La mañana es uno de los lugares comunes predilectos de la novela gráfica intimista. El ritual de la mañana: levantarse, vestirse, lavarse los dientes, desayunar; despertar, ir al baño, desayunar, lavarse los dientes; apagar el despertador, levantarse, lavarse los dientes, vestirse. Esta repetición cotidiana de la desazón es tal vez el momento del día que mejor condensa nuestra precaria condición asalariada y (post-)moderna. El self-care del café de filtro o el pesado aliento de una noche incierta, la mañana es un preámbulo del día y una recapitulación de la vida.
Más allá de eso, hay entre la mañana y la historieta una sororidad extraña. Porque la viñeta es el formato de lo cotidiano, la ventana. Es a través de las ventanas de la vida (del departamento, del bus, del café, etc.) que vemos el cine de lo cotidiano. La novela gráfica es hija directa de esta complicidad.
Ahora bien, si la historieta vuelve una y otra vez a la secuencia matinal, tiene que haber un motivo. ¿O se trata de una fatalidad? ¿Cómo escapar del lugar común? Hay dos novelas gráficas recientes (2022) que buscan repensar el rol cotidiano de la historieta: ¿Cuáles son los colores de la mañana? de Beibi Kebab y Se solicitan perdedores de Emmanuel Peña. Lo que me interesa de estas dos obras es que ambas recurren sin resquemores ni snobismo al lugar común de la mañana. Estamos ante dos obras que piensan en diferentes dimensiones y con diferentes intensidades la naturaleza misma de la novela gráfica que es la dialéctica entre lo cotidiano y lo extraordinario. Lo cotidiano obtiene su verdad de lo extraordinario, en tanto cada rayo de sol, cada café con leche puede ser el preámbulo de lo nuevo. Lo extraordinario, por su parte, solo brilla en contraste con lo ordinario.
Esta tesis aparece de manera casi manifiesta en el título de ¿Cuáles son los colores de la mañana? La impronta impresionista es clara y los colores vienen a re-encantar lo cotidiano. Si la historieta también puede asumir la misión de reinventar la mirada cada vez, entonces es lícito preguntarse nuevamente por los colores de la mañana. Sin embargo, recurrir a la secuencia matinal significa autoimponerse los grilletes de lo ordinario: levantarse, vestirse, lavarse los dientes, desayunar, etc. Preguntarse por los colores de la mañana significa preguntarse cómo se sale de la monotonía, de lo siempre igual, y preguntarse también cómo se transforma la mirada.
El problema de la mañana es, entonces, cómo «salir» de la mañana; es decir, cómo se sale de lo ordinario y se entra en lo extraordinario. En otras palabras, cómo se sale a la calle.
«Nosotrxs, lxs que preparamos al mundo para que esté listo, nos levantamos muy temprano antes que la mayoría. Escarbamos en la oscuridad, intentamos no despertar a lxs nuestros. Se siente miserable levantarse a tan altas horas de la mañana. El sonido gutural de la alarma».
La mañana es miserable, es ya una derrota. La alarma es siempre el robot autoritario del realismo capitalista. Por eso, salir significa, por un lado, entrar al sistema, salir de lo propio (la casa) y entrar en lo otro (la oficina, fábrica, etc.). Por otro lado, salir implica entrar en lo extraordinario y en el valle de lo Unheimlich.
En la obra de Peña, la mañana no tiene colores. La ciudad es monocromática. Es preciso recordar que estos dos relatos suceden sobre el trasfondo de grandes ciudades, Buenos Aires, París, Ciudad de México. Es que la mañana de la que hablamos es un producto del ritmo urbano. En el caso de Peña, la ciudad es la inmutable testiga del anonimato. La universalidad de la mañana anonimiza a sus personajes.
«Un día te levantás y te preparás para salir a la calle. Reproducís una tibia rutina que te permite seguir en tus pensamientos».
Aquí también la mañana aparece ilustrada como un campo de batalla cronológico. A las 7:00 suena el despertador, 15 minutos después, el personaje está listo para beber café. «Esta soy yo a las 6:20 de la mañana», dice el personaje de ¿Cuáles son…? Hay un interesante contrapunto entre las temporalidades de ambas novelas. En el caso de esta última, la subjetividad aparece ya constituida desde el principio. En el caso de Peña, los personajes anónimos recién recibirán un rostro por medio de la otredad espectral de otro personaje. Sin embargo, es cierto que ambas novelas revelan que la mañana es más que la rutina. Es más que la suma de sus partes, digamos. Más bien, prepararse para salir, es rearmar los pedazos de la identidad. «Esta soy yo» parece no ser tanto una afirmación, sino un intento de confirmar algo que no se tiene por seguro. Esta soy yo a las 6:20. ¿Seré la misma a las 6:40?
Salir a la calle, enfrentarse a la sociedad implica asumir un rol, asumir cierta identidad. Vestirse es disfrazarse para interpretar un papel. En ambas historietas vemos a los cuerpos matinales fragmentados. Vistiéndose, desvistiéndose y revistiéndose de fragmentarios rasgos identitarios. Pero, ¿qué se gana y que se pierde cuando se sale? «Qué inocentes somos cuando nos apresuramos a salir. Algunos de los que salen ya no vuelven, desaparecen, mueren o se disuelven». Pero lo que aprendemos con la novela de Peña parece ser más bien que todxs los que salen ya no vuelven, o bien, siempre que salimos no volvemos. Los tres «perdedores» de esta novela, entran y salen de la heladería Chiandoni. Entran sin rostro y salen sin rostro. Se puede decir que perdieron su identidad. Se gana y se pierde. En la ciudad, el juego de disfraces no se detiene y siempre hay que volver a empezar, cada mañana.
Para concluir, preguntémonos una vez más cómo se vence a la mañana. ¿Cómo es posible crear lo extraordinario? Lo extraordinario se esconde, es cierto, en cada viñeta de lo cotidiano. Como en el impresionismo de Beibi Kebab, la suma de colores es más que las partes cromáticas individuales. En el caso de Peña, la suma de los personajes es más que las partes aisladas de la personalidad. La historieta, al reproducir las texturas de lo ordinario hasta el hartazgo, transmuta lo ordinario en lo milagroso. Al menos, lo que se transforma es la mirada. Pero esto parece no bastar. Se puede romantizar lo cotidiano, pero esto no rompe la iteración de la estructura. Por cierto, no sería preciso decir que las dos obras aquí tratadas romantizan lo ordinario. Ambas buscan, por el contrario, transformar la mirada sobre lo ordinario. A pesar de ello, la «novela gráfica», como género, encuentra aquí su límite y parece condenada, por su propia forma, a quedar anclada a lo cotidiano. La forma es precursora del contenido y tal vez sólo una ruptura formal sea capaz aquí de quebrar este hechizo.
La mañana puede evocar cierta monotonía de la derrota diaria, pero también abre la posibilidad de lo nuevo. Como dice aquella canción de flamenco («Nuevo día» de Lole y Manuel):
El Sol, joven y fuerte
Ha vencido a la luna
Que se aleja impotente
Del campo de batalla
La luz vence tinieblas
Por campiñas lejanas
El aire huele a pan nuevo
El pueblo se despereza
Ha llegado la mañana