El periodo de la Transición Española contó también con su versión en historieta, y de ese momento en particular surgió la revista El Víbora, en diciembre de 1979 (que tenía como subtítulo “comix para sobrevivientes”). La revista contaba con autores que eran rechazados en otras publicaciones de cómic que pretendían ser más logradas en estética y contenido. Sin embargo, El Víbora marcó toda una época dentro de la contracultura española, al mismo tiempo que coqueteaba con el glamour, lo frívolo y los flashes de la fama, pues funcionó paralelamente a lo que llamaron la movida madrileña y, por momentos, sedujo a personajes como Pedro Almodóvar, de quien se recuerda una fotonovela aparecida en una temprana edición de la revista, acompañada de algunos de sus gustos particulares: el travestismo, el consumo de drogas, el desafío a la autoridad y demás aficiones que lo iniciarían y lo acompañarían en el mundo del cine.
Por las páginas de El Víbora pasaron autores como Javier Mariscal, que años después se dedicaría a la pintura, al diseño y a la animación; Miguel Gallardo, que en 2007 publicó un bello libro en cómics acerca de la relación con su hija autista titulado María y yo; Martí Riera Ferrer, con esas bonitas pero también siniestras viñetas en obras como Taxista; el divertido Antonio Pamiés y sus cómics mal dibujados (cómo olvidar esa historieta titulada “Esnifada en Bolimbia”, que sucedía en un país entre Colombia y Bolivia, con una carga de intriga internacional, cocaína y selva, protagonizada por el detective Roberto el Carca y su fiel compañero el oligofrénico Sotín), o Nazario, el trasgresor máximo —por lo menos para algunos lectores, como yo, en su primera juventud—, con historietas de machos homosexuales en donde las grandes vergas, y las orgías entre varones, competían con las truculentas historias detectivescas de su protagonista travesti Anarcoma.
Portada de Peter Pank de Max para El Víbora, número 63.
En esa camada dispar de El Víbora, que solo era aglutinada por la revista y por lo que dieron en llamar el estilo “chungo”, se encontraba también Max (Francesc Capdevila). Bebedor de las aguas del cómic franco-belga y de los cómics de Robert Crumb, con un estilo de línea clara y un dibujo cuidado, Max creó Peter Pank, una suerte de Peter Pan punkero en un Neverland de las calles europeas de finales de los setenta y principios de los ochenta. Una reinvención del clásico para niños que en la revista, de “comix para sobrevivientes”, se convertía en una oda a los tiempos del desenfreno.
De esa época de los ochenta, de Peter Pank o de su personaje Gustavo, saltamos más de veinticinco años después para ver Vapor (Ediciones La Cúpula, 2012). No es que Max no haya hecho nada durante ese cuarto de siglo, sino que desde estas lejanas tierras olvidadas por el dios del cómic era imposible seguirle la pista al dedillo, o por lo menos a su más de una docena de libros publicados. Sí se sabe que en veinticinco años cambian muchas cosas; el Max de ahora no puede ser el mismo de Gustavo contra la actividad del radio (Ediciones La Cúpula, 1982) o de Peter Pank (Ediciones La Cúpula, 1985), pero conserva algo de esas primeras obras.
En Vapor se ve aún algo del viejo estilo de Max, mucho más depurado pues no se trata del gran detalle al que nos tenía acostumbrados en el cómic del joven punkero. La grandeza de muchos dibujantes veteranos es que con un solo trazo pueden decir miles de cosas, y Max lo sabe y lo hace con una pluma en un blanco y negro que parece austero pero que está cargado de significados, y no solo desde la mirada estética sino también desde su contenido. Vapor tiene como protagonista a Nicodemo, un hombre que decide abandonar la civilización y vivir en el desierto, una especie de anacoreta. Sin embargo, su apego al mundo anterior lo hará vivir diferentes y extrañas situaciones que rayan con lo místico, lo metafísico y lo surreal.
La obra de Max puede acercarse a obras como Simón del desierto, de Luis Buñuel (1965), aunque en la obra cinematográfica del español el protagonista es aún más estoico que Nicodemo. Pero también hay enormes cercanías de Vapor con el encriptado y dadá George Herriman y su historieta de principios del siglo xx: Krazy Kat (considerada aún, por muchos críticos, como el mejor cómic de todos los tiempos), o con el más actual —y no menos fabuloso— Jim Woodring y su indescriptible Frank. Se trata de eso mismo, de obras difíciles de describir, de trazar una línea que nos haga entender ciertas cosas.
Nicodemo sufre de sed; después de dormir por varias horas siente también hambre, y conoce a ese personaje medio díscolo llamado moisés (así con minúscula, porque los nombres en ese desierto no deben llevar mayúsculas iniciales) que parece conocer a todos y todo en el desierto. Al parecer no hay mujeres en ese desierto, pero moisés pasa charlando con una de ellas. Nicodemo intenta meditar, lucha con su sombra, y ésta, a su vez, con la nieve. Aparece un hombrecillo que va a cortar leña por orden de Nicodemo y este último no entiende nada. El relato, casi a punto de terminar, continúa con un estrambótico desfile de carnaval, que solo pasa cada diez años y es el gran acontecimiento del desierto, y con la promesa de que en algún momento Nicodemo conocerá a Vapor.
Vapor es una historieta que tiene profundos significados y al mismo tiempo se puede leer como un simple divertimento, en donde vemos a Nicodemo sobrevivir en el desierto mientras desfilan diferentes criaturas o personajes, en actitudes o situaciones inverosímiles, fuera de contexto, absurdas —surrealismo al fin y al cabo—. Max ha llegado hasta aquí después de un largo viaje, después de una lucha con el papel y el lápiz por mucho más de un cuarto de siglo. Inició haciendo cómics “chungos” (aunque de línea franco-belga) y va en la que han llamado “humor metafísico”. Y digo “va” porque aún no ha terminado, porque como su personaje de Nicodemo aún tiene muchas cosas más que descubrir en este desierto grande que es la vida.