En una entrevista con Marcello Quintanilha para Revista Bacánika ante la pregunta por los diálogos en sus historietas me respondió: «creo ferozmente que mis personajes no solo tienen una vida después de mí, sino también antes de mí». He vuelto a esto, a revisar esa respuesta, que bien podría ser algo de un orden menos estético (en lo gráfico), y que está más en lo textual (en relación a su escritura) lo que está en palabras en sus páginas. Aunque sabemos que la disección por partes es arbitraria cuando hablamos de historieta.
Volví a esa respuesta para escribir sobre Escuta, Formosa Márcia (Editora Venta, 2021) publicado al español como Escucha, hermosa Márcia (Astiberri, 2022), y tratar de explicar, más allá del argumento y lo que pasa al interior de esta historia, cómo fue habitar en ese libro. Porque este libro no se lee, se habita. Y no necesariamente por un cuidado realismo/exotismo y una puesta en escena verosímil y natural, etiquetas que acá se disuelven en la paleta de veintiocho colores y la metáfora sobre la desconexión con la realidad que Quintanilha creó.
La respuesta también tiene que ver, creo, con un modo de ver y de escuchar. De ubicar eso que se ve y se escucha en el diseño de unas páginas, en una narración que no se limita al enunciado y la descripción de un mundo. A decir lo que hay, o nombrar un paisaje de forma cosmética. Porque lo que aparece entre páginas es un mundo dibujado y escrito, un mundo que se muestra desde varios puntos. Un mundo que tiene vida antes y después de su libro.
Los diálogos, siguiendo con esa idea, en las historietas de Quintanilha no aparecen como ocasionales acompañantes de lo gráfico. Surgen de muchas formas, incluso, en ocasiones, sustituyendo a personajes. Los diálogos son un protagonista más. Esa es una tradición que viene de la literatura: la oralidad y la soltura de la palabra que se acopla en el diseño. Es por eso que, aunque parezca un subrayado obvio y válido para toda lectura de cómic, en las páginas de Quintanilha hay que fijarse en lo que está dibujado. Sí, ver y observar: fijarse en las emociones y las acciones de los personajes, y en el paisaje, y fijarse, sin pasar de largo, en las palabras, en lo que se dice, en los diálogos que también son protagonistas. Pero no como palabras en sí, sino en la forma como aparecen en el diseño de página, en cómo están ahí antes de sus personajes.
En Escucha, hermosa Márcia la primera página abre con una conversación por teléfono para cancelar una línea de celular mientras una acción que parece lateral interviene, y cierra con un diálogo que se sale de un bus mientras su viaje por carretera avanza ¿Qué nos dice esto? Que el mundo viene sucediendo, con sus otros problemas, antes de que el problema central aparezca y se «resuelva».
Todo esto que escribo me permite hablar de la extensión del libro. El álbum no es gigante, son un poco más de 100 páginas, pero ahí cabe un mundo. O el recorte de un mundo, si nos fijamos en la respuesta citada del dibujante ¿Por qué llegamos a conocer tanto a Márcia en ese recorte? ¿Cómo se construye la sensación de que Márcia está más allá del libro? Por lo menos, esa fue la sensación que me quedó. La respuesta a esas preguntas está, tal vez, en ese modo de contar del dibujante y escritor en la superficie de la página, en un modo de contar que permite que los lectores veamos a Márcia en un mundo que está más allá de lo que se está contando, (de nuevo los diálogos) de lo que vive ella en esas páginas cuando su hija Jaqueline se le sale de las manos. Porque vemos su vida y su mundo en sus rutinas, en sus trabajos, en sus vínculos familiares, en sus deseos y los problemas. De ahí la importancia de los diálogos, que no solo son útiles para la historia central, porque en ellos y sobre ellos se muestra un mundo que es mucho más grande.
Lo anterior me permite hablar del tiempo en la historieta de Quintanilha, en esas cien páginas, y en todo lo que pasa, el tiempo no es veloz, no se presume de una agilidad propia del entretenimiento o los comerciales con música (eso que muchos llaman cine o películas tipo Netflix), o las acciones son un detonante para mostrar un objetivo narrativo. El tiempo acá, en estas páginas, pierde velocidad. No todo pasa rápido, no estamos en la inmediatez de las acciones. Este libro sobre la desconexión no tiene objetivos, no se cuenta algo, se muestra el mundo de Márcia. Precarizado, desigual, con otros problemas sociales, en medio de esa desconexión. Como pasa cuando Márcia viaja por primera vez al complejo penitenciario de Aldo Diniz a visitar a Jaqueline. Ese primer viaje se muestra con la imagen de la terminal: la fila, la estrechez del bus, la automatización de la acción. Luego vemos a Márcia en un viaje que no es fácil, en otra buseta donde se duerme y cuando despierta debe caminar a pie para llegar a su destino. Un primer viaje que se muestra en tres páginas, pero se hace largo. Y luego, sabemos que hizo uno y otros más, que el tiempo se hace lento cuando intenta visitar a su hija una y otra vez. Muchas veces más, porque Jaqueline no pone su nombre en la lista de visitantes, no quiere ver a Márcia.
En relación al tiempo, y esa idea de que todo puede ir rápido y acelerado, hace poco, hablando de la velocidad y la inmediatez, le contaba a alguien que en Los Reyes Del Mundo y Matar a Jesús, películas de la directora de cine Laura Mora, había algo similar en el modo de contar, en relación al tiempo. En ambos casos, el avance de la narración se impulsa por algo rápido: los niños de los reyes pasan de la primera escena al lugar donde les entregan el papel para reclamar las tierras, y de ahí en adelante todo se da para el avance de la película, no hay indicios del tiempo de espera con ese papel tan anhelado, ese tiempo de espera por el papel no lo sentimos porque en los primeros minutos el papel ya está ahí. Tal vez eso tiene que ver con la justificación de una película que no atiende a unas «normas» exactas del tiempo como afirmó la directora. Lo mismo pasa con Paula y lo fácil que conoce a Jesús, el sicario que mató a su papá. En ese deseo de encuentro no pasa el tiempo, pasa una escena, y otra y en la primera fiesta de Paula se encuentra a Jesús, y de ahí en adelante hay película.
Volviendo a Escucha, hermosa Márcia, esta historieta no obedece a una lógica enmarcada en el exotismo, a mostrar algo autóctono, o la idea de un relato que sucede solo en Brasil. Ni siquiera aspira a un realismo. ¿Por qué? Porque la vida de Márcia está en muchos lugares: en su vida precaria, en las dificultades, en la lucha diaria. Márcia es una ciudadana de este mundo, su vida no la determina una tragedia, ni una identidad nacional, su vida sigue a pesar de esa tragedia, está más allá, y por eso se permite, a pesar de todo, ser feliz, aferrándose a esos pequeños momentos, mientras todo sigue, en cualquier lugar. De modo que la violencia y los problemas de Jaqueline, su hija, afectan la vida de Márcia, pero no son toda su vida. Márcia es mucho más que ese recorte que vemos. No es importante solo para contarla en esta historia, solo para ser un vehículo narrativo. Todo lo contrario. Su vida ya estaba ahí, con el problema del celular inicial. Y está después, más allá del viaje y de la forma cómo termina el libro.