«Lo mágico es un lenguaje común»: Pablo Boffelli

Siesta (2021) es un nuevo experimento de Pablo Boffelli, y su primera novela gráfica. El libro del dibujante, también conocido como Feli Punch, es la primera publicación de la nueva editorial argentina Aguinaldo Editorial, cuyas premisas están definidas por la variedad estilística y la amplitud de los lenguajes y formatos.

En los trazos de Pablo Boffelli se refleja la fuerte influencia del dibujo técnico y la perspectiva. Su paso por la carrera de arquitectura le sirvió para aprender a interpretar y conceptualizar el espacio. Siesta es una suma de estos elementos que conjugados dan como resultado una hermosa poesía visual, que transita entre los límites del minimalismo y el surrealismo de una manera mágica y espectacular.

Pablo nació en Santa Fe (Argentina), es artista plástico, dibujante y muralista. Autor también de Punch (Galería Editorial, 2015), Locura (Galería Editorial, 2015), Rombo (Larva, 2016), Fiebre (EMR, 2016), Mambo (Waicomics, 2018), Penales (Galería Editorial/Nimia, 2021) y Freelance (Editorial Club, 2021).

En una conversación para Blast hablamos sobre su trabajo, sus ideas y sobre su último libro Siesta.

¿Cómo fue tu contacto con la historieta?

Nunca fui un gran consumidor de historieta, al menos de la clásica, tipo superhéroes y esas cosas. Nunca me llegaron, no tuve amigos o compañeros que me acercaran a ese mundo. En mi casa las primeras cosas que leí fueron tiras de Quino y Patoruzito. Mi madre trabajaba en la Biblioteca Municipal de mi ciudad y un verano me fue trayendo todas las semanas un número diferente de Las Aventuras de Asterix. Otra cosa que no era cómic, pero que me volvía loco era ¿Dónde está Wally? En los últimos años de Facultad, empecé a conocer autores que no pertenecían a ese mainstream del cómic. Autores, que como yo, subían sus dibujos e historietas a la web. Hoy soy amigo de muchxs de ellxs, y me siento parte de algo. 

Detalle de «Siesta», de Pablo Boffelli.

¿Cuáles son las principales temáticas que abordas en tus libros?

La temática o concepto que siempre predomina en mis dibujos, libros, etc, es el espacio. No sé si fue realmente una cuestión a priori, sino más bien algo que descubrí mientras los hacía. Pensaba que los personajes o las ideas eran los protagonistas, pero tras verlos en retrospectiva me di cuenta que el personaje era el contenedor de todas esas aventuras. No importa si es un collage, un cómic, una viñeta de humor gráfico, una pintura o mural, siempre parto del espacio, es lo que sé hacer, un punto de partida, un lugar seguro, pero no una zona de confort. 

Otro factor importante que atraviesa mis libros es el humor, entendido como un sentido, como hablar, escuchar, etc. Hay que ejercitarlo y desarrollarlo, sirve para hacer de la vida, y de las malas noticias del mundo que nos rodea, un lugar un poco más llevadero y amigable; una buena manera de decir cosas crudas y reales con un tono naif and cute. El humor es aliado del cinismo, de la sátira, de la incomodidad, contradictoria con la idea de confort, es una cama de piedra, un altar de sacrificios aztecas, donde se extirpa una parte importante de tu personalidad ofrecida al servicio de un pueblo desesperado.

¿Qué buscas expresar a través del lenguaje de la historieta?

La historieta me permite desarrollar mis ideas sobre un hilo conductor. Como un equilibrista recorro esa tensa línea sujeta a unos extremos indefinidos. Siempre fui un autor de trabajo un poco desordenado, me dedico a muchas cosas y experimento con muchas técnicas y materiales. La narrativa me ayuda a tener que acotarme y ponerme límites claros, a partir de un formato, una cantidad de páginas, una técnica, etc. Por otro lado, mis dibujos muchas veces funcionan con cierta autonomía. La historieta me da la oportunidad de realizar y contar algunas cosas para las que necesito más de un dibujo y que en otro contexto, a veces, me daría pereza realizarlas. 

«Siesta», de Pablo Boffelli.

¿Hay influencia del cine, la literatura o de otras maneras de narrar de las que te vales para crear tus libros?

 Cuando cursaba tercer año de la facultad una docente -ante un proyecto que le presenté- me preguntó si había leído a Kafka. A partir de ese día siento una responsabilidad ante la lectura. Debo leer y leo todo lo que puedo. A veces siento que empecé a leer de grande, pero después te das cuenta que en realidad no te alcanza la vida para leer todo lo escrito que existe, entonces empezás a disfrutarlo. Borges, Aira, Kadchadjian rompen la estructura de lo absurdo, lo llevan a un nuevo nivel, desconcertante, expansivo, sideral, lo deforme es natural, lo épico ordinario y lo mágico un lenguaje común.

¿Tus obras anteriores se conectan con lo que desarrollas en Siesta?

Me gusta pensar que una obra no es un momento aislado del resto de la producción de un artista, sino más bien la sumatoria de trabajos a lo largo del tiempo, el fragmento de una pieza más grande, híper compleja y en constante evolución. 

Quisiera, si fuera posible, poner todos los trabajos y libros en simultáneo y que se pueda leer una idea subyacente que las atraviese, que los puntos de conexión no sean evidentes, que haya que descubrirlos, que vistos desde lejos configuren una constelación que envuelva y gravite alrededor de un núcleo permanentemente en movimiento.

«Siesta», de Pablo Boffelli.

¿Cómo surge la idea de Siesta?

