«Aquí todo es aparición. Cada calle cuenta sus muertos en el campo de honor de la poesía, del teatro, de las desdichas de la Historia».
Frédéric Pajak, Manifiesto Incierto 2.
«A veces apestas a gasolina y hollín, mi pequeña Detroit».
Medellín, a solas contigo, Gonzalo Arango.
«Nuestros paseos repetidos, nuestros circuitos e intentos de orientarnos —de llegar al corazón del laberinto— resultaron frustrantes. No había centro».
Iain Sinclair, La ciudad de las desapariciones
«Primero empieza con una mancha. Pura posibilidad y deriva».
Sike, Cartográfica.
Hace unos días pensaba en mi pertenencia a la ciudad en la que vivo; en que tanto hay de ella en mi cuerpo y cómo se han integrado sus recorridos y las rutas que hago a pie y en bicicleta a mi memoria particular, cómo se han construido las relaciones de amistad y del amor, al paso de la sobrevivencia, cómo se ha ajustado su mapa sonoro a mi escucha, y de qué forma percibido su luminosidad y pierdo fluidez en la respiración por su aire contaminado. Pensaba además, que a pesar del tiempo, y de los tantos lugares habitables no soy de esta ciudad, o tal vez soy en parte a esta ciudad, porque soy de otras, incluso, soy de manera imaginada de una isla, o en parte a una isla; soy en parte a estos lugares que en mí son ausentes y presentes.
Mi relación con esta ciudad se reparte en el tiempo estirado y alargado con lo vivido en esas otras, y el recuerdo que aparece, cada vez más borroso, de una ciudad en la que viví, y a la que cada año vuelvo para sentirme un extraño, una ciudad que años atrás, con amigos de la universidad intentamos cartografiar, imaginar y narrar. Nada de eso se hizo, ni siquiera una fotografía quedó. En esta nueva ciudad, la que llamo casa, he vivido más años que en esa otra, pero por más que lo intento no puedo sentirme del todo de aquí, y soltando de la nostalgia, poco me siento de allá; de la otra. Mi forma de habitar esta ciudad es la de un forastero, tal vez eso se deba a que mi cuerpo es parte de esas otras ciudades y de los otros lugares que me han llenado con sus manchas mi mapa personal, que es pura posibilidad y deriva, sí, posibilidad y deriva, nada concreto, dos palabras que he sacado de Cartográfica de Sike. (Estudio Mafia, 2019) el libro que ha ocupado mi atención por estos días, y quizás meses.
El libro de Sike, y su obsesión por conseguirlo, desde que supe de él cuando el dibujante Ernán Cirianni lo enseñó en una pantalla, me llevó, de nuevo, a esas ideas universitarias como si me condujera por una avenida que había olvidado transitar. De lejos, y ante la imposibilidad de leerlo completo, capturé algunas imágenes en internet; mi impresión fragmentaria de libro es que era, y es, un artefacto con mapas, con el cuerpo como mapa, con arquitecturas superpuestas, y la ciudad y el cuerpo como territorios hibridados. Ideas, que a pesar del tiempo y la distancia, no han dejado de fascinarme, aunque ahora quisiera irme al campo y vivir alejado de todo y que mi cuerpo se integrara más a los hongos que al cemento y los edificios que se alzan como monocultivos en el valle. Ideas que en ese tiempo de universidad, que fueron los años que viví en otra ciudad, capturaban parte de mi atención. Por esos años, en el intento por recrear la otra ciudad, imaginaba otras en una suerte de escapismo, de tal manera que en mis deseos aparecía: Ciudad de México, ahora CDMX, Tokio y Buenos Aires, esta última, la ciudad que se ha dibujado en Cartográfica, que es un espacio urbano similar al narrado en La ciudad ausente de Ricardo Piglia, una Buenos Aires en la que se va descubriendo que hay muchas ciudades superpuestas. La novela de Piglia, tendría una versión gráfica Pablo de Santis y Luis Scafati, siendo una de las primeras referencias que tuve de eso que antes llamaban Novela Gráfica. Buenos Aires era, entonces, una ciudad recurrente en las conversaciones sobre literatura de ese tiempo, conocimos la ciudad leyéndola. Una ciudad, la ausente, o las ausentes que se parece, en algo, al Londres que escribió Ian Sinclair en La ciudad de las desapariciones.
Para resumir un poco el libro de Sike, su narración fragmentada es un cuerpo de mapas urbanos y digitales, las ciudades se extienden como organismos del que hacen parte otros cuerpos, las arquitecturas móviles y fijas se contraponen en partículas y significados, mientras una red de detalles y pequeñas uniones emergen debajo del atractivo gráfico del aparato impreso en riso sumándose a las secuencias descriptivas y metafóricas que acompañan el tejido de las letras y las tonalidades del naranja y los azules que están impresas en las páginas.
