miércoles, noviembre 6, 2024

¿Por qué hay prejuicios sobre la historieta popular mexicana?

Hace años, uno de mis profesores me contó que cuando él era niño sus padres le tenían prohibido leer historietas y a cambio, lo llevaban a ver títulos «menos nocivos» a la Librería de Cristal que se ubicaba en la Alameda Central de la Ciudad de México. En una de sus clases, él me obsequió un libro sobre tiras cómicas que era parte de su biblioteca particular. Yo siempre tuve la impresión de que, en secreto, él era un lector de cómics aunque su fachada de investigador no le permitía reconocerlo. Esto quizá, por los prejuicios con los que él creció. Pero, ¿de dónde surge la asociación a la vulgaridad y pobreza que pesa sobre la historieta popular mexicana? Vamos a hacer un breve recuento.  

El inicio de la etapa moderna de la historieta en México coincide con el termino de la fase armada de la Revolución. En los años veinte estas series inundaron las páginas de los suplementos dominicales de los periódicos. En la segunda mitad de la década de los treinta comenzó el auge de las historietas; se desprendieron de los periódicos y empezaron a publicarse en revistas misceláneas donde, en un solo ejemplar, aparecían títulos de diferentes autores. Es así como en 1934 apareció Paquín. Posteriormente, en 1936 nacieron Chamaco y Pepín. Estas tuvieron su época de oro en los años cuarenta donde se imprimían millones de ejemplares que eran leídos por prácticamente todo México.

Es con el auge de estas revistas cuando grupos conservadores, religiosos e incluso sindicatos vieron un peligro en las revistas de historietas. Se habían pronunciado en contra de ellas por considerarlas opuestas a las creencias religiosas y los valores nacionales. Ante la ola de protestas, en 1944 el gobierno creó la Comisión Calificadora de Periódicos y Revistas Ilustradas, la cual estaba a cargo de revisar que las publicaciones no mostraran textos o imágenes que ofendieran el pudor y las buenas costumbres.

La visión negativa sobre las historietas quedó inmortalizada en obras literarias como Nueva Burguesía, de Mariano Azuela. A los nuevos ricos que había dejado la Revolución, se les caracterizaba como personas vulgares y sin educación, quienes, a pesar de tanto dinero, joyas y lujos no podían desprenderse de las «lecturas arrabaleras».

También se pensaba que los cómics eran simples lecturas infantiles ─aunque eran leídos principalmente por adultos─ por lo que en aras de encausar a la niñez, en una escuela de Tamaulipas, el pintor Ramón Cano Manilla realizó el mural Ignorancia y cultura (1949-1951). En la obra, la ignorancia está representada por un infierno donde se muestran los peligros que acechaban a la sociedad: drogas, crímenes y por supuesto, historietas. Cano Manilla pintó a un demonio que lleva a la hoguera torres de revistas entre las que se alcanzan a ver los títulos Paquín, Pepín y Chamaco. Es probable que el autor pensara que esa imagen persuadiría a los niños de comprar esas publicaciones infernales. Curiosamente, el mural parece una predicción de la quema de historietas realizada por grupos conservadores en 1954 en el Zócalo de la Ciudad de México.

La Familia Burrón de Gabriel Vargas.

En diversos textos, la élite intelectual de aquellos años hacía mención de las supuestas afecciones ocasionadas por la lectura de las historietas en los niños, las cuales iban desde «falta de función cerebral» (lo que sea que esto signifique), degeneración de músculos y deformación de la columna vertebral. Para rematar, se decía que el único destino posible para los desafortunados lectores era ser carne de presidio, general matón, o estafador. Visto a la distancia, todos esos argumentos resultan risibles.

Por otra parte, para muchos, aceptar que crecieron leyendo historietas implica asumir que vienen de un barrio y la no pertenencia a una clase privilegiada. Sergio Pitol escribió que, cuando se ponía a hablar de La Familia Burrón con Luis Prieto y Carlos Monsiváis, el resto de los amigos sacaban a relucir ingeniosas frases en francés tratando de poner una distancia con ese mundo popular: «había quienes de algún modo se sentían aludidos por las circunstancias de Borola, como si aquellas historias truculentas llegaran a zonas ocultas de su ser».

Ahora pasemos a los estudios académicos. En 1972 se publicó Para leer al Pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, un texto que hasta la fecha forma parte de la bibliografía de algunas carreras ─aunque ya existen nuevas conceptualizaciones─. Este libro tenía el enfoque de la Escuela de Frankfurt, específicamente lo propuesto por Theodor Adorno y Max Horkheimer, quienes veían a la cultura de masas como una máquina de reproducción cultural que creaba bienes estandarizados utilizados para manipular a la sociedad.

Para leer al Pato Donald, Ariel Dorfman y Armand Mattelart.

