María Giuffra no se define como historietista, sino como «una persona que hizo o que está haciendo historietas». En 2021, publicó el poderoso libro La niña comunista y el niño guerrillero, obra que recupera diez testimonios de infancias de hijes de detenides-desaparecides durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica en Argentina. A 48 años del inicio de ese oscuro capítulo ¿Puede la intimidad del testimonio construir una memoria colectiva?
Este domingo 24 de marzo se conmemora en Argentina un nuevo Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. En este 2024 se cumplen 48 años del comienzo de ese oscuro y triste capítulo de la historia. Hace poco más de un mes, el 22 de febrero, se cumplieron 47 años de la desaparición forzada de Rómulo Carlos Giuffra, militante de la Juventud Peronista (JP) de Morón y padre de María, la autora de La niña comunista y el niño guerrillero (Historieteca Editorial, 2021).
El recuerdo es aún nítido. En octubre del 2021, Historieteca Editorial presentaba un libro diferente a lo conocido. En varios sentidos. Un formato más cercano al álbum italiano, 21×29; Una tapa que rompía con las de Alcatena o Podeti que solían representar a la editorial; Una ilustración fuerte, con el rostro de una mujer apuntado por un revólver sostenido por una mano invisible; Un nombre, el de María Giuffra, que les habitué de la historieta no tenía en radar. Era, sin dudas, algo distinto.
La niña comunista y el niño guerrillero es más que una historieta. Es un archivo. Es una voz. Son diez voces reunidas por esa primera voz. Es una intervención plástica. Es una explosión gráfica. Es una memoria. Son diez memorias. Es intimidad. Es resistencia.
Existe, además, otro rastro nítido guardado en la memoria sobre aquellos meses posteriores a su lanzamiento: el de su editor, Marcelo Pulido, comentando el enorme impacto que estaba generando el libro en presentaciones de organismos de Derechos Humanos, entre agrupaciones sindicales y en actos de memoria. Por encima de la aventura y de los chistes, Giuffra lograba convocar a viejes y nueves interlocutores desde un medio de comunicación alternativo, como es la historieta nacional.

Pero, aunque se la catalogue en ese lugar, el de la historieta, la obra supera, rebalsa sus márgenes. Aunque estos elementos aparezcan ocasionalmente, no se ata a calles, a viñetas ni a globos de diálogo. No hay cartuchos ni onomatopeyas. Como si fueran paredes del barrio, con esa urgencia de la pintada política y el muralismo, el dibujo y el guion completan espacios en blanco para, desde ahí, contar historias.
¿Cómo se pensó un libro de historietas cuyo germen claro parece más propio del lienzo? ¿De qué manera puede el arte traer aquello de lo que no se habla? ¿Cómo se hace colectiva una intimidad desgarradora? En esta charla con su autora, un recorrido extenso por todo aquello que supo desbordar este potente libro.
En 2021 lanzás La niña comunista y el niño guerrillero, pero tu trabajo artístico con la memoria comienza mucho antes ¿Por qué elegiste el formato de la historieta para contar estas experiencias en particular?
No fue tan directo. No es que dije «ay ¿Qué hago? Bueno, elijo ese formato». La idea, más bien, fue apareciendo. Yo leo historietas. Lo primero que leí fue lo que se llama gibis en Brasil. Aprendí a leer con historietas y me resultaron siempre un lenguaje muy familiar, muy lindo. Después, con mi llegada a Buenos Aires, a mis ocho años, y durante mi infancia, comencé a leer otras cosas, como El Eternauta, Mafalda, el Corto Maltés. Siempre me gustó mucho el formato.
Cuando expuse Los niños del proceso, la serie de dibujos y pinturas sobre la misma temática, cada vez que las exponía lo hacía como si fueran cuadritos de historietas, dialogando los cuadros entre sí. Entonces, de a poco, fue surgiendo. De hecho, La niña comunista es un dibujo de la serie de esa muestra.
La historieta fue surgiendo naturalmente, pero con más fuerza a partir de un momento en particular. Hice un seminario de crítica de obra con Yuyo Noé y él me dijo que toda la serie de pinturas y dibujos parecía y funcionaba como una historieta.

