«En chino, 三毛, Sanmao, quiere decir con tan solo tres filamentos de cabello».
Zhang Weijun, hijo menor de Zhang Leping
A riesgo de dañar el libro lo dejé un viernes sobre una mesa de una librería copada por botellas y tragos. Habría sido mejor dejarlo guardado en la bolsa de papel, tal y como me lo empacaron en la otra librería que visité de pasó y me sirvió para enamorarme de un libro del que había escuchado y no había visto hasta esa tarde. El deseo por mostrar el objeto impreso revestido de un azul celeste en la portada y la contraportada, color que se extiende en las guardas, hizo que olvidara que podría sufrir daños irreparables, aunque no determinantes. Los detalles a dos tintas, el azul y negro sobre el papel blanco, el exquisito diseño, los detalles, los juegos de tipografías, mientras la noche avanzaba llamaron la atención de los invitados a la mesa que se lanzaban a cada tanto por el libro. Al final el libro sufrió un par de salpicaduras y una mancha poco visible, problemas menores que no le restan a su belleza. Ahora que lo veo tan hermoso sobre mi escritorio, lo agarro y no dejo de abrirlo y sonrío por el milagro. El libro es Sanmao de Zhang Leping (1910-1942), editado en Colombia por Piedra Tijera Papel.
Me permito saltarme la nota del traductor y los textos informativos iniciales para ir a la primera página: «Solo y desamparado». Página inicial que define quién es Sanmao, su lugar, la precariedad y abandono, lo que tiene y cómo trata de seguir adelante. Son apenas seis viñetas silentes por página, como son la mayoría de páginas en el libro. En esos espacios mínimos vemos al niño flaco, descalzo y con tres pelos en la cabeza, intentando no tener algo, sino ser parte de algo, así sea la cercanía de otros animales. El niño, de una viñeta a otra, pasa y observa, primero mira de cerca a una oveja y sus borregos, luego a una gallina y sus pollitos, y después a una perra y sus cachorros, en ese punto agarra uno, lo abraza con cariño, pero la perra lo ataca, le ladra, y el niño que sale corriendo debe subirse a un árbol donde interrumpe la vida de un pájaro y sus pichones. En esa página, precisa y directa, con la información necesaria, en pocas líneas se define el lugar y la condición de abandono del niño que veremos en la continuidad de las otras páginas.
De ahí en adelante el mundo de esa primera página se abre siguiendo la vida del niño huérfano, con continuidad entre páginas. A cierta distancia de Sanmao nos acercamos al registro de una época en la Sanghai a finales de los años 40 del siglo XX, esto es lo que vemos y leemos en el niño y su vida, una sumatoria de capturas y escenas de lo que parecía habitual en esos años. De este modo, el cuerpo de Sanmao es el lugar central que pasa por las viñetas, y lo que pasa con él que son las crónicas de ese tiempo. El niño sueña, sobrevive, ayuda, intenta descansar, pero las condiciones materiales y la escasa fortuna siempre están en su contra. No hay entonces una progresión sino una constante en lo que pasa: la mendicidad, la vida precaria y limitada que se ensancha y que copa toda la realidad, o un parte de esa realidad, como pasa en el Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica.
Pero más que contar la vida de Sanmao, Zhang Leping se permite momentos que nos invitan a apreciar su habilidad compositiva y la disposición arquitectónica sobre el papel. Esto pasa en «Escenas de la vida escolar», una página en la que la casa de una escuela es transformada y divida por viñetas para que veamos en su interior y de forma simultánea todo el lugar, como aquella serie 13, Rue del Percebe que Francisco Ibáñez publicaría años después. A la página le siguen otras que están dentro de lo que se vive en ese día de escuela: aventuras y disparates en la clase. Todo en conjunto hace que la viñeta inicial sea un indicador arquitectónico que nos introduce al interior de las escenas siguientes y puedan ser leídas como objeto de armar.
Si bien hay otras aventuras del niño, con otras oportunidades y un rumbo menos precario, su condición lo persigue como una sombra. Con ese marco reiterado Leping no cae un miserabilismo fácil o la exotización de la vida dura, de la vida abandonada, del niño vagabundo. Y no es por la belleza y la factura de sus composiciones o por la limpieza de su trazo, mínimo y de pocas líneas, quizás esto se deba a la reiteración, el seguir adelante que leemos en el niño a pesar de todo, una decisión página a página, que más que una queja o una denuncia, le da algo de dignidad a su personaje que es el testigo y foco, que entre tango golpe y rechazo, sigue, usa su ingenio, permanece erguido, sin que Leping abuse de la explotación de la víctima y la queja.
Luis Cantillo, el traductor de esta edición, escribió en su nota de introducción que las historietas de Sanmao son un equivalente a Las aventuras de Tintín de Hergé, ambos son personajes que han acompañado a generaciones de lectores, de un lado y del otro del mundo. Ahora, gracias a esta edición en español podemos acceder a una parte de estas historietas de pocas palabras donde Leping muestra el mundo del Sammao, que es el mundo de muchos niños marginados, niños perdidos que no tienen lugar, no sólo en la Sanghai de esos años sino en otros lugares de este mundo desigual.