En épocas de pandemias, cambio climático, políticas extremistas y poco altruismo disfrazado de diplomacia pobre; los tópicos del fin del mundo se vuelven recurrentes: el meteorito, la ola gigante, el movimiento telúrico, los viajes en el tiempo, el ser interdimensional chasqueando los dedos o cualquier otro castigo «divino» que nos podamos merecer se aparece en series, películas o cómics. Obviamente, la ficción siempre nos deja como héroes, siempre propone la aparición de un Estado mesiánico que por medio de la selección se permite la salvación de unos pocos; lo que da cuenta de que nuestro instinto de supervivencia está camaleónicamente narrado como un acto heróico en que el diminuto humano le gana a fuerzas que están más allá de sus capacidades con un atisbo de suerte.

La novela gráfica Semillas (Astiberri, 2021) de David Aja y Ann Nocenti proponen este mismo tópico, pero le da un giro a la situación: el fin del mundo no importa. Esta obra de la norteamericana y el español nos muestra de forma simbólica la idea de que a pesar de que estemos mirando al abismo del fin del mundo, ni siquiera nos daremos cuenta, puesto que estamos mirando hacia otras latitudes que consideramos vitales para nuestra existencia: el consumo tecnológico y la explotación de la (des)información.
Este «cuento gráfico» – como lo denominan sus autores – aborda un momento en la vida de Astra, Lola y Race; los tres personajes centrales de los cuales se desarrollan otras historias que generan subtextos o ideas que se pueden abordar por separado y que pueden ser igual de importantes: la tecnología al servicio del ambiente, los viajes espaciales colonialistas, la división social, el amarillismo y la idea del retroceso. Son cuatro capítulos en los que nos acercamos a la comprensión del ser humano como un ente separado de la naturaleza, desligado de ella al punto de no soportarla y querer reemplazarla.

En cada una de sus partes se desarrolla una idea cuyo peso no deja de asombrar, en la primera, la vida en un mundo hipertecnológico (piensen en este momento de pandemia) hace la presentación de Astra, una periodista en busca de historias que vendan, así esto raye con su ética; viaja a los límites de la ciudad para un reportaje sobre los Luditas y su «loca» forma de vida, en este punto también se ve el planteamiento de la vieja dicotomía de Civilización/Barbarie en la que el prejuicio de uno y otro bando se ve materializado en un muro sin terminar pero que determina los límites y las diferencias entre unos y los demás.
En este primer capítulo vemos cómo se llevan a la ficción las «Fake news» y cómo se juega con la herencia de Hunther S. Thompson en el periodismo, puesto que interpretando las palabras de Gabrielle (jefe de Astra): ver una noticia implica transformarla, falsificarla, contarla como un cuento de hadas tan verás que se termina convirtiendo en verdad. Esa búsqueda lleva a Astra a descubrir la relación entre Lola y Race, una relación imposible, inverosímil pero aun así, encantadora.

El segundo capítulo nos propone el desarrollo del dilema entre mostrarle al público esa noticia fantasiosa o más bien reservarla para el olvido social. También nos propone una idea que tiene fuerza en la realidad, no por las lecturas de Crónica marcianas o por ver la película de Elysium sino por la idea que tiene el multimillonario Musk de vivir en otro planeta. Esta idea implica que la invención de la realidad también supone la búsqueda de una nueva tierra cuando se han agotados los recursos de la que se habita. Palabras que recuerdan las dichas por el señor Smith a Morfeo en la película Matrix: el humano es más cercano a un virus que a cualquier otra especie, lo que pareciera dar a entender que la capacidad creadora del ser humano fuera más bien un artificio con el cual gusta ocultar su destrucción.
Tanto en el anterior como en el tercer capítulo logramos tener un atisbo de la comprensión del título. Las semillas son las formas de vida y los objetos que se mantienen para guardar en cajas fuertes por su gran valor, obtener todo cuanto sirve para dar rienda suelta al nuevo comienzo. Las abejas (que son una metáfora recurrente en la obra) son las principales pero no las únicas y la relación de Lola y Race nos propone una explicación sobre porqué el humano no entraría posiblemente en la categoría de ser una semilla: si pensamos en el fin del mundo, la tierra no se mataría o no comprendería su realidad como un suicidio, más bien es una situación de recuperación, un nuevo génesis en el cual las personas están fuera del cuadro puesto que nosotros mismos nos dirigimos a un suicidio colectivo inconsciente; de ahí que también nos demos cuenta que la recreación de la naturaleza con la misma naturaleza no constituye una solución confiable para el hombre.

Al final, ¿cómo acabar con una falsa noticia, con un futuro insostenible, con una realidad poco fiable? ¿A partir de una apuesta entre la civilización y barbarie cuyo fin es un mero entretenimiento? No lo sabemos, la duda siempre nos embargará; y el final abierto que se propone la historieta es nuestro mismo final. Muy tarde nos daremos cuenta que la tecnología no funciona y no puede salvar lo que destruimos; lo cual genera una serie de contradicciones tan grandes, paródicas y grotescas que pareciera que incluso mantenemos el gusto de hacer poética nuestra muerte.
Semillas
Guion: Ann Nocenti – Dibujo: David Aja
Astiberri ediciones – 124 pág.