Desde ahí, de a poco y durante mucho tiempo, hice muchos bocetos que no me conformaron. Muchos bocetos anteriores a La niña comunista (…) -nombre con el que siempre llamé al proyecto- fueron mutando durante diez años. En un momento presenté el proyecto al Fondo Nacional de las Artes y la beca que me otorgaron fue un incentivo para concretar y ordenar todas las ideas sueltas, todos los bocetos sueltos. Ahí se fue definiendo más el estilo, respondiendo al por qué de ese tamaño, al por qué del blanco y negro, al por qué ser diez historias y no solamente la mía. Porque, al principio, cuando se inició la primera serie de bocetos de del proyecto, este era solo sobre mi historia y eso también formó parte de la mutación. Siento que es el propio proyecto el que pidió ser una historieta, estas historias pedían ser historietas.
Aunque la obra recupera historias personales y dolorosas que pueden conocerse en notas periodísticas y en los juicios a los civiles y militares condenados, en otras entrevistas contás que los testimonios que nacen de tus charlas tienen otra naturaleza, que no son como los que podemos leer en esos otros textos ¿Cuáles son esas diferencias y por qué crees que se dan así en el libro?
Las diferencias son muchas. Cuando uno da entrevistas, por ejemplo, a un periodista -un caso repetido entre compañeros y compañeras que cuentan su historia de vida-, es como que uno está dando explicaciones. Explicaciones para que el otro entienda cuáles fueron mis sentimientos, entienda cuál fue mi vivencia de niña, entienda cuál fue mi historia, cuál fue el contexto. Cuando hablas en un juicio, también tenés que ser muy preciso, porque ahí se convierten en declaraciones. No podés hablar tanto de tus sentimientos, sino de lo que sucedió, de los hechos concretos.
Los testimonios que yo pedí y que me dieron, en cambio, tienen que ver con llegar a lo más profundo del sentimiento infante. Mi criterio, siendo yo también protagonista, siendo yo hermana de cada persona a la que le pedí testimonio, entiende que esa parte del infante herido es una parte de la herida que nunca termina de cicatrizar. Yo sé que está ahí.
Es un testimonio que nunca es dado a otras personas. Cuando uno habla para un periodista, para un libro, para una película o para alguien que quiere hacer un documental, lo principal es dar algunas de estas explicaciones y que la otra persona entienda. En cambio, el testimonio que me dieron a mí no necesitaba estas explicaciones ni hacerme entender nada, porque yo soy parte de ellos. Se empieza a dar en cada testimonio, esto está escrito y se puede ver en el libro, una conexión tan profunda con el lector o la lectora. Por eso, se da esta situación que cuando lees el libro sentís que ese testimonio te lo están contando, que la persona está al lado tuyo, porque es súper carnal, súper crudo. Logramos transportarnos al momento y al lugar del relato. Hay muchos compañeros que, si lees bien, tienen ideas o cuentan situaciones o relatos que son muy infantiles, que tienen que ver con lo que sentíamos y pensábamos en ese momento y no con una reflexión tan de ahora.

El modo en que fueron tomados estos testimonios también tuvo un peso. No fui a hacer preguntas, fui simplemente a decirles «bueno, yo quiero escuchar tu infancia». Esto es algo muy diferente a que venga un periodista con una serie de preguntas que del tipo «quiero saber tal cosa y pi pi pi». Yo no quería que me cuenten nada concreto, solo saber qué sintieron, qué pensaban de niños y qué les pasaba con todas estas ideas fantasmas que siempre nos recorrieron ante el hecho de vivir bajo el concepto de desaparición forzada, que es muy difícil de entender para una criatura. Y eso es algo que sabemos nosotros. Quizás a otras personas haya que explicarles que un niño puede imaginar mil cosas con ese concepto. Entonces, creo que lo que tienen de valiosos esos testimonios es eso, que uno se acerca mucho más al sentimiento y al corazón.
Tu formación nace en la Escuela de Educación Estética de Ramos Mejía, sigue en el secundario en la Escuela Técnica «Fernando Fader» y concluye en la Escuela Nacional de Bellas Artes «Prilidiano Pueyrredón». Todas casas de estudio fundamentales para entender la historia del arte plástico nacional. Pero ¿Cómo fue el proceso para pasar de una pintura a una página de historieta? ¿Cuáles fueron los mayores desafíos?
