Boyacá, tierra de mantas

Debo confesar que la primera vez que vi la carátula de Historia de una ruana. Las aventuras de un niño campesino (2022) no sentí mayor afinidad ni por el dibujo ni por el subtítulo del libro. Lo único que me sedujo, en ese momento, fue el título principal porque no pude evitar evocar a mi abuelo paterno, fan número uno de la ruana. Varios meses después, por giros del destino, leí esta historieta y, luego de finalizarla, una sonrisa se dibujó en mi rostro porque, al igual que otros devotos del cómic, había caído en ese prejuicio de que «la técnica hace al artista», además de haber confundido la apariencia del material con una cartilla pedagógica que promovía los valores institucionales del Departamento de Boyacá.

Más sesgada no podía estar. Una vez más, mis preferencias y aversiones se imponían; en lugar de entregarme a la lectura, me resistía; por privilegiar la razón, sacrifiqué mi intuición. Pero, como anota el sacerdote Pablo d’Ors, «el devenir es mucho más sabio que nuestras ideas o planes». Historia de una ruana. Las aventuras de un niño campesino, del tejedor boyacense Iván Pérez Mojica, no es un material pedagógico, sino una meditación que alimenta lo más profundo del alma humana. Esta historieta, dibujada en clave mística y espiritual, es una forma de reconciliarnos con nosotros mismos y con el planeta Tierra.

Aunque la composición de cada página establece un patrón repetitivo de tres viñetas a doble banda, con un dibujo irregular y a primera vista poco trabajado, la narración posee un magnífico hilo conductor: el proceso del tejido. De manera audaz, Mojica unió capítulo tras capítulo como si de un tejido se tratase; es decir, crio (la oveja), esquiló, hiló, urdió y tramó para develar la relación profunda de este proceso con el territorio boyacense. No en vano, se lee en el cómic: «La trama es como el recorrido que se hace cuando sembramos el maíz y el frijol». «Y así es el territorio. Un gran tejido que se va formando trama a trama». O «Hacer un buen tejido toma tiempo. ¡Así es como el agua ha entramado las fibras de la vida que forman el territorio!». Los globos de diálogo y de pensamiento abarcan una inmensidad. Y nos sugieren que el proceso creativo de un cómic no está tan lejos del proceso del tejido.

A partir de esta estructura, Getulio, el niño campesino, camina el pensamiento para insinuarnos, de manera genuina, cómo la ruana de su tatarabuelo está unida a él no solo por el hilo que la elaboró, sino también por el territorio donde fue confeccionada; o cómo hay una brecha imaginaria entre la urbe y el campo porque, al fin y al cabo, el territorio es solo uno. A su vez, nos muestra cómo el diseño de una ruana revela el espacio que se habita, o cómo un huso y un tortero muiscas representan la vida, y cómo el alma del tejido está presente en todo, hasta en las telarañas de las arañas tejedoras… En suma, este niño campesino destila una sabiduría pura y dura, ajena al lenguaje científico y académico.

Pero Getulio no está solo, sus ancestras (las abuelas tejedoras) lo rodean, le enseñan con la práctica. El secreto: la pausa y el silencio. Él sabe, como lo escribió Pablo d’Ors, «que el hombre no está hecho para la cantidad sino para la calidad». Así que el ritmo de lectura en este libro apaisado, como la Tierra, es paulatino, toma tiempo; todo un reto para la angustia insoportable que aqueja a los millenials. Además de que el tiempo narrativo es también un canto al pasado con el paso del tren de Paipa a Tunja o el tiple del abuelo de Getulio; un desafío adicional para la mirada nublada por las pantallas.

Al igual que en El baile de San Pascual (Cohete Cómics, 2019) de Camilo Vieco, en esta historieta hay toda una apuesta por la representación de un territorio, sus costumbres y tradiciones. Incluso, comparten ubicación geográfica: Boyacá. Un lugar que en Historia de una ruana. Las aventuras de un niño campesino vibra por su gran vocación artesanal. Ambas obras son, sobre todo, un ejercicio de la imaginación y la observación donde el universo rural, campesino e indígena pervive.

Cuanto más releo Historia de una ruana, acude a mi memoria lo que alguna vez me dijo un sabio loco: «Los ejercicios narrativos pueblerinos son los más interesantes». Como Getulio, quisiera hacer de cada día una aventura, no por la cantidad vertiginosa de experiencias, sino para entregarme de manera plena y absoluta al presente, para con-fundirme con él.

 

Diana Gil
Diana Gil
Más que nada una soñadora.

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