«No obstante existen, en el fondo de las distintas ruinas que intento rescatar cuando miro a la cordillera, pedazos desunidos y dispersos…». Esta frase corresponde a Ruinas, el nuevo ensayo gráfico de Javier Rodríguez Pino, artista visual chileno. Esta nueva entrega continua la línea de investigación sobre la violencia en Chile desde el Golpe de Estado de 1973, la cual se integra a sus otros trabajos: La Caravana de la muerte (2013), pasando por Malos (2014), Anticristo (2017), entre otros.
Ruinas es, como lo dice la frase citada, un rescate, la unión de las formas perdidas y extraviadas. En su reconstrucción y en el uso de archivos, estas formas sirven para dar un mensaje directo, exponiendo las fisuras que dejó la violencia económica y militar en la dictadura chilena y el lastre que se sigue extendiendo en la post dictadura. Como lo afirma Pino sobre la exposición de Ruinas: «Intento mirar el problema desde lo que se conoce como Historia Social; apuntando, específicamente, a la violencia estructural que surge tras la dictadura de Pinochet y que se arrastra bajo toda la época que hoy conocemos como post dictadura».
Mario Cárdenas charla con Javier Rodríguez Pino acerca de su libro, los fundamentos detrás del mismo y los puentes con otras lecturas a lo largo de la región.
Ruinas, comparado con Anticristo y otros trabajos suyos es más directo, su voz y narración no salen de escena, son más contundentes ¿Por qué en este caso la dirección narrativa está de ese modo, sobre todo, en cómo se dice?
No se me había ocurrido pensar el relato desde allí, pero tienes razón. Realmente es cómo tú señalas. Hay un doble aspecto que puede explicar esta dirección narrativa. Primero, el carácter autobiográfico del texto—y en consecuencia más sincero y subjetivo—, que produce una conexión más íntima y por lo tanto más directa con quien lo lee. Pero, por otro lado, es un texto tipo ensayo, con cierta aproximación académica, en el que se cruzan elementos de las ciencias sociales y la filosofía con cierta complejidad. Dichos aspectos funcionan como un marco teórico —riguroso y actualizado—, que le dan al relato la contundencia que mencionas.
Hay una pregunta inicial («¿Te gusta Chile?») que se responde al final («Depende de qué Chile») ¿Cuánto hay de ese Chile y su poder popular en el futuro?
Todavía me debato entre esos dos «Chiles» que menciona e intenta definir Ruinas. El primero, de un ultrafascismo hedonista y neoliberal, en el que la cultura empresarial de derecha no sólo se abraza con la cultura narco, sino también con un progresismo muy peligroso y falso, de cartón. En éste, el tipo que es vegano y anda en bicicleta se cree superior al que no lo es, de la misma forma que el «choro» (el traficante) se cree más «vivo» (más inteligente) por traficar droga y andar con una pistola. En cambio, hay un segundo Chile que a mi juicio todavía existe, aunque es más difícil de encontrar. Éste es más solidario, apela al bien común y a una forma de vida sencilla y humilde. Sin ese Chile, no hay poder popular posible. Pero, insisto, es difícil de encontrar. Está esparcido «entre las ruinas». Hay que recomponerlo. Pienso que la nueva constitución política de mi país —en la que se ha trabajado el último año— puede ayudar mucho en este proceso.
Retomando las ideas de Mark Fisher que están en el libro, en Ruinas se señala una alternativa en la idea del «bien común», contraria a la supuesta dignidad que le dio el consumo a los pobres. Ahora podemos consumir más y somos más pobres y antes no consumíamos tanto y nuestros padres eran menos pobres. ¿En la imaginación del bien común está la alternativa al realismo capitalista?