En su momento, el libro de Dorfman y Mattelart fue importante para los estudios de comunicación de América Latina y su teoría influenció a otros investigadores. Se ciñen a esta vertiente los libros de Irene Herner: Tarzán, el hombre mito (1974), donde concluye que este personaje es un mito del imperialismo, y Mitos y monitos: historietas y fotonovelas en México (1979), publicación donde llega a una conclusión similar pero con personajes como Kalimán.

En esa década, Higilio Álvarez Constantino escribió La magia de los «cómics» coloniza nuestra cultura (1978), un libro donde el autor alegaba que Superman, Donald, Mickey y demás personajes habían alejado a los niños de la cultura nacional. Además, en Impacto de la revista, la gran prensa y la historieta en la conciencia social (1983), Víctor Hugo Bolaños Martínez sostenía que estas publicaciones (sobre todo las historietas) creaban en el lector un sistema de juicios negativos que lo terminaban conduciendo a la violencia (algo así como lo que siempre se ha dicho de los videojuegos). En tiempos en que preponderaba la corriente marxista en la academia, se manejaba el discurso de que el cómic era alienante y que el lector contribuía con el imperialismo al comprar estas revistas.

Puros cuentos. La historia de la historieta en México, Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra.

En esta parte es necesario mencionar que los libros de Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra tienen una perspectiva diferente. Los tres volúmenes de Puros Cuentos. La historia de la historieta en México, publicados entre 1988 y 1994, fueron resultado de la investigación realizada para armar la exposición que llevó el mismo título, y que se presentó en el Museo de las Culturas Populares en 1987. Es una lástima que no se haya hecho una reedición de estos libros ya que constituyen una lectura imprescindible.

Aún en estos años hay una visión que se perpetúa: la vulgaridad. Un libro de investigación histórica sobre historieta que actualmente se reedita es Del Pepín a los Agachados. Comics y censura en el México Posrevolucionario de Anne Rubenstein. Desde las primeras páginas la autora menciona que «en México los cómics son ubicuos y vulgares, en todos los sentidos de la palabra». Aunque la publicación aporta datos significativos y es un estudio riguroso, parte desde una premisa negativa.

El investigador Genaro Zalpa menciona que hay estudiosos que utilizan un argumento circular donde «se afirma que las clases populares son simples porque leen historietas y las historietas son simples porque son la lectura favorita de las clases populares».  Esto hace que se sobrevalore la importancia de lo que ellos sí leen y se termine menospreciando lo que no les es conocido.

Probablemente, los prejuicios ya mencionados impactaron en la decisión de formar archivos donde se preservara a las historietas mexicanas. Sin embargo, ¿quién puede evaluar qué material es importante y cuál no? Otras publicaciones ─que nadie consulta─ pueden estar en fondos especiales de las bibliotecas porque la tradición académica y el imaginario cultural les ha dado algún valor sobre lo que, a su parecer, son los «documentos importantes».

Como vimos, los prejuicios no se originan de la nada sino que son resultado de un proceso que se ha ido labrando a lo largo de las décadas. A la historieta popular se le ha asociado con ser una lectura infantil y preferida por gente sin educación. Afortunadamente, en México la visión académica sobre el cómic de las décadas anteriores ha ido cambiando en los últimos años. Más allá de los prejuicios, la historieta mexicana ha mostrado que tiene un valor documental y que constituye un testimonio visual de la época en que fue producido. Es hora de apreciar la riqueza y tradición que ha tenido la historieta popular mexicana.

Este artículo se publicó originalmente en Tándem Cómics en febrero 17 de 2021. 

Bibliografía

  • Azuela, Mariano, Nueva Burguesía, México, FCE, 1985.
  • Camacho Morfín, Thelma y Aidé Guadalupe Piña Rodríguez, “La satanización de la historieta en el muralismo mexicano” en Memoria del Segundo Seminario de Investigación en Historia y Antropología, México, Universidad Nacional Autónoma de Hidalgo, 2011.
  • Hernández Nieto, Laura Nallely, «La batalla contra la censura de la revista de historietas Pepín» en Prensa periódica, géneros e historia literaria siglos XIX y XX, México, Instituto de Investigaciones Filológicas – Instituto de Investigaciones Bibliográficas UNAM, 2021.
  • Rubenstein, Anne, Del Pepín a Los Agachados. Cómics y censura en el México posrevolucionario, México, FCE, 2004.
  • Pitol, Sergio, El arte de la fuga, Barcelona, Anagrama, 1996.
  • Zalpa, Genaro, El mundo imaginario de la historieta mexicana, México, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2005.
Laura Nallely Hernández Nieto
Laura Nallely Hernández Nieto
Es investigadora de historieta y caricatura mexicana. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra por la misma institución, y licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha publicado en libros colectivos y revistas académicas en español e inglés.

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