Las pinturas de Los niños del proceso se expusieron varias veces y en todo el país. Pero no estaban expuestas como se hace ahora, con la pared aséptica, como si fuese un lugar de operaciones, una pared blanca sin nada de interferencias. Yo expuse siempre desde un punto contrario, hasta con superposición de cuadros, con dibujos, con afiches. Todo eso funcionaba como una página de historietas.
El pase se me hizo casi obligado. Fue natural, por un lado, y por otro lado requirió un trabajo, requirió un esfuerzo y requirió un estudio de cómo organizar una página, cómo la diseño. Tengo formación académica en pintura y en dibujo y quiero suponer que eso se nota en las páginas. No soy una persona que se formó en la historieta, no soy una historietista. Soy una persona que hizo o que está haciendo historietas.
Eso hace que no tenga muchos límites y de eso me di cuenta cuando se llevó a diagramar La niña comunista y el niño guerrillero. El libro lo diseñé yo, pero hay un diagramador, un diseñador gráfico, que toma esos originales y los manda a imprenta. Me costó bastante que entendiera cuál era la dinámica y la estética general de la historieta. Si vos ves, hay muchísimos dibujos que van al corte y eso es algo que, en general, no está muy admitido. Siempre se trabaja con programas y plantillas súper diseñadas, con todo el borde blanco, con espacio alrededor y que pin y que pan. Bueno, para todo eso soy un cero a la izquierda. Además, no sentí que eso tuviera que ver con el contenido de La niña comunista (…). Toda la estética que llevé a la obra se relaciona más con el contenido emocional de los testimonios, con el sentirme todo el tiempo desbordada con cada uno de ellos. Un desborde emocional con el que busqué llevar a cabo la página.

El mayor desafío fue transmitir cómo me sentía, eso que yo sentía cuando me contaron sus testimonios. Que sea lo más directo y menos mediatizado posible. Por eso, no modifiqué para nada los testimonios, incluso si no se entendieran o hubieran cosas repetidas, aunque la narración no fuera lineal, histórica, en formato «primero esto, después esto…». Hay un desorden que tiene que ver con lo propio del humano, con el modo en que en nuestras infancias quedan impregnados los recuerdos, las vivencias y, sobre todo, los traumas. Estamos hablando de infancias traumadas. Aunque suene horrible, es una realidad. Pero, en sí mismo, el mayor desafío para mí era que el lector o la lectora sintiera no solo lo que yo sentí, sino también lo que a mis compañeras y mis compañeros les quedó como huella en sus recuerdos, en sus memorias, en su corazón. El mayor desafío tiene que ver con eso, con ser lo más auténtica posible en el relato, el modo de contar y en el modo de acompañar ese testimonio con dibujos.
Otro desafío fue cómo hacer que el lector y la lectora puedan emocionalmente seguir leyendo, porque mucha gente me ha comentado que tuvo que cortar la lectura, porque son relatos muy heavys. El desafío fue que la página no fuera tan redundante en cuanto a lo traumático y lo terrible que se cuenta, intentando poner algo de belleza en todo esto.
En muchas entrevistas, hablás del impacto que la represión tuvo en tu niñez, en esa vida como niña y en todo lo que te arrancó. Nos encontramos en una época en la que la sociedad tiene cada vez más herramientas para charlar sobre violencias en las infancias, pero la dictadura y la violencia institucional no suelen aparecer en esos diálogos. A la vez, llega al gobierno un partido negacionista y hasta celebratorio de esas violencias ¿Qué devoluciones recibís de los públicos infantiles y juveniles cuando conocen tu obra y tu vida?
