A lo largo de la educación en Colombia se nos ha enseñado la distancia entre ciencia y arte, y no sus confluencias. La separación radical entre dichas disciplinas es una falsa idea que sobrevuela, como los cuervos, entre la educación primaria y secundaria. Antes de la distancia, ciencia y arte se regocijaban como una sola entre los pensadores presocráticos. Por suerte, el espíritu presocrático reaparece en la pluma de Lorena Alvarez, quien entrelaza —armónicamente— la experiencia y expresión artística y científica en Hicotea. El libro es una oda a la naturaleza y el arte, no en vano concilia dos disciplinas, antagónicas en apariencia.

En Hicotea el dibujo complementa lo que la ciencia divulga. Basta con pasar las primeras páginas del libro para contemplar cómo la naturaleza reclama belleza en un humedal abandonado. La observación aguda del entorno es lo que permite a la autora desbordarse en el trazo gráfico. Sandy, una niña curiosa y dibujante por vocación, nos revela a partir de la imaginación todo un humedal ignorado por la supremacía de la razón. Lo que Sandy experimenta está lejos de las reglas impuestas por las hermanas Mariana y Epifania. La verdad es que dichas reglas no son nuevas para Sandy, pues en Luces Nocturnas —el primer libro de la serie— la formación católica guiada por monjas se denuncia desde el primer instante.

En esta nueva entrega de la serie, las amistades de Sandy cambian, aquí Morfie desaparece para dar lugar a Hicotea. Asimismo, el escenario pasa del colegio a un humedal. Todo inicia con una patada de Sandy a un caparazón de tortuga, quien tras sentirse culpable asoma su curioso ojo al agujero del caparazón y sin sospecharlo se abre camino a una nueva dimensión de la realidad. La tortuga es el conducto para dar paso a un relato fantástico. Dentro del caparazón, un majestuoso museo se impone ante los ojos del lector. Este es una obra de arte que contiene, a su vez, diferentes guiños a piezas artísticas, como El jardín de las delicias. El museo es un homenaje de la autora a la Basílica de la Sagrada Familia. Allí, Hicotea —la tortuga— entabla un fecundo diálogo con Sandy, donde prevalecen las preguntas más que las respuestas. La mayéutica es el método aplicado por Lorena a lo largo de la historieta.

Entre los “ires y venires” de Sandy por mundos paralelos se percibe la pericia de la autora para planear pasajes o conductos sutiles que permiten giros constantes a la narración. Además, el planteamiento narrativo proviene del dibujo, el color y los detalles. Cada pasaje conserva una unidad cromática y, a diferencia, de Luces Nocturnas la intensidad de colores como el morado o rosado disminuye. Por otro lado, el funcionamiento que ofrece la autora a cada página es magistral, por ejemplo, en las escenas de doble página el tiempo y el espacio transcurren con fluidez. La composición y el ritmo de las viñetas es un paso adelante en el estudio de las posibilidades del cómic. La autora camina de la mano de Richard McGuire en aquellas viñetas que son como ventanas. En fin, cada página se mueve con gracia, nada es forzado en la historieta.

Este libro de fachada infantil aplica para todo público, tiene tantos niveles de lectura según se quiera. El personaje principal va mucho más allá de las simples apariencias, es el medio que contiene un universo de referencias, guiños, ideas, metáforas y apologías para el lector adulto que desea acercarse a la fantasía “juvenil”. Una fantasía que no solo corresponde a la primera edad.
Importa dejar sentado, además, que las virtudes de Lorena Alvarez para narrar en el noveno arte la hicieron ganadora del Russ Manning 2019, premio destinado a las nuevas promesas del cómic. Y qué mayor promesa que Hicotea. Lo que empieza como un día de excursión a un humedal culmina en un homenaje a la naturaleza. El cuaderno de Sandy es testigo de un universo entero que sorprende hasta la misma hermana Mariana. Dejar al margen la realidad y zambullirse en mundos fantásticos es, por fortuna, una fuga al curso del presente. Al final, la imaginación es un ejercicio de abrir y cerrar los ojos sin dejarse engullir por la oscuridad.
Hicotea
56 páginas
2019