El reverso de la actuación

Había hecho algunos intentos con otros libros del dibujante mexicano Emmanuel Peña y la intención se quedaba a medio camino, pasadas unas páginas perdía el entusiasmo y cerraba la puerta. Primero fue con Color de hormiga (La Cifra Editorial, 2018) y luego pasó con Se solicitan perdedores (Deriva Editorial, 2022) algo incidía en que mi atención se diluyera. No puedo afirmar que sea un problema de ajustes narrativos, solo puedo decir que mi percepción se iba alejando de lo representado, no calzaba con lo ahí narrado. A pesar de esos antecedentes, volví a Peña, una vez más, con la certeza de que podría abandonar otra vez. Pero no fue así, no abandoné y pude ver algo que se me escapaba de las otras lecturas.

En el tercer intento crucé atraído por la transparencia de un personaje en la portada que camina desprovisto de toda emoción, va con la cara baja y parece estar atravesando una calle y una esquina de CDMX. Volví y me adentré. El libro de Peña: El Tlacuache (Aristas Martínez, 2022), que había visto circulando con algún comentario suelto, de inmediato, y a pesar de los antecedentes, llamó mi atención.

Con el monólogo como línea predominante, un actor en busca de trabajo se monta de falso vendedor, intercalando la impostura con la actuación con una serie de imágenes de fondo y acabados a medias, lo que hace del libro un montaje de escenas de teatro dibujadas. Aunque el acto montado y lo que dice el personaje son esenciales, es la ciudad como escenario lo que le da un estado mental a lo contado, con calles y arquitecturas eclécticas, sin la distracción de un básico realismo y la captura de postal. Por momentos gris, por momentos pasada por la opacidad y la contención en los colores vivos, la ciudad es más que un espacio, es otro personaje, en el que se cuenta, y nos cuenta: la soledad, el despojo, el fracaso y la precarización. Un escenario de extraviados y personajes sin rumbo, de detalles y huellas.

Las huellas de la ciudad que hablan en la narración.

En este este punto puedo escribir que las intenciones narrativas de Peña me recuerdan de forma parcial a las lecturas que hice en la universidad de Guillermo Fadanelli, Lodo, Malacara, Compraré un rifle. En lo de Peña, en este libro, y los otros, está ese aire de desprecio, el hombre y la deriva por la ciudad, el caminante que pasea por esa mala broma de Dios como Fadanelli se refirió alguna vez a ciudad de México. El espacio que lo afecta todo, y a sus personajes sin mucho crédito, el registro del perdedor que convive en un ambiente sucio y de cero expectativas. La violencia civil. Algo que con tanto giro discursivo ha quedado relegado en las narrativas de la actualidad, en un momento donde tendemos puentes, y las narraciones se valoran por ser relatos inspiradores, empáticos, solidarios y de fácil identificación.

Y bueno, lo de Peña en este caso es una broma. El absurdo al servicio de la narración dibujada. Como lo detalló Gerardo Vilches en un comentario para Rockdeclux «El tlacuache se acaba convirtiendo en una sutil crítica de la mentalidad empresarial neoliberal y más concretamente del coaching y el concepto de liderazgo, aunque su protagonista, a nivel personal, se mueva en una ambigua zona entre la supervivencia dentro del sistema y su rendición a este».

El personaje que deambula.

Vivir del sistema y acoplarse a él es lo que el personaje como espejo actual nos muestra. Pero más que una broma con este trabajo, el dibujante mexicano se desvía a una zona que parecía superada: el fracasado como narrador que gravita en la sombra y voltea la ecuación para mostrarnos que detrás de todo éxito hay una trampa, un timo, que la superficie y la parrafada del liderazgo y las buenas formas comunicativas son una forma más de la actuación. De modo que con el uso de un actor en las últimas, uno que es sólo contorno y forma se refresca, a través de la burla y su desajuste, eso que es falso y una vil trampa: escenas que parecen sacadas de una comedia de situación, con discursos vacíos que apuntan en su manual al método fácil y rápido de la felicidad.

las arquitecturas de la ciudad ancladas al monólogo.

Desde hace unos días he visto cómo las comunicaciones corporativas, que se han irrigado por todo lado, están saturadas de palabras sin peso o que usan un truco de emotividad sin conflicto: «nos emociona» se escribe para cualquier comunicado o invitación, «recomiendo a este autor increíble», «todo esto fue posible por este equipo increíble», o «esta vibrante narración nos inspira» dice un comentador, un manual de frases carentes de sentido que algún líder innovador dijo ante un auditorio, fulminando con esas frases hechas la crítica y la posibilidad de pensamiento. El arte narrativo paleado por la trampa y las estrategias de comunicación basadas en marketing de contenidos y storytelling.

Repetir la formula segura del lenguaje empresarial que todo lo ha capturado, el coaching y la programación del lenguaje sin una veta negativa es el escenario que dibujó Peña, para hablarnos del sinsentido y las fallas de una estructura saturada de mentiras, con una precarización que ha deteriorado la salud mental por tanta promesa falsa, haciendo de la ficción, en este caso gráfica, y la ciudad como escenario, un reverso y alternativa a la burbuja de estupidez en la que vivimos.

 

 

Mario Cárdenas
Mario Cárdenas
Estudió literatura en la Universidad del Quindío. Ha escrito en diferentes medios sobre cómic y literatura. En sus ratos libres se dedica a tomarle fotos a "Caldera" su Bull terrier.

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