Tengo muchas devoluciones. No recuerdo que me hayan dicho nada malo, y eso está muy bueno. En general, son agradecimientos. Eso me sorprendió mucho, que la gente me agradezca el hecho de dar a conocer la verdad de lo que sucedió en nuestras infancias. La realidad, esto que vos decís, es que se habla de violencias, de la niñez, que pin que pan, pero es todavía un tema tabú. El tema de las infancias en dictadura es un tema tabú. Quieras o no, se sigue estigmatizando la lucha armada de nuestros padres y, al ser hijos e hijas de guerrilleros, en algún punto, consciente o inconscientemente, está este tema de «tus padres eran guerrilleros, tuviste una infancia de mierda, jodete». Como que está eso y hoy más que nunca. En algún punto, aparece el «te la buscaste», el «por algo será».
Pero, por suerte, más allá de que siento que eso existe, que es una realidad, la gente que me manda sus devoluciones siempre lo hace desde el agradecimiento por poder enterarse de cosas que no se sabían. Hay muchísima gente que no sabía que la dictadura secuestraba y mata niños, los torturaba, los interrogaba. Más allá de la discusión -para mí estúpida y atrasada- de la Teoría de los dos demonios, de pensar «bueno, eran guerrilleros, se la buscaron», el accionar terrorista del Estado sobre las infancias es algo ineludible. Es un tema que cualquier ser humano que se crea buena persona y crea tener buen corazón, ante las historias que se cuentan en la obra, no puede seguir pensando desde ese lugar, desde esa teoría y desde «los guerrilleros no sé qué cosa». Los testimonios dados en la historieta demuestran justamente eso, que no hay nada del accionar de nuestros padres que justifique lo que el terrorismo de Estado hizo con ellos.
El último 8m seguí la cobertura fotográfica que hizo para La Curva de la Moda Kenny Lemes, fotógrafo cubano que vive en Buenos Aires. En sus redes, él comentó que su intención era escaparle a lo macro, a «la masa», para encontrar la intimidad del movimiento. En tu libro hay algo de esa búsqueda, una intención por crear un espacio que recupere esa cotidianidad tantas veces opacada por el gran capítulo de la resistencia, la militancia, la represión y la búsqueda de Verdad y Justicia ¿De qué manera se puede volcar esa intimidad en el dibujo? ¿Qué herramientas utilizaste para contagiar esa sensación?
Todo esto forma parte del conjunto de cosas que no tengo tan pensadas. Muchas veces pasa que me acercan una devolución o una pregunta sobre La niña comunista (…) y es algo que me sorprende, que está bueno. Y se une, a su vez, con lo que te decía anteriormente, con la pregunta acerca de cómo volcar esa intimidad en el dibujo. Fue justamente mi desafío y mi búsqueda.
Aunque suene medio cursi, me pregunté «¿De qué modo puedo llegar al corazón del lector y de la lectora? ¿De qué modo puedo traspasar todas las capas que la sociedad te va poniendo?». Porque son esas mismas capas que te van endureciendo y hacen que hoy exista un montón de gente joven tan defensora de valores individualistas, como los que propone el nefasto gobierno que tenemos hoy en día. Y que lo hagan de una manera tan desvergonzada, porque esta cosa que desde el gobierno se diga «se da trabajo al que pueda tener trabajo y al que no, que salga y se arregle» habla de un menosprecio a la vida humana, un menosprecio del otro.

Lo que intentamos desde ciertos sectores, y por lo menos yo desde mi libro, es ir por el camino contrario. Poner ante todo la sensibilidad, ante todo el respeto por la historia del otro, respeto por el dolor del otro. El formato de libro, que es algo tan intimista, con la persona con el objeto libro, con vos ahí envuelto en esa intimidad que no tienen ni el cine ni el teatro, busca sincerar. A vos, lector y la lectora ¿Te importa tres carajos que la dictadura haya secuestrado y matado niños? ¿Te parece bien? ¿Seguís sosteniendo el «por algo será»? ¿Seguís defendiendo el terrorismo de Estado? Porque si ya seguís defendiendo todo esto ante situación con niños y niñas, te tenés que asumir como una mala persona.
En el Mes de la Memoria y en un presente tan oscuro para la sociedad argentina ¿Qué valor tiene hablar de la resistencia que llevaron a cabo personas como tu papá? ¿Qué valor tiene hacerlo desde el arte plástico y gráfico?
En general, entiendo que está bueno que exista el Mes de la Memoria. Que se trabaje, sobre todo en escuelas, un contenido obligatorio me parece fundamental. Pero soy más de la idea de que se tiene que hablar todo el año, todo el tiempo. No hay que esperar a marzo para hablar de esto.
