¿Puede un cómic ser un arma de guerra?

La primera vez que escuché sobre los cómics producidos por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la pregunta: ¿puede un cómic ser un arma de guerra? resonó en mi mente. Fue en un evento de estudiantes de historia en la Universidad del Cauca, donde se discutía cómo la propaganda política ha utilizado el cómic como medio narrativo. Durante la Guerra Fría, los gobiernos y agencias de inteligencia, especialmente de Estados Unidos, utilizaron cómics como herramientas de propaganda anticomunista. Un ejemplo emblemático es The Freedom Fighter’s Manual, un cómic producido por la CIA y distribuido en América Latina. Este material presentaba el comunismo como una amenaza a la libertad individual y la familia, promoviendo los valores capitalistas y el estilo de vida estadounidense. En Sudáfrica, bajo el régimen de El apartheid, también se recurrió a cómics para justificar sus políticas raciales y desacreditar a los movimientos anti-apartheid, como el Congreso Nacional Africano (ANC). Estos cómics buscaban consolidar el apoyo interno y contrarrestar la influencia de ideologías consideradas subversivas.

Portada de La Revolución del Llano.

Por otro lado, en la misma década, los cómics de propaganda también fueron utilizados por movimientos revolucionarios, sociales y culturales para difundir sus ideologías y reclutar seguidores. Movimientos feministas y ecologistas utilizaron cómics para educar y crear conciencia sobre temas como la igualdad de género y la protección del medio ambiente. Además, en el bloque socialista, la Unión Soviética y Cuba crearon cómics que exaltaban los logros del socialismo y promovían héroes obreros y revolucionarios. Estos cómics no solo servían como herramientas de persuasión, sino también como medios para construir identidades colectivas y resistir a las estructuras de poder dominantes.

En América Latina, grupos armados como el ELN y las FARC en Colombia, así como el movimiento sandinista en Nicaragua, produjeron cómics que justificaban la lucha armada y denunciaban la opresión estatal. Durante mucho tiempo, estos cómics eran mencionados, pero nadie que yo conociera tenía un ejemplar. No fue hasta que conocí a Mirot Caballero, historietista, investigador y entusiasta del cómic, en la Alianza Francesa de Pereira, que finalmente tuve acceso a una copia digital de uno de estos trabajos. Fue entonces cuando comprendí su poder narrativo.

Detalle: Crónicas del tiempo de antes.

El ELN, uno de los grupos guerrilleros más antiguos de América Latina, ha dejado una estela de violencia en Colombia: asesinatos, masacres, secuestros, narcotráfico y desplazamientos forzados. Su uso del cómic como herramienta de propaganda no es solo una curiosidad histórica, sino una estrategia calculada para reclutar jóvenes y justificar sus acciones. Como historietista, anarquista y caucano con raíces nariñenses, pertenezco a un suroccidente donde la muerte y la violencia se hicieron cotidianas. Esto me lleva a cuestionar qué implica el estado en los territorios rurales, la lucha por el control territorial, la violencia y narrar la guerra en cómic. Aún más, me preocupa profundamente la instrumentalización del cómic como herramienta de reclutamiento.

Detalle capítulo: La Revolución del Llano.

La crónica ilustrada La Revolución del Llano es una publicación del ELN sin fecha ni autores nombrados, aunque los indicios en su presentación sugieren que fue producida en la década de los ochenta. La inclusión de la consigna «NUPALOM», vinculada al asesinato de Óscar Moreno en 1974, y las referencias a frentes que iniciaron operaciones en los ochenta, refuerzan esta hipótesis temporal. En los años ochenta, el ELN experimentó una transformación respecto a su origen en los años sesenta, cuando surgió como una guerrilla de inspiración guevarista con fuerte influencia de la Teología de la Liberación. Mientras en sus inicios priorizó la movilización ideológica y la lucha revolucionaria con un fuerte componente político-religioso, en los ochenta se consolidó como una estructura más pragmática y militarizada, financiándose principalmente a través del secuestro, la extorsión y los ataques a la infraestructura petrolera. En esta década, a diferencia de otras guerrillas, que comenzaron a explorar procesos de paz, el ELN se mostró reacio a la negociación, manteniendo una postura más intransigente y aferrada a la lucha armada, lo que lo llevó a un creciente aislamiento político y a una mayor confrontación con el estado y grupos paramilitares emergentes.

El cómic se estructura en cinco capítulos: Crónicas del tiempo de antes, La Revolución del Llano, La Primera Ley del Llano, La Segunda Ley del Llano y La Lucha Continúa. Su objetivo es claro: formar ideológicamente a los guerrilleros en regiones como Arauca, Boyacá y Casanare. Para lograrlo, no se limita a la narrativa visual; incorpora mapas, gráficos y tablas que organizan la información de manera pedagógica, reforzando su mensaje ideológico y facilitando su asimilación.