Claro, la idea del bien común pensada por Rousseau hace más de dos siglos, sienta la bases para pensar una sociedad justa en la que el individuo se disuelve en el colectivo, diversifica la riqueza y produce mayor cohesión y paz social. Después eso se llamo comunismo, lo que no significaba renunciar a la subjetividad, origen o identidad, sino a que las fuerzas de trabajo, inteligencias y afectos apuntaran a mejorar la calidad de vida de una comunidad y en consecuencia de cada una de las personas que la integran. En cambio, el realismo capitalista, tal como afirma Fisher, es la reafirmación del capitalismo y todos sus males: acumulación de la riqueza por una minoría, el trabajo como esclavitud, la vida reducida a mercancía y la exaltación de la libertad individual (pero solo como no interferencia económica, no como emancipación). Es decir, nuestra propia «libertad» nos oprime. Dicho lo anterior, no me cabe ninguna duda que repensar el bien común hoy, es pensar en una alternativa al realismo capitalista. El problema es cómo lograrlo y sentar las bases para que se desarrolle.
Pensado en las herencias del poder popular, en Ruinas, por la forma y composición se retoman las herencias de la historieta popular en Latinoamérica: este libro es muy cercano a Rius en Los agachados o las historietas de Ulianov Chalarka. ¿El carácter gráfico de Ruinas tiene esa intención de conectar con lo popular, de romper con esa idea lumpen burguesa de la novela gráfica?
Por supuesto. La visualidad y materialidad de «Ruinas» apuntan en esa dirección. El cómic es, sin duda, un formato que posee la potencia de conectar con lo popular. Pero también está el grabado, una técnica de dibujo y estampación que en América Latina ha sido fundamental para una aproximación sensible a coyunturas políticas convulsas, desde los procesos de independencia a las dictaduras del cono sur, incluso hasta los procesos de revueltas que hemos vivido en la región durante los últimos años. El grabado, no solo por su reproducibilidad, sino por el tipo de figura que resulta del propio proceso de confección de sus imágenes —simple, expresiva, incluso violenta—, y su vinculo con la imprenta —es decir, con los relatos—, ha hecho que se transforme en un dispositivo cuyo carácter es popular: de fácil realización, difusión, apreciación y recepción.
En Ruinas predomina el grabado, lo negro sobre blanco, muy al estilo de Masereel o Lynd Ward ¿Qué carácter le da este estilo al mensaje?
Por ejemplo, Ruinas, se posiciona desde la historieta, pero también desde las llamadas «liras populares». Estas fueron estampaciones de xilografías que, entre fines del siglo XIX y principios del XX, combinaron un dibujo muy simple con un relato derivado de la contingencia social de la época. Dicha unión ayudó a producir una mayor participación política por parte de una gran masa de personas analfabetas y pobres, y en consecuencia, en sus procesos de reclamación de derechos. En este sentido, podríamos decir que las liras populares, activaron la potencia del poder popular de dichas personas y las ayudaron a mejorar su calidad de vida. Ruinas bebe de esa herencia xilográfica, de su «carácter» gráfico-político, y busca un sentido parecido.
En las relaciones con otros materiales narrativos, está la mención a Alejandro Zambra y su novela Formas de volver a casa, ¿Podríamos decir que esa casa de Zambra es la casa popular que quedó en ruinas y a la cual se puede volver?
La novela de Zambra es una referencia para Ruinas, pues tiene un sentido similar. Paradojalmente, recuerda con nostalgia un pasado terrorífico —torturas, muertes, desapariciones y pobreza—, pues en esos años ochenta en Chile, el bien común al que aludíamos anteriormente todavía no se hacía añicos. En ese sentido, no solo la casa de Zambra, sino el barrio y los pasajes que describe son los mismos que los que yo recuerdo como míos. En esas casas con hileras de ligustrinas —como el escritor recuerda en la novela y como era mi casa de la infancia—, aún había comunidad.
Y en esa alternativa a la comunidad, o para decirlo de otro modo «El bien común», es hacia donde apunta Rodríguez Pino con este ensayo narrativo. La posibilidad de filtrar en el futuro lo que fue en un pasado, hacer de lo que aún queda otra realidad. Buscar en los vestigios otra manera de recorrer, volviendo a esos «rastros» que señala Miguel Ángel Martínez en un breve ensayo sobre la obra del artista chileno.
*En este enlace se puede leer el ensayo de Miguel Ángel Martínez sobre Ruinas.