En el intento de lectura a la distancia, Cartográfica, y por supuesto el trabajo de Sike, noté que había algo apenas visible dentro de las muchas referencias: el Tekkonkinkreet de Taiyo Matusmoto y su adaptación animada dirigida por Michael Arias y por el Studio 4 ° C (acá de nuevo Tokio como referencia, incluso la Neo Tokio de Akira, pero también otras ciudades que le dan forma a Ciudad Tesoro: paisajes de Japón; de Hong Kong; Shanghai,China; Sri Lanka). En la Ciudad Tesoro de Tekkonkinkreet el paisaje urbano está desapareciendo constantemente (esta fue una idea fundamental para que Arias hiciera la adaptación) un lugar es reemplazado por otro y esto determina la secuencial vital de la ciudad, para decirlo de otra forma unos criminales se disputan la ciudad y la van transformando a su amaño, mientras Blanco y Negro tratan de sobrevivir y ser felices, en ese destino incierto. De algún modo, algo similar es lo que se abre en Cartográfica: Una ciudad, un país que está siendo erosionado por el Macrismo (otra banda de criminales), una ciudad que se superpone y un héroe sin nombre, sin rostro, que deambula en ella, y entre derivas y manchas se hace preguntas que relaciona con él, al paso que su cuerpo, su representación y las ciudades, se hacen mutables.
En Cartográfica no se narra una aventura al uso, la deriva, sin mucha dirección, es un desvío que marca el tiempo y el espacio de lo que se proyecta en las imágenes, un perderse en ideas y ambientes diversos, en distracciones y fisuras. Ese es su tiempo narrativo, uno que se da con una mancha inicial que desglosa el recorrido de un personaje sin rostro, o a veces indefinido, que es además un migrante que retorna, como si fuera una versión de un flâneur de este siglo, uno que no solo es paseante de las calles, es también un paseante de otros interiores: digitales, virtuales, históricos y físicos, unos interiores y exteriores que construye, arma y desarma.
En el recorrido, de atajos e insertos, se abren las formas de la ciudad que parece es nueva, aunque en ella se reconoce de manera borrosa la infancia del paseante. De modo que, en un ejercicio de saltos, la cartografía se establece en un zoom que vira entre los recuerdos, reflexiones y el nuevo modo de estar en la ciudad para ese habitante. Cada punto, como si se tratara de una estación es un espacio de ideas y una miscelánea de imágenes: fragmentos de la ciudad, de las puertas que se abren, de los tejidos, las figuras y las células humanas, mapas en la superficie de las páginas, referencias a lugares, y una recopilación de objetos que se van proyectando en lugares que van alternando lo desconocido y lo conocido.
En la deriva se abre la relación del cuerpo-ciudad y sus no tan visibles correspondencias. Así vemos, en una doble página, el cuerpo integrado a la ciudad mientras el personaje suelta una de sus frases «La ciudad es un cuerpo vivo, un ser mutante que se debate entre el condicionamiento y la deformidad». Esta es una de las tantas articulaciones que se suceden en el libro, desde las cuales se permite hablar de los espacios vedados y suprimidos, esos que están por fuera de los mapas, o han sido borrados. El curso del personaje permite ensayar también sobre los territorios construidos en los mapas de los videos juegos y la computación, que en su origen como armas militares se fundieron en lugares de entrenamiento y adoctrinamiento lúdico que han ido moldeando el imaginario real y corporal. De esta manera, con sus pliegues, el ensayo cartográfico tiene múltiples caras; que van de los tradicionales pasajes a las que se expanden en futuro de nuevos insertos, en los que las partes del cuerpo son reemplazadas por los usos de la tecnología y sus ocupaciones.
Otro de los factores reconocibles que impulsa la deriva es la precarización, un estado sin suerte del personaje que vive en un espacio que no le pertenece y ni siquiera puede rentar, él es una de las tantas células desprendidas que no encuentra lugar seguro, por eso deambula e imagina esperando que un nuevo trabajo aparezca. Eso, que es dibujando como una ventaja, le permite pensar y pensarse, dejarse llevar por sus monólogos, escuchando su mapa sonoro, circulando ideas con el tiempo que tiene a disposición. Así, la ciudad que vive en él y con él, es una ciudad que cambia, al tiempo que se encarece y lo arrincona.
Si hay una posible final en Cartográfica lo podemos resumir tomado fragmentos de sus páginas finales cuando los monólogos disminuyen y se dan encuentros de otro tipo, cuando la marca implícita de otras sustancias aparece y el sexo sin contención es protagonista, en ese tramo todo se vuelve vertiginoso para desembocar en un marcha y la toma de las calles en una ciudad que está diseñada para la vigilancia y que tiene todo lo disponible para que las Fuerzas del Estado ejerzan castigo y represión ¿Qué se castiga? El cuerpo de los disidentes, el cuerpo de los que habitan las calles y las hacen parte de sí, el cuerpo del personaje, que a pesar de un golpe que recibe no para de imaginar y cuando ya puede moverse, sale de ahí y toma otro rumbo, encontrando, ya a salvo y con sus amigos, una alternativa como lo hizo Blanco y Negro de Tekkonkinkreet.
Uno quisiera que libros como Cartográfica circularan más: en Argentina, en Colombia y en otros países, incluso en España, Estados Unidos y Francia de donde nos llegan tantos libros de cómic que, al leerlos, no parecen ser las maravillas que muchos críticos dicen que son. Este, que es un artefacto narrativo, más allá de su belleza, no solo es un aparato para ser leído, es otras cosas: un espacio para habitar y reconocerse, para impulsar preguntas y volver a él cada vez que sea necesario, y recordar, entre tantas cosas, que el cuerpo y la ciudad son mapas que se modifican con el tiempo.