Siguiendo el tono reflexivo imperante en estos momentos de incertidumbre, no resulta fuera de lugar hacer un pequeño retrato de lo que representa esa otredad opacada por el vaivén de nuestros menesteres personales en días convencionales. Ahora que estamos amenazados de muerte por un enemigo, como llamamos a todo lo que destruye nuestros intereses como humanos y que ha logrado arrinconarnos no solo en nuestra casa, sino también en nuestra propia conciencia, vale la pena asomarnos un poco en la psicología de esos escenarios raros para muchos, pero que quizá ahora se nos aparecen como reflejos en el agua.
Como primer aspecto, podemos pensar en qué es lo más importante para que un autor se introduzca en el corazón del lector. Suele pasar que el elemento estético apenas si aparece, y si lo hace, aparece en forma de capa de esmalte para resaltar ciertos sentimientos de los personajes, como, por ejemplo, una expresión de llanto. Para una historia agridulce que pretende sacudir mentes, lo principal son los juegos secuenciales que se pueden realizar con las viñetas al son de las tonalidades o sombras. Los diálogos, sean nutridos o parcos, darán pistas del grado de complicidad entre el universo del lector y el del guionista-dibujante.
Algunas de las viñetas de Chris Ware se asemejan a la pureza de color de los cuadros semidespoblados de Edward Hooper (esta solo es mi necia opinión), acentuada esta semejanza por la depuración de líneas siempre en una búsqueda más de lo simbólico que de lo ilustrativo. Ware siempre se sale con la suya, haciendo confrontar los miedos de sus protagonistas con los del ser de carne y hueso que sigue la trama página tras página. Una declaración suya, convertida en máxima, representa esta situación de la siguiente manera: «Me parece que el odio, la violencia y el egoísmo es lo que nos hace animales, y la capacidad de imaginar a otros y su dolor es lo que nos hace humanos». Si usted es un lector que gusta guardar de una dosis de pesimismo sano en su bolsillo, Ware debería estar en su agenda de cuarentena.
Si se plantea el ejercicio en el ámbito de la psicología de los personajes de tinta y lápiz, juguemos a que ellos adquieren autonomía más allá de los designios de un autor que quiere que su obra cumbre vea la luz pública. Desliguemos a Emilio de su artífice Paco Roca en la trama que se teje en su libro Arrugas y, ¿con qué nos encontramos? Nada que ver con un alter ego, sino más bien, con un alguien con vida propia. Ese hombre de 72 años con Alzheimer, quizá muy viejo para acompañar a su familia, pero quizá no tanto como para estar recluido y olvidado en un asilo, un hombre que tuvo alguna vez un presente. Una existencia con sacrificios y premios ahora derrumbada por cuenta de su enfermedad y la ingratitud de quienes decían quererlo. Ahora en un mundo desconocido, debe adaptarse a nuevas reglas, no ya dentro de la esfera de la convivencia social, sino de la arbitrariedad del confinamiento en un edificio. Emilio es producto de una venganza de Roca, que indignado con el trato despectivo que recibió un afiche de su creación que tenía como figuras centrales unas personas de la llamada tercera edad, usó como arma de provocación, su historia más aclamada para España en cuanto a Novela Gráfica se refiere. Emilio ya es un recuerdo, incluso para el mismo, aunque no lo sabe.
La pandemia nos ha puesto del lado de los automarginados, con el detalle extra de que muchos de nosotros tememos más a la muerte en vida que a la real. Estar encerrado es decirle adiós a nuestra identidad en el mundo para dedicarnos a luchar de frente contra nuestras inseguridades, esas que siempre estamos disfrazando. El internet como compañía irremediable, es un arma de doble filo que, bien puede alivianar las cargas emocionales o, por el contrario, incrementarlas.
A modo de conclusión, el parangón entre Chris Ware y Emilio no es arbitrario por el hecho de ser: uno un humano y el otro, un dibujo. El primero, desde su ateísmo conciliador que cree en la salvación humana y el segundo desde el renacer en la desesperanza, nos envían mensajes cifrados que, como exigentes lectores, debemos vislumbrar sin mayor esfuerzo sobre la empatía de nuestros sentidos con el cosmos y lograr salir de la manada para ver con claridad en que planeta giramos.