¿Qué hay dentro de la mente del historietista Charles Burns? Es una de las tantas preguntas que uno se hace al pasar las páginas de cómics como El Borbah, Skin Deep o su famoso Agujero Negro. Burns ante todo es único. Un directo heredero de los viejos cómics de EC que estremecieron con sus historias de terror a toda una generación de lectores en la década de los 50 en Estados Unidos. Burns es único y difícil de etiquetar.
Con historias donde refleja su gusto por lo bizarro, lo sórdido y lo monstruoso, a Charles Burns se le han trazado paralelos en el cómic con cineastas como David Lynch o Cronemberg por su habilidad de recrear atmosferas de pesadilla como lo han hechos estos autores. Es simpático pensar que de niño la lectura de los álbumes de Tintín, con su dibujo de línea clara lo haya afectado tanto como para, años después, crear la obra que nos ocupa.

La llamada “trilogía de Nitnit” abarca los álbumes, traducidos al español como: Toxico, La Colmena y Cráneo de Azucar. Un trabajo que empezó a publicarse desde 2010 hasta el2014. Publicada originalmente en formato de BD (bandé dessinnée) al estilo europeo como un guiño a su amado Hergé, la trilogía nos cuenta la historia de Doug, un joven interesado en los cómics, la fotografía y la poesía que gusta de ejecutar algunos performance en conciertos de sus amigos con la técnica de cut- up creada por William Burroughs, profeta del movimiento Beat y quien también es un referente en la obra de Burns. En los tres libros Burns experimenta por primera vez con el color logrando resultados verdaderamente sobresalientes, en los que los colores planos y su línea clara, tiene resonancias con obras de Pop- Art. Burns es un autor que ya venía trabajando de manera bastante buena con el uso del blanco y negro y aquí, en esta obra, gracias al color, su labor como dibujante se ve notablemente enriquecida.

La trilogía se desarrolla básicamente en dos planos. El primero que vendría a ser las experiencias vividas dentro de un marco realista de la vida de Doug, su encuentro y relación con Sarah, una mujer con la que tendrá una relación sentimental turbulenta y con toques angustiosos constantes y el otro plano es el universo donde se mueve el personaje de Nitnit, que vendría a ser como lo sugiere la obra, el alter-ego de Doug, en un mundo poblado de criaturas extrañas y repulsivas y donde ciertos objetos que aparecen como huevos, cráneos y formas biológicas sugestivas que quizás pretenden aferrarse a nuestro inconsciente para quedarse allí y producirnos desasosiego.
Y es que justamente es en ese espacio, el del mundo del inconsciente, que los relatos y formas de Charles Burns es que se vuelven tan potentes. En una especie de relato de horror psicológico que va en continuo crecimiento, Burns nos va disparando viñeta tras viñeta, las sensaciones de los personajes, en este caso, las del personaje principal Doug, que pareciera querer evadirse a otros espacios mentales donde no tenga que enfrentar su vida, donde no tenga que recordar su pasado con Sarah y su exnovio que la acosa y la persigue constantemente y parece recordarle a ambos que hay algo más allá de las zonas de confort, que entre las tinieblas hay formas horribles esperando saltarles encima para enloquecerlos y destrozarlos.

El ritmo de esta trilogía es similar a una maquinaria que lenta y pesadamente se va arrastrando y dejando esparcidas huellas a su paso por nuestra mente. A veces uno quisiera que hubiera aire suficiente para respirar, pero todo alrededor apresa al lector, lo asfixia, aunque Sarah comparta con Doug esas viñetas de cómics románticos de los 60 que tanto disfruta sabemos que detrás de tanto amor y dulzura, detrás de tanta entrega y dulces palabras, hay algo terrible que se está alimentando de los cuerpos y sobre todo se está gestando, como una forma amenazante y cruel en el interior de los seres.

Ya en Agujero Negro, la otra gran obra gráfica del autor, Burns nos había mostrado esa peculiar maestría para introducirse en la vida y los conflictos de los adolescentes. En Agujero Negro, la metáfora de la carne humana contaminada por un virus que se transmite por vía sexual le sirve a Burns para hablar de cosas, como lo difícil de crecer, madurar y tomar responsabilidades. Estos adolescentes atormentados del autor tienen la alternativa de hundirse en sus respectivos Agujeros Negros o enfrentar la rudeza de una vida que muchas veces los sobrepasa.
Tanto en la trilogía de Nitnit como en Agujero Negro, los protagonistas deben, para sobrevivir y continuar con sus vidas, arrancarse la vieja piel que ya no soportan ni les útil para nada y dejar atrás los nidos de oscuridad y angustia, los cajones con retorcidos secretos ocultos, si es que quieren sobrevivir en un presente que nunca, pero nunca, dejará de ser amenazador.
Los seguidores de este historietista encontraran la calidad habitual en dibujo y guion y saborearan como de nuevo el autor se adentra dentro de nuestra psique y como un despiadado cirujano nos abre en tajadas el cerebro y nos puebla de densos terrores. De nuevo, Burns es una invitación a sumergirnos al fondo de nuestros abismos interiores. Y eso es todo un placer.