No se puede volver

«Su obra no es, por consiguiente, retrato, autorretrato o reproducción, a menos que pudiera decirse que el hijo lo es de la madre.»

Fernando González sobre Ricardo Rendón

Había una frase que usaba para referirme a algunas lecturas, era una frase que hace inentendible la valoración del libro y que luego de dicha me servía para no explicar lo que me había pasado con algo que leí. La frase era más o menos así: «Este libro me salvó la vida». Ahora, pasados los años y menos dramático, la cambié por esta: «Este libro me salvó el día, la semana o el mes». El libro que me salvó el día hace unos meses fue ¿Es así como me ves?; traducción de Lorenzo Díaz) (La Cúpula, 2019) de Jaime Hernández, aunque en realidad fueron dos libros: el de Hernández y La entrevista (Salamandra Graphic, 2014) de Manuele Fior. Libros que leí como refugio hace unos meses. Me salvaron, me aferré a ellos y los usé para estar ahí un rato mientras pasaba todo. Y sí, a uno la literatura, el arte, las historietas, le pueden salvar el día y la vida, así el comediante de turno de Twitter diga lo contrario. Ya lo escribió el poeta Fabián Casas «La literatura no es un lugar donde esconderse, es un lugar donde encontrar».

Pero no hablaré acá de los dos libros, sino del primero y desde luego no contaré por qué me salvó la vida, o el día, pero sí intentaré hablar de otras cosas, que aunque inexplicables de forma explícita son una manera de exponer lo leído.

Una cortada conversación de Maggie y Hopey.

Lo primero es que con Jaime Hernández descubrí algo que me interesa cada vez más en los libros de cómics, algo que tiene que ver más con la contemplación que con la narración, un libro de cómic me interesa sobre todo cuando puedo quedarme mirándolo por mucho rato. Bueno, todos se pueden mirar, lo que intento decir es que no es solo mirarlo, de lejos o de cerca, con todos se puede hacer eso, me interesa cuando puedo verlo y quedarme ahí, ver entre sus páginas y deslizarme en sus líneas tratando de descubrir el misterio. Habitar en las viñetas, en los cuadros y las pinturas como le enseñó Deeze (Diego) el hermano mayor a Karen Reyes, la niña lobo que dibujó Emil Ferris. Eso lo descubrí de tanto mirar por ratos largos algunas páginas de ese universo de Jaime, de ver sus dibujos, de tratar de habitar en esas formas de negro sobre blanco, dejándome llevar por la línea que le da forma a sus sólidos negros. Tal vez por eso un libro como estos me puede salvar el día o la vida ¿Qué más podría salvar la vida sino algo así? Algo que no habla de la urgencia del presente y la noticia diaria y ripiosa. Porque bien sabemos que la belleza, que es la que te puede salvar, no está hecha de tendencia.

Hace unos días la escritora chilena Diamela Eltit respondía a una pregunta sobre la literatura del yo o literatura selfie lo siguiente «Lo que deberían contestar los escritores, los poetas, es, en cambio: yo no soy yo, sino un otro. O como dice García Lorca: “Yo ya no soy yo”». Y esa respuesta, tan alejada de lo que hace Jaime -aunque Jaime es de los dibujantes más latinoamericanos que existen- me sirve para explicar algo sobre este libro que está hecho a partir de capítulos en los que Jaime no es ni Hopey ni Maggie, nunca lo es, nunca lo ha sido, aunque muchos crean que Jaime es Hopey o Maggie, o Hopey y Maggie tienen mucho de Jaime, pero Jaime es otro, ellas son otras, y en este libro, ellas: Maggie y Hopey, en un fin de semana están viéndose y viéndose a la cámara o viendo la cámara, y nosotros los lectores las vemos y ellas siguen viéndose entre sí, desde arriba y desde un lado, siempre con una pregunta que les tambalea en la mirada ¿Es así como me ves? Que es la pregunta que le da nombre a este libro y es la pregunta final que lo cierra.

Maggie ante el espejo y la cámara.