Desde hace algunos años comencé a nombrar a mis historias con una sola palabra, así nos encontramos con Punch, Fiebre, Mambo, Locura, Rombo, Penales, Freelance. Me gusta la idea de encontrar esas palabras que por sí solas pueden ser interpretadas de más de una manera, casi como lectores existan. A la hora de enfrentarme ante las páginas de esta nueva historia decidí que Siesta era la palabra para nombrar a ese momento del día donde uno improvisa un descanso para aliviar el tedio de la jornada. Por lo general, no siempre se efectúa sobre una cama, sino que se da rienda suelta a la creatividad, no hace falta ni estar acostado. He dormido sobre un colectivo, sobre un escritorio, caminando. La duración transcurre desde algunas horas hasta a veces solo un segundo, un flash. Te puede agarrar desprevenido y también se puede planear. Hay artefactos electrónicos y mecánicos que ante un mal funcionamiento se recomienda apagarlos, desenchufarlos unos segundos, reiniciarlos, etc. Así es el sueño para la mente; lo que el aire es a los pulmones, una lágrima al dolor y un paisaje a la imaginación.

Todo Siesta está desprovisto de diálogo, solo encontramos lenguaje escrito en: «Una ciudad sin viento/ es silenciosa/ el viento es tiempo/ las aves viajan por el tiempo…»

Es raro usar palabras escritas para describir una obra muda, eso si no consideramos que en realidad cada imagen es una palabra, y cada palabra una imagen, y todo es una construcción del lenguaje. Si veo una manzana dibujada, escucho el sonido del gusano mientras perfora sus túneles.

«Siesta», de Pablo Boffelli.

¿Cómo está construida la estructura narrativa de Siesta?

Dicen que todo surge de una gran explosión. Desde ese momento todo está en expansión, viajamos hacia el infinito en armonía con el resto de las partes y cada una de nuestras partículas viaja a la misma velocidad que las distintas versiones existentes, en los infinitos planos espaciotemporales. Superponer esos planos, saltar de uno al otro, doblarlos, romperlos, se hace posible cuando crees en ellos y posees una herramienta como el dibujo, que desde la comodidad de un escritorio lo permite sin poner en riesgo la integridad física y mental. Sé que sueno evasivo, pero ¿quién es capaz de revelar las fórmulas de un experimento que todavía se encuentra en proceso de prueba? No quisiera encontrarme pronto bajo los efectos de una mala praxis y como una especie de Jekyll and Hyde huir escurridizo por las esquinas oscuras de la ciudad intentando justificar las formas y contraformas de lo que en definitiva es un inocente juego de líneas. 

En Siesta hay una transformación del personaje, pero este se transforma en relación con el espacio, ¿cómo lo piensas al ponerlo en las páginas? ¿Por qué termina en este personaje híbrido entre gato y hombre?

Quien convivió con gatos pudo apreciar la habilidad natural con la que se ubican en un lugar, armando perpendiculares o buscando el centro, equilibrando con su cuerpo algún tipo de desajuste formal o energético, sacrificando con su ser las tensiones que se generan entre los elementos que componen un espacio. Son en sí mismo un límite concreto. Durante mucho tiempo la arquitectura puso como centro al hombre, como origen desde el cual el espacio se desarrollaba. Luego, tras el existencialismo, ese centro desapareció y la forma ocupó su lugar, sometiéndonos a normas y leyes ajenas a nuestra naturaleza. Si entendemos a las ideas como un fluido, podríamos adaptarlas a cualquier recipiente, porque su cualidad es la de ocupar copiando los límites del envase, subordinándose naturalmente, fuera de ellos se desvanecen. Cualquier estructura, ya sea una viñeta, una historieta, fue concebida para ser el destino final de ese flujo de ideas y ocurrencias que nuestra imaginación nos regala, ser cuidadosos de las formas sería negar su naturaleza.

Detalle de «Siesta», de Pablo Boffelli.

Si clasificáramos Siesta en alguna vanguardia, tendríamos que hablar de surrealismo, ¿podríamos decir que es un surrealismo que conversa con tipos de narración un poco más actuales y, de alguna manera, complejos?

 La idea de los dadaístas de dar sentido a cosas ordinarias, dar vueltas conceptos preestablecidos, romper cánones, siempre me pareció atractiva. Creo que más entrado en el siglo, el pop o el punk también fueron movimientos con los que me siento identificado. Me hubiera gustado volverme un poco más loco, marginal y extremo. No sé si son las épocas, el siglo XXI, pero eso se sabrá dentro de un par de décadas. Igual no sé cómo hubiera sido un libro mío publicado en mi adolescencia, en mi edad maldita, sin pertenecer a nada, perdido y con un deseo extraviado. Seguro que estaría lleno de rabia y ruptura, de preguntas y desafíos, no esta lectura domesticada de una ciudad curtida y digerida, la de un sabio incipiente que desnuda con su experiencia la estructura hueca del caos ordenador.

También se evidencia el minimal en la puesta en página y esa manera de recurrir a las formas básicas para crear mundo. Háblame un poco de esta relación con lo onírico.

Todo gesto de simpleza esconde tras él un mecanismo complejo, el intuitivo esboza una línea y se conforma, el existencial elige los extremos y los une. Vivimos rodeados de convenciones que nos dan tranquilidad a la hora de elegir. La geometría es un refugio para aquellos que solo les interesa el contenido sobre la forma. La naturaleza en su pureza y honestidad nos regala esas figuras para que desarrollemos con ellas nuestra inteligencia, para que depositemos la razón y dejemos de lado las limitaciones fétidas de nuestro cuerpo.

Diana Romero
Diana Romero
Bogotana. Literata de la PUJ. Hizo un máster en edición digital con la UAH. Vive en Buenos Aires, donde se encontró con el cómic y estudia un posgrado en diseño comunicacional en la UBA.

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