Diego:
Tras leer El viaje del hincha (Remitentes Editorial, 2023), no me cabe duda de que usted ya jugó el partido de su vida, pero, en lugar de lanzar la pelota al arco rival, decidió dispararla lejos de él y del gol. Ese partido al revés que duró casi diez años entre la cárcel nacional Bellavista y el penal de Valledupar, por fin terminó. En pocos segundos cometió el gol más contradictorio de su vida: estoqueó a otra verdolaga en una riña. Y en nueve años, un mes y tres días enderezó el marcador final, no para ganar sino para festejar la libertad.
Le confieso que poco o nada sé de fútbol, pero la pasión que despierta entre los hinchas siempre me ha llamado la atención. Esa fe ciega e inquebrantable a veces me resulta envidiable, pero tanto fanatismo también me inquieta: ¿qué tipo de ilusiones operan en la mente del hincha para llegar a tal nivel de veneración? En lugar de ahondar en la respuesta, me interesa la relación entre fútbol y violencia que explora el cómic del cual usted es el protagonista porque, a partir de la narración dibujada, nos pone de presente las diferentes expresiones asociativas y los conflictos en el marco de la afición por el fútbol. Un tema explorado por los periodistas y científicos sociales, pero poco dibujado por los historietistas.
Para no desviarme de lo importante, voy directo a lo que más me conmovió del cómic: su transformación. Pasar «del insulto, de la revancha, del puño», a la lectura, meditación y reflexión es algo digno de muy pocos hinchas. Yo creí, al principio, que estaba ante una historia de fútbol, pero con el transcurrir de las páginas me percaté de que estaba frente a una historia de amor: la de su familia por usted. La única hinchada fiel que lo alentó hasta el pitazo final. En los momentos más aciagos, fueron las misivas de su familia las que lo salvaron de aquel calvario. No en vano le remito esta carta, que más que un flotador, tiene como propósito seguir alentando su camino porque creo en la mirada de los hombres que creen. Y usted ahora tiene una mirada pura y limpia, como cuando «miraba al cielo cada tanto» en ese fugaz espacio de encuentro con el mar de El Rodadero, Santa Marta, tras obtener la libertad condicional.
Pero su transformación no solo es interior, sino también exterior. El dibujante Nicolás Torres da fe de ello al trazar con lápiz el paso de su juventud a la adultez. Incluso, alarga y achica su cuerpo en los diferentes recuadros. Y lejos de establecer viñetas idénticas y repetitivas, opta por variaciones, como una sola vista panorámica o múltiples viñetas estrechas. Siéntase orgulloso de este trabajo gráfico, porque Torres posee una concepción plástica de la página, preocupación por el ritmo narrativo y recurre a transiciones cromáticas de acuerdo con las secuencias temporales, como el blanco y negro en los escenarios de la cárcel. Pero me queda una inquietud: ¿qué sintió al verse dibujado?
Algo que no sabía de este cómic es que primero fue una crónica escrita en 2018 por la periodista Carolina Calle. No es la primera vez que me topo con adaptaciones gráficas; de hecho, en este último tiempo hay un fuerte interés editorial en ello, pero sí es la primera adaptación que leo de una crónica. Cada que pienso en este género del periodismo narrativo no puedo evitar recordar el texto «La crónica, ornitorrinco de la prosa», de Juan Villoro, porque describe con gran brillantez «el equilibrio biológico» del que depende una crónica. Sospecho que toda buena crónica es proclive al lenguaje del cómic porque desde la palabra escrita se puede oler, escuchar y ver, o como lo afirma el editor Ramón Pineda, en la crónica «las palabras dibujan». Y con esas características escribe Calle. Con pocas variaciones respecto al texto original, siento que este cómic es fiel a la crónica, no reinventa. O en lenguaje futbolero, la traducción visual fue pura defensa, nada de ataque.
Diego, es difícil evitar que los ojos no se agüen tras conocer su periplo por las cárceles colombianas. El viaje del hincha es ante todo un road movie que fue narrado por el mejor equipo: Remitentes Colectivo. Ellos supieron transmitir paso a paso, con voz de locutor profesional, todos sus pases. Y gritaron el gol después de nueve años, un mes y cuatro días, cuando se reencontró con su familia como el «campeón que por mucho tiempo no ha conocido la victoria». Yo también me uno al festejo de su libertad porque, como decía Eduardo Galeano, «las emociones colectivas se hacen fiesta compartida».
Seguiré atenta a nuevas señales y pases.
Con mi tarjeta verde en alto,
Diana