Detalles de mapas e infografías en la historieta.

Gráficamente, la o el dibujante (se presume que fue una sola persona debido a la coherencia en el trazo) demuestra un dominio de la anatomía y del achurado, técnica que aporta volumen y refuerza la estética documental de la obra. Sin embargo, aunque los gestos y las expresiones corporales son muy elocuentes, los fondos de las viñetas son bastante sobrios y aportan poca información sobre el entorno en el que se desarrollan las escenas. Por otro lado, el lenguaje utilizado en los diálogos resulta auténticamente colombiano y regional, lo que añade verosimilitud a la narrativa. No obstante, se observan ciertos problemas en la distribución de las viñetas, lo cual dificulta la lectura fluida, así como en la ubicación de los textos dentro de la rotulación.

Uno de los apartados mejor desarrollados como cómic es Crónicas del tiempo de antes, donde en una conversación entre un abuelo y su nieto se emplea la narración en flashback. La historia es contada desde la perspectiva de campesinos que presentan al gobierno como enemigo. El eje central de la narración es la lucha por la tierra, el despojo y el desplazamiento. Se utilizan referencias históricas como la Ley 200 de 1936 (Ley de Tierras) y la Ley 97 de 1946 (Ley de Aparcería), ambas leyes se oponen, pero el cómic simplifica su impacto y las presenta como una continuidad histórica de opresión estatal.

Paradójicamente, mientras el capítulo denuncia el despojo y el desplazamiento como crímenes del estado, el ELN ha replicado estas mismas prácticas tanto en el pasado como en el presente, especialmente en regiones como el Catatumbo, Arauca y Casanare. En estas zonas, el grupo ha impuesto impuestos ilegales, robado ganado y controlado tierras a través de la extorsión. Esta contradicción no solo debilita su narrativa, sino que también expone la hipocresía de su discurso revolucionario.

En La Revolución del Llano, nuevamente recurre a la narración en flashback. En este caso, el abuelo regresa como personaje para ser violentado por un soldado. El ejército colombiano es representado como un ente violento y opresor. La voz campesina lo describe como parte de un estado terrorista, una etiqueta que en la realidad ha sido utilizada precisamente para describir las acciones del ELN y la ocupación de los territorios como microestados.

Detalle capítulo: La primera Ley del Llano.

El capítulo La Primera Ley del Llano introduce una narración fragmentada, con saltos temporales y espaciales apoyados en cartelas y viñetas repetitivas. Aquí se busca reforzar la idea de que la guerrilla no es solo una fuerza insurgente, sino un poder territorial alternativo. En La Segunda Ley del Llano, el tono se torna más discursivo y el componente gráfico pierde protagonismo frente a textos explicativos. Se incluyen fotografías que documentan el acuerdo de paz entre el gobierno y Guadalupe Salcedo, cuya posterior ejecución por parte del estado es utilizada como argumento para justificar la desconfianza de las insurgencias posteriores, como las FARC y el ELN, hacia los procesos de desmovilización.

El capítulo final, La Lucha Continúa, refuerza el mensaje propagandístico del cómic. A través de la voz de campesinos, se relatan los abusos del ejército y se hace un llamado directo a los jóvenes para unirse a la guerrilla. En este tramo, el nieto, ahora completamente convencido, decide separarse de su comunidad y abrazar los ideales revolucionarios, contando con el beneplácito de su abuelo. Esta escena no solo cierra el círculo narrativo, sino que también simboliza la transmisión generacional de la lucha armada, presentándola como un destino inevitable y heroico.

La Revolución del Llano no es solo un cómic; es un espejo distorsionado de la historia colombiana. A través de sus viñetas, el ELN intenta reescribir el pasado y justificar su violencia, pero, al hacerlo, revela su propia complicidad en la perpetuación del conflicto. Este cómic no es un caso aislado: actualmente, me encuentro en la búsqueda de un segundo cómic publicado en este siglo, lo que demuestra que la producción de estas obras no es arbitraria. En un país donde la guerra ha marcado a generaciones enteras, donde hoy existen más de cincuenta mil personas desplazadas y un número alarmante de muertos en el Catatumbo, es crucial reflexionar sobre cómo el control por la memoria no se libra únicamente en los campos de batalla, sino también en los medios periodísticos, en las investigaciones académicas y, por supuesto, en las páginas de un cómic. ¿Estamos dispuestos a cuestionar las narrativas que nos han sido impuestas, incluso cuando vienen empaquetadas en un formato tan seductor como el cómic?

 

Javier Peña Ortega
Javier Peña Ortega
Artesano de historietas, cartógrafo y etnohistoriador. Autor de Cerrado Atrato y otros cómics. Residente de Casa Tramas, donde dirige el CoLaboratorio de creación de narrativas visuales.

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