ha pasado el momento de gloria de las historietas en periódico, el papel se hace cada vez más caro y la economía naranja amenaza con devorarlo todo. No creo que exista una escuela o corriente de dibujo capaz de aglutinar a todos los creadores ahora vigentes, tampoco estoy seguro de que pueda haber una temática como la de los superhéroes, capaz de captar el interés de todos ellos. Lo único que sé es que si se llega a fraguar una identidad comiquera nacional, se hará a partir del desencanto, la oposición a las instituciones y el humor siniestro.

Francisco Peláez
Francisco Peláez
Dibujante ante todo. Autor del libro "Revisión a la Historia" (2019) y coautor de la antología "Amargore" (2021). Un tipo que se pasa el día jugando al teléfono roto consigo mismo.

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