La figura del chivo expiatorio ha estado presente a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. Ese señalamiento fácil y reduccionista que busca encontrar en un individuo, colectivo, medio o manifestación, el culpable de todos los males de la sociedad estuvo latente de una forma más evidente durante el siglo XX, tiempo durante el cual los norteamericanos fueron fiscales y verdugos de primer orden.
Si el cine, la radio y la televisión no escaparon al señalamiento de los censores acusados de ser instrumentos de propagación de malas costumbres e inmoralidad, poco pudo hacer el cómic para quedar fuera de la lista negra. Durante la segunda posguerra mundial, cuando el crimen y los malos hábitos campeaban en Estados Unidos, las editoriales de cómic fueron señaladas como incitadores de la degradación social; para frenar tan maléfico instrumento se tomaron medidas en contra del lenguaje y de la iconografía explícita dentro de las revistas de narraciones dibujadas. El 26 de octubre de 1954 la paciencia de los puritanos llegó a su límite cuando, con un inconfundible tufillo a cacería de brujas y macartismo, se creo el Comic Code Authority, con la aprobación de la Asociación de Revistas de Historietas de los Estados Unidos (Comic Magazine Association of América, Inc.)
El código de censura para historietas está dividido en cuatro grandes partes: Estandartes Generales parte A, parte B y parte C y Material Publicitario, tocando todos los aspectos de la edición de historietas se buscaba ponerle punto final al material en texto o en imágenes que pudiera herir la susceptibilidad del lector o fomentar el crimen. Nada es más efectivo para conocer una sociedad que sus prohibiciones y el Comic Code Authority está cargado de pistas para acercarnos un poco más al país de McCarthy: en el numeral cinco, de los Estandartes Generales (parte A), encontramos indicios de tal afirmación cuando se dice que en los comics: “Los criminales no serán mostrados como personas glamorosas u ocupando una posición que incite un deseo a la emulación”, pero más evidente es el punto inmediatamente siguiente: “En todos los casos, el bien habrá de triunfar sobre el mal y el criminal deberá ser castigado por sus actos”.
Si algo distingue a la historieta de muchas otras manifestaciones, como hermana de la literatura de folletín (pulp magazine), es el constante uso de situaciones y personajes ligados con el inframundo y los monstruos románticos y de leyenda, pero el código de censura le cortó las piernas al cómic en 1954 cuando en el numeral cinco, de la parte B, afirma: “Están prohibidas las escenas y los instrumentos asociados con muertos vivientes, tortura, vampiros y vampirismo, fantasmas, canibalismo y hombres-lobo.”
En la parte C de los Estandartes Generales, el código de historietas se divide en cuatro subpartes: Diálogos, en donde se prohíbe el uso de obscenidades, blasfemias y el exceso en vulgarismos; Religión, en contra del ataque de los cultos; Vestido, en el cual se extirpa el encanto por las curvas: “Las mujeres serán dibujadas de manera realista, sin exagerar ninguno de sus atributos físicos” y las disposiciones para regular el tema de Matrimonio y Sexo, en el cual sorprende el numeral uno en el país de los liberales: “El divorcio no será tratado humorísticamente ni presentado como algo deseable”.
El código terminó por reducir el interés en las historietas de la llamada edad de oro del cómic norteamericano, Superman tendría que cuidarse de los acercamientos pecaminosos con Luisa Lane, el Capitán América se vería en la necesidad de reducir las violentas peleas con sus enemigos, la Mujer Maravilla esperaría el favor del dibujante de turno para reducir sus curvas y alargar su vestido y hasta Batman se cuidaría de no mencionar el divorcio con Robin. Las editoriales que apoyan el código de censura son respaldadas con un sello de aprobación (“approved by the comic code authority”), el cual aún aparece en algunas revistas actuales de cómic norteamericano. Sin embargo el código no fue asumido por todas las editoriales norteamericanas, la compañía de comics EC (Entretaining Comics) fue una de las pocas que rechazó la censura y continuó editando títulos como Cript of Terror y Vault of Horror, dando cabida a nuevos talentos que producían con total libertad y no encontraban lugar en el mundo de las historietas censuradas. Estas pequeñas editoriales y los autores que rechazaron esa cacería de brujas contribuyeron con la formación de una nueva era dentro de la historieta norteamericana, que tomó el nombre nada fortuito de cómic underground.