Tendría un gran valor hablar de la resistencia que llevaron a cabo personas como mi padre. Creo que de eso no se habla. Siempre que se habla de nuestros padres, se parte de la victimización. Incluso desde los organismos de Derechos Humanos, muchas veces aparecen como víctimas. Y con eso yo nunca estuve de acuerdo, porque si bien sí fueron víctimas, antes de serlo tuvieron un papel diferente e importantísimo para nuestra sociedad. Un papel completamente desaparecido, olvidado, ignorado, sepultado y hoy construido como un tema tabú.
Cuando se habla de los desaparecidos, se habla desde el ser víctimas del terrorismo de Estado, y en algún punto hay que responder a ese cliché del «por algo será». Sí, por algo fue. Mostremos por qué fue. Mostremos cuál era la lucha de los desaparecidos, los asesinados, para entender por qué los desaparecían, por qué los asesinaban, por qué asesinaban a las mujeres embarazadas y le robaban los bebés, por qué tiraban gente muerta, semiviva o viva al río, por qué en todas las ciudades de Buenos Aires, en todas sus autopistas, adentro los hormigones que forman sus cimientos, hay personas, hay cadáveres. Preguntemos por qué pasó todo esto, por qué el terrorismo de Estado y la dictadura militar necesitaron implantar tanto terror, por qué necesitaron desaparecer tanta gente, por qué necesitaron desparecer la ideas de nuestros padres, por qué necesitaron tan fuertemente edificar una dictadura de tantos años, hasta convertirla en la peor de Latinoamérica.

Esto, que es tabú, es también un vacío. Mostramos en pel ículas el impacto del terrorismo de Estado, pero ¿Y las luchas de nuestros viejos? ¿Y los ideales de nuestros viejos? ¿Tanto miedo le seguimos teniendo a la guerrilla y a la lucha armada? ¿A la palabra Revolución? ¿Al cambio de sistema? ¿Al decirle no al capitalismo? ¿Tanto miedo tiene la sociedad? Sí, porque de eso se trata el neoliberalismo, de estigmatizar nuestras historias, las de nuestros padres y la de nosotros mismos como niños y niñas. Y los frutos son estos, que aún, en 2024, no se pueda hablar de la lucha armada, de la guerrilla, de los ideales. No lo hablan ni las Abuelas de Plaza de Mayo, ni las Madres de Plaza de Mayo, ni lo H.I.J.O.S., porque sigue siendo un tema tabú. En ese sentido, creo que es una batalla muy grande que tenemos que dar. Una batalla política y cultural.
El arte gráfico y el arte plástico son las herramientas que yo encontré para dar esa batalla. Hace algunos años, hice un documental, un cortometraje, titulado La Matanza. Como en ese momento no pude hacer nada con el expediente que recibí de parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), como no hubo ningún abogado que quisiera hacerse cargo de hacer algo al respecto, la herramienta que encontré fue el arte. Para decir algo, para que eso quede y no se pierda en un cajón de casa y nada más. Para que se sepa la verdad, para que se sepa que los militares tienen archivos y para que se sepa que los hijos de puta, al día de hoy, no los quieren dar a conocer. Este archivo con el cual hice el documental es un archivo secreto del Ejército Argentino que estaba guardado en microfilms, que fue recuperado por orden del juez Horacio Cattani y gracias a una investigación del EAAF. Pero así como existe ese archivo, hay millones que los militares no quieren decir dónde están. Porque en esos archivos están los modos como mataban, todo detallado, qué hacían con la gente, los juicios que le hacían a la gente -a mi padre le hicieron un juicio luego de haberlo asesinado-, dónde tiraban sus cadáveres como NN. Creo que todo es un complemento. Tengo compañeros y compañeras que la están luchando desde los juicios de lesa humanidad que, por suerte, se siguen llevando a cabo.
Desde lo plástico y desde lo gráfico es un aporte, sobre todo, para que la sociedad y las nuevas generaciones puedan conocer la verdad por nuestra propia voz. Eso es lo más importante, que no te lo cuente otra persona.