Pero la vida es bien cabrona
Por eso me río de ella like si fuera una broma
Kaydy Cain – Perdedores del barrio
Estas historias son un recuerdo, una vibración, a lo que fue y es el underground de las historietas, por lo menos en España, una estética que se resiste a desaparecer. Que nos recuerda un tipo de historieta, fundamental no solo para el género autobiográfico, esencial para el desarrollo del periodismo en historieta. En los últimos años donde ha primado la formalidad y las etiquetas para las historietas, siempre es refrescante leer una como esta: descolocada, divertida, vital, llena de detalles, de ramplonerías, vicios y otros excesos, pero a su vez, cruel, atravesada por varias heridas, por lo que pasa con la vida de los niños más vulnerables, la vida de los adultos que han crecido a las patadas y, cómo estos cuerpos deben sobrellevar todo lo que los amenaza a su alrededor. Todo eso y más, viene empacado en Carne de cañon (La cúpula, 2019) de Aroha Travé, una historieta de barrio, de unas periferias que no se parecen en nada a las postales que nos llegan de España, una España distinta, negada, escondida, que, en la versión de Travé, cobra formas con su dibujo.
Ahora bien ¿Quiénes son los Carne de Cañon en el libro de Travé? Son dos niños, pero pueden ser muchos, las historias del libro gravitan en la vida de dos críos: La Yanira y el Kilian, dos hermanos, dos de los hijos de una madre cabeza de familia que trabaja para sostenerlos porque el padre no existe, es ausente, dos hermanos que viven en un barrio obrero junto a otro menor (El Jose) un niño autista que no para de tocar la organeta, dos infantes que van perdiendo su inocencia, o lo que les queda, entre aventuras con yonkis, vecinos extraños, amigos pesados, accidentes caseros, abusadores, mugre, ruinas, drogas, ratas y otras pesadillas. A todo eso están expuestos, en medio de esto tratan de vivir, con alegría y con la creatividad que se superpone a su realidad.
La Yanira y el Kilian echan mano de la imaginación, para crear y resistir, para entender y hacerse un lugar en sus años de infancia, estos niños, son como muchos otros, cuerpos que están al borde, sitiados por las difíciles condiciones sociales y económicas que los hacen estar expuestos a cualquier daño, por eso andan al límite, sin saberlo, en sus primeros años que se contaminan por los excesos y la precariedad, por unos afectos lacerados y las carencias que se multiplican. Solo en la creatividad encuentran refugios o maneras de entender qué pasa, porque lo que pasa en medio de todo un ambiente descontrolado es el horror, el horror para los niños que son la carne de cañón de esa otra España con aire a Trap, una España que es igual a lo que pasa en otras partes, en otros mundos opresivos y sin oportunidades, mundos en los que el tejido social está roto y las oportunidades son una ilusión. Y por eso hay que escapar como se pueda de ahí, y, si no se puede, por lo menos imaginarlo.
Uno de los elementos fascinantes de esta historieta es el cuerpo textual, las palabras, la lengua y los diálogos que en ocasiones se hacen inaccesibles, pero que conservan las formas de decir y hacer y de nombrar las cosas. Los hermanos y los otros personajes hablan a medidas, con frases cortadas, palabraspegadas, en una jerga, similar a las jergas de los barrios populares de Latinoamérica, una lengua que inventan, como pueden, con vitalidad, para tener maneras de nombrar la realidad, de llamar a las cosas en su mundo. En este caso la jerga, la lengua, no es la lengua oficial de los medios, la jerga es un río, que se desborda, que no atiende a usos y correcciones. Esos detalles además de conservar la naturalidad de lo representado, lo cargan de una vitalidad que atrae en la lectura, porque mientras los vemos conversar, mientras ellos hablan, lo que se dice, se engancha con las expresiones de los dibujos, con los detalles de cada viñeta, la imagen de un pesebre, con las pegatinas, los afiches mal cortados, los pedazos de suciedad, con los gestos de algún personaje moribundo, con las formas de sus cuerpos irregulares, exentos de armonías y con las miradas perdidas de los personajes que están intentando cazar alguna esperanza.
En este puñado de historias, la composición en página es de dos viñetas, no hay grandes juegos de composición, aun así, la secuencia en la página no pierde fluidez porque Travé no solo describe escenas, dibuja escenarios geniales, hace que los niños no se vean disminuidos en su mundo, ella representa al detalle las formas de los niños que se expanden y se hacen grandes en las viñetas, usando recursos narrativos y gráficos que en apariencia parecen sencillos, pero que crean una cercanía para el lector.
Lo que pasa en Carne de Cañón no es fácil de digerir por momentos, se hace divertido, en ocasiones es entretenido pero es una sumatoria de retratos en los que las condiciones no son las mejores, en los que la realidad no solo es sucia, es dura, cruel. Esta es otra de las caras que el realismo capitalista trata de ocultar, el ángulo oculto donde viven los otros, pero en ese reverso, gracias a las representaciones de Travé, queda como testimonio de lo que significa estar en la primera fila de la batalla.
*A propósito de esta reseña, es una lástima que los libros publicados por Ediciones LaCúpula no tengan distribución en Colombia. Siempre es un azar encontrar un libro de esta editorial acá. Lo poco que llega, se queda en las manos de algún lector interesado que lo guarda en su biblioteca privada. Así, nos perdemos de leer libros como este y otros más de su catálogo, algo que seguro pasará con la nueva y ambiciosa edición de Krazy Kat de George Herriman que está preparando la editorial para los próximos años.