La artista checa Katerina Cupová reversiona una obra teatral centenaria de Karel Capek. La versión historietística de R.U.R. recupera un arco de 1920 para reflexionar sobre los problemas de este 2022. Lo humano y sus creaciones, el final de todo lo conocido como su máximo logro y el buscar la responsabilidad en el otro como el rasgo que nos une.
Luego de la Primera Guerra Mundial, el Imperio austrohúngaro se había desvanecido y dejado tras de sí una huella cultural imborrable que continuó despertando la vena artística en sus habitantes, solo que esta vez, no ciudadanos de un imperio sino de unos países pequeños y fragmentados. De esta época es el dramaturgo Karen Capek, el cual fue un escritor que nos dio el tópico del Robot, mientras que su compatriota Hasek nos hablaba de los efectos de la guerra. Este es el contexto del comic R.U.R. Rossum´s Universal Robots (Since 1920) de la dibujante Katerina Cupová. Una adaptación de la obra de teatro del mismo nombre, hecho en acuarelas y que toma las principales ideas de la literatura de comienzos del siglo XX y las plasma en dibujos: el miedo al futuro tecnológico, la alienación del hombre y la vuelta a la espiritualidad perdida.
La versión original, de la que bebe el comic editado por La Cúpula, es una obra de teatro en la que se explora la idea de un futuro en el que los Robots hacen el trabajo pesado (un esbozo de las malas ideas que ha tenido el hombre con respecto a la tecnología). La dibujante nos trae una nueva versión, partiendo de una premisa que nos golpea respecto al presente en que vivimos: «¿Qué tipo de obrero preferimos cuando existe la creación de perfección técnica?». Luego, nos presenta las dos miradas de ese futuro pasado de la obra. Por un lado, Helena Glory, una joven que quiere conocer la fábrica a la cual mira con recelo e incluso miedo. Por el otro, Domin Rossum, un vendedor astuto, heredero de la fábrica que construye y crea robots a su antojo, según las exigencias del mercado. Arrogante y seguro de su creación, entendiéndose como hijo de dioses que manipulan su obra a su antojo, modificándola y mejorándola, porque no hay nada más seguro que el progreso.
La ironía oculta que nos presenta la obra es la creación de los Robots, la cual, según Domin, fue por un accidente, no algo intencional. Se confirma entonces que la serendipia es la piedra angular de muchas de las anécdotas científicas que han moldeado a nuestro mundo desde tiempos muy remotos. Buscando la piedra filosofal encontramos otro montón de herramientas que terminaron siendo mucho más rentables. El proyecto de los Robots de Russum coquetea con la idea de jugar a ser el Dr. Frankenstein a costa de un desconocido destino. Se suma a esto la idea utilitarista del trabajador, que ya estaba en boga por los años 20 y que luego será mejorada con los modelos conductistas de psicología. Así, el humano debe cumplir unas funciones y roles específicos a cambio de una recompensa. Si no lo hace, será desechado, como sucede en la obra con los Robot que rompen el protocolo al que estuvieron determinados desde su nacimiento.
En este panorama, Helena, la humana más humana, incapaz de ver a los robots como simples autómatas, hace parte de una organización que no busca acabar con la construcción de los robots sino darles derechos. Y eso se lo pide a Domin, que, encantado por la belleza e inocencia de Gloria, le termina pidiendo matrimonio. La solicitud, luego de hablar con la Directiva de la empresa, resulta ser un chiste, una imposibilidad irónica puesto que ya el camino está recorrido y el resultado es que han ocupado a todos los robots en todas las labores manuales y se redujo a los humanos a un material mendicante. La solicitud de Gloria, entonces, es igual de importante a la principal característica que ella les adjudica: todo robot es igual a su dios, por ende, es imperfecto. Se hace necesario dotarlo de algo que ya el ser humano posee. El preludio se cierra con Gloria aceptando la propuesta de matrimonio, para así poder hacer la modificación que ella quiere desde dentro, implantando las modificaciones a su gusto utilizando el poder que tendría con su empatía y el ser la esposa del dueño de la empresa.

Posterior a esto, el primer acto arranca con un sueño, más bien con una pesadilla que se une a un secreto: «El mundo ha cambiado». El tiempo ha pasado inmisericorde demostrando en voz de uno de los personajes una frase tan fuerte que es imposible ignorarla: Contra la naturaleza no podemos hacer nada. Helena, en la búsqueda de respuestas, se encuentra con Alquist, un personaje construido como se ve, bajo el influjo del expresionismo. Un personaje que al ver la forma en la que la máquina ha reemplazado al ser humano, y este se ha vuelto solo materia, busca refugio en lo religioso, ve un presagio apocalíptico e insiste en la expiación del progreso imparable. En este punto, nuestra heroína va conociendo el problema real, y cada personaje, a su manera, se lo va dibujando, demostrándole que su sueño no era un sueño; era una verdad que se buscaba ocultar delante de los ojos de todo el mundo. Dotar al robot de aquello que el hombre ya poseía significaba entender que da paso a la revuelta, da paso a la expulsión de un nuevo
paraíso en el que el hombre es innecesario y lo único que le queda es pedir al cielo por medio de plegarias un deseo que es vacío de sentido.
La imposibilidad de dar marcha atrás a la creación la comprenden los personajes desde varias premisas. Primero está la asignación de culpas, las directivas, desde su ego, acusan a las necesidades de mercado la construcción de una cantidad de robots mucho más avanzados. Segundo, los creadores o diseñadores de los mismos comentan la contradicción que afirma que mejorar un proyecto significa también adjudicar poderes a algo que nos termina superando. Por último, se buscan miles de formas para la salvación, la negativa heroica a extinguirnos significa examinar variable tras variable para terminar demostrando que ninguna es suficiente y la defensa cede al levantamiento que nos contarán en el último acto del comic.

La revolución se ha hecho realidad, el ser humano ha muerto. Los robots, conscientes de la necesidad de reproducción, buscan ayuda en el último hombre vivo: Alquist, a quien le encargan encontrar la forma de activar la nueva fabricación, no se sabe cómo, la fórmula se ha perdido y los dioses han muerto. Solo hay una posibilidad, un poco de suerte le permite encontrar a los Robots Helena y Primus quienes, inocentes, sin nada de interés en la revolución, vivían fuera de todos los hechos. Alquist, los ve, los comprende, entienden que son la esperanza de un nuevo mundo, uno en donde solo ellos dos puedan existir. Al final, como una nueva Eva y un nuevo Adán, Primus y Helena salen de la fábrica alejados de su caída y mirando el nacimiento de un nuevo mundo natural.
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En cuanto al dibujo, sus tonos de acuarela muestran un ejercicio impresionista que recuerda históricamente las cualidades de las obras artísticas de comienzo del siglo XX, pensando en revistas como el Jinete azul o los principios franceses del Fauvismo. Por último, los diálogos contienen una serie de reflexiones que hablan de nuestro presente, haciendo patente la importancia de la aplicación de la ética en el desarrollo científico que estamos viendo en las últimas décadas. En conclusión, la revisión artística de las obras del pasado nos recuerda que las amenazas actuales son lo que anteriormente se consideraba meras profecías respecto a lo que sucedía y el comic de R.U.R. es un aporte artístico que evalúa al pasado para criticar nuestra actualidad.