En el documental Far Out Isn’t Far Enough: The Tomi Ungerer Story Official, Tommi Ungerer lanza una afirmación espeluznante «Si un niño quiere tener identidad tiene que estar traumado» una idea borrosa y que puede ser juzgada de especulativa y ambivalente. Como se sabe, en 1963, Ungerer escribió e ilustró Los Tres Bandidos, un libro sin el cual —en palabras de Maurice Sendak— no existiría su celebrado álbum infantil Donde viven los Monstruos. Esa referencia directa al trauma, el aislamiento y la imaginación como ventana de salida es la que aparece en Pantera de Brecht Evens (Hasselt, 1986), pero no como una posible forma de homenaje y continuidad, sino por el espacio donde sucede el posible e inevitable trauma infantil. La puesta en escena de Evens en Pantera usa la imaginación para darle una vuelta a la tradición conocida y sugerir un escenario saturado de maltrato psicológico, control emocional y abuso sexual, dejando así, entre tantos mensajes que la imaginación y las narraciones son también mecanismos que pueden ser usados de forma violenta y retorcida.
El motor de la historia en las primeras páginas de Pantera es la pérdida, Minina la gata de Cristina muere, algo que no sucede de manera repentina, pero que cambia la armonía del relato, porque la gata dibujada por Evens es un animal escuálido, enfermo y con un destino marcado. A esto se suma, la vida de la niña, de padres separados y visiblemente sola. Es decir, en un estado de vulnerabilidad total. En ese marco, su vida, de repente, y con esa extrañeza sugerida por las acuarelas de Evens, se ve ocupada por la atención de una Pantera que pasa con soltura de estado: de atractiva a peligrosa. Siguiendo el vínculo con Sendak, La Pantera, sale de un cajón inferior de un armario, para presentarse ante la niña, con una dosis de movimientos ligeros, y un inocultable acoso y seducción. Una pantera que dice ser el príncipe heredero de Partenlandia, pero solo parece ser un hábil narrador de historias.
La ilusión festiva de las secuencias se irá desplegando en una compañía mágica con variaciones y la superposición de los colores usados pasan a otros planos, y la historia sin previsión, a medida que avanza, se vuelve un lugar oscuro. El estilo Evens, con una interacción de colores y viñetas indeterminadas es reconocido en varios de sus trabajos como Un lugar equivocado y Los entusiastas, ambos editados al español por Sinssentido. Su estilo está fuera del corsé y la línea clara tradicional, más cercano a la pintura, algo que comparte con Olivier Schrauwen, otro de los autores belgas de vanguardia.
Evens acá transforma el espacio, el cuarto propio de Cristina con las alteraciones de los colores usados y los rostros indefinidos, mutables y variables de Pantera que conducen la mirada curiosa y a veces sin expresión de la niña, que es llevada por las historias que su “amigo” le cuenta.
Durante todo el proceso de reconocimiento y transformación de Pantera, el cuarto cerrado —la mayor parte de páginas— es un espacio teatral en el que los gestos, las miradas, los movimientos y el acecho de Pantera hacen que su lectura sea una inquietante testimonio, y un espejo de impotencia. Primero por lo que leemos, en medio de las sombras y luego por los riesgos a los cuales una niña puede estar sometida, incluso cuando está en su casa. Así la narración de Evens es la contracara a la complaciente sucesión de historias que muchos relatos maravillosos usan para repetir que todo vínculo y recepción de algo mágico siempre es algo benefactor. Una mirada “infantil” del relato maravilloso que en la obra de autores como Ungerer y Sendak se pone en cuestión.
Evens retoma en este libro de difícil digestión una idea que ya había trabajado en otra de sus narraciones, Animales Nocturnos, ahí en una historia llamada Malas amistades, una niña es abatida por un sátiro y llevada al bosque donde tendrá una destino nada satisfactorio. En Pantera se amplía el argumento, sin acudir a referencias explícitas de lo que sucede, dejando las preguntas, las inquietudes y el malestar de lo presenciado, de lo que vemos y leemos, mientras impotentes no podemos hacer mucho por la niña.
Pero no solo Pantera es la protagonista, que se traga la observación, la atención y la inocencia de la niña poniéndola a su disposición. Su mutabilidad no esconde sus intenciones —aunque estas nunca están claras— las advertencias flotan cuando el peluche Bonzo trata de escribir sobre la extraña Pantera, pero desaparece y es olvidado mientras el juego que usa Pantera se consume, de nuevo, ante la mirada y el cuerpo de la niña en su falsa pasividad, entretenimiento y protección.
Con la presencia fantasmal del papá de Cristina, la niña queda a voluntad de Pantera y de una copia alterada de su peluche Bonzo y otra serie de animales, y seres que configuran el ascenso espeluznante a lo que sucederá la noche inevitable para Cristina —el día de su cumpleaños— como si se tratara de una retorcida celebración de la perdida de su inocencia. Esta versión trastocada de la relación infantil entre un niño y un animal ya se había expresado con un brillante trabajo de composición en Calvin & Hobbes de Bill Watterson, pero en el caso de Evens se trata del revés de la trama, que señala las grietas de un universo como el infantil, plagado de trampas y de abismos, confirmando lo que respondió Evens en una entrevista para The Comics Journal «Pantera es un libro con un tema mágico hecho demasiado cerca de la piel, demasiado real».
Pantera
Brecht Evens
128 páginas
2018