Ahora bien, ¿por qué esa pregunta? La respuesta parece inmediata, Maggie y Hopey hace un tiempo que no se ven y en un fin de semana en el pueblo donde crecieron (Hoppers) vuelven a encontrarse, se ven de nuevo, y en ese verse de nuevo, con unas Maggie y Hopey mayores, más vacilantes que de costumbre, ellas y todo lo demás se ve una manera distinta, ellas se reconocen de otro modo y no ven ya ciertas cosas que veían antes. Pero no solo ellas, Maggie y Hopey se ven, en su encuentro de unas noches y unos días; ven además el lugar de su adolescencia de otra forma, que ya no es el lugar, es otro, es un pueblo ausente, porque el tiempo ha pasado y ellas han venido a habitar ese recuerdo que tratan de reconocer. Así, en pequeñas escenas, intercaladas por momentos del presente y escenas del pasado y siempre precedidas por un dibujo de toda la página se abre cada uno de los momentos que pasan, el primero de ellos es ¿Miro a la cámara o me miro? En inglés Do i look at the camera or do i look at me? Con una Maggie mirándose a un espejo y tomándose una selfie, pero no se trata de una selfie lo que pasa, la narración gráfica con Maggie y Hopey, en esas primeras horas es más gestual, ellas hablan entre sí, y van a lugares y deambulan, pero lo que sucede es un juego de miradas, una manera de verse en un nuevo tiempo donde ellas son otras. Y esas miradas poco se cruzan ¿Qué las distrae? ¿Qué se interpone? ¿Las nuevas ocupaciones, las rutinas? Tal vez la respuesta está en el tiempo, en cómo cambia lo que sucede con el tiempo, cómo cambian los cuerpos, algo que, como bien sabemos, en esos espacios dibujados por Jaime Hernández es algo que no se articula como artificio, esto es, al contrario, una representación paralela a su vida, pues ahí,  no solo en el efecto de la indicidad está su huella, la del autor en los últimos cuarenta años, no como una intención de registro, ni siquiera de memoria o realidad documental, más bien como un espejo en el que ha ido reflejando entre negros y blancos, su modo de ver.

Maggie y Hopey.

Ahora bien, para detallar un poco esto, hay varias momentos del libro que pueden subrayarse; en las últimas páginas del primer episodio Maggie y Hopey están en un cuarto de hotel, primero Maggie en un baño semidesnuda pensando cómo salir al lugar donde está Hopey, es un intento imaginado de atraerla, pero ella, Hopey está entretenida con una llamada y apenas la ve cuando sale, es por eso que Maggie cae en la cama como si estuviera sola. Luego Hopey le pregunta algo a Maggie y eso hace que intente tocarla, es un gesto mínimo el que sucede, como si se tratara de un reconocimiento de algo que no se ha visto antes. Luego de tantos años parecen unas desconocidas. Todo cierra con una Hopey con la mirada en otro lado, perdida, tal vez en otro lugar que no es el de esa noche.

Un paseo entre Maggie y Hopey.

En otra parte del libro Maggie va a una fiesta, en un lugar en el que no conoce a nadie, solo hay desconocidos y algunos de la otra época, ella solo mira, con la extrañeza de siempre, en un momento ve a jóvenes tirados en el suelo como lo hacía ella. Al final de ese pequeño tramo desliza unas palabras en su monólogo recordando algo que le dijo Hopey «No se puede volver». Y a pesar de esa imposibilidad, ese no poder volver, Maggie continua, deambulando en ese submundo, ¿Acaso Jaime ensaya aquí una versión de “Comala” gráfica?  Con un Hoppers que se hace, aún más fantasmal con la presencia de una Izzy sin rostro que se le aparece.

Ante el espejo ya no se ve nada.

Y acá vuelvo al paso del tiempo, para cerrar sin responder la inquietud del libro como lugar que me hizo soportable los días de haces unos meses. Lo que ha hecho Jaime Hernández, entre muchas cosas con Locas, además de ser un otro, es la representación gráfica que nos puede mostrar, sin trucos, que el tiempo pasa, siempre está pasando; los personajes mueren, las relaciones se deshacen, los personajes se envejecen, los lugares son otros, eso es lo que ve Maggie en ese fin de semana, todo pasa, a todos nos pasará, por eso ya no se ve ahí. Entre ese mundo fervoroso y juvenil de los años ochenta que se contrae en su presente, hay desde luego una distancia y un paso del tiempo, que las afectó, las modificó, es por eso que las preguntas vuelven siempre ¿Es así como me ves? ¿Ahora? Y sí, es lo que hay, y lo que habrá.

Mario Cárdenas
Mario Cárdenas
Estudió literatura en la Universidad del Quindío. Ha escrito en diferentes medios sobre cómic y literatura. En sus ratos libres se dedica a tomarle fotos a "Caldera" su Bull terrier.
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