Voluntad, en medio de una cruda distopía no tan ajena, es lo que nos presenta la serie Grampas a través de sus producciones lanzadas en simultánea. Se trata de No robots de Kundo Krunch, y Pasto y concreto de Leandro Davel (2024), editadas en Argentina por Loco Rabia Editora. Aunque ambas historietas —como hermanos gemelos— están emparentadas por los mismos padres editoriales y orientación temática, poseen identidad propia cuando se logra identificar el carácter que sus respectivos autores imprimen en el desarrollo de sus narraciones.
Al respecto, para continuar jugando con la metáfora de los bebés recién gestados, equipararé el cordón umbilical al hecho de que nuestros invitados, al compartir la misma nacionalidad de Borges, impregnan ese rasgo existencialista tan distintivo en la tradición cultural argentina. Resulta buen ejercicio imaginarlo en el formato de los comics con la misma intensidad; sin embargo, parece posible en las propuestas a reseñar. A simple vista, es inevitable no advertir el contraste entre el monocromatismo de la primera, frente al abanico tonal de la segunda. Pero vamos despacio, porque es en los matices donde se descifra la esencia.
Cronológicamente, el siglo XXI está a punto de cumplir su primer cuarto. Época propicia para reflexionar sobre la relación presente-futuro y cómo esta idea condiciona nuestra percepción de la realidad; en particular cuando interactuamos con los dispositivos tecnológicos a nuestro alcance. Kundo Krunch sobrepone una minoría de robots discriminada —aunque sin moral—, por encima de una comunidad de humanos en decadencia, que se intuye, sería el desenlace de una confrontación entre ambos bandos. Lejos de convivir bajo sus propias normas y superar racionalmente a sus rivales, pronto surgirán conflictos internos, degradando la aparente armonía. Todo en medio de un entorno sórdido de prostitución y drogas, en el cual sobreviven reductos que se resisten a someterse, prefiriendo conspirar a través de organizaciones clandestinas.
En cambio, en el universo paralelo que nos ofrece Leandro Davel, la sociedad de las máquinas ya no pretende camuflarse entre los humanos, siendo ahí donde se marca la diferencia sustancial. Acá asistimos a su epílogo, o al menos eso parece a juzgar por el escenario post-apocalíptico de la ciudad X donde transcurre la historia, en la cual se aprecian avenidas desoladas, autos convertidos en chatarra y esqueletos desperdigados por las calles. Pero los robots protagonistas (Nico y Dos), lejos de sentirse abrumados, les importa un bledo lo que ocurre a su alrededor. Antes que nada, parece más bien que se regocijan en la sospecha de que se encuentran solos para hacer lo que se les antoje. Quizá su única preocupación sea mantener el hambre y la sed a raya (es fascinante que posean ese lado vulnerable). Se divierten explorando para alejar el aburrimiento, pero su curiosidad es recompensada cuando por accidente, hallan un misterioso artefacto que les deparará aventuras insospechadas; entre ellas, alterar la línea del tiempo. Un elemento adicional, como lo es una cebolla mutante que se une a sus aventuras, envía una sutil ironía de alerta sobre los extremos a los que ha llegado una sociedad gobernada sin responsabilidad.
Pero el lazo umbilical con la historia de Krunch, no se rompe del todo. También Davel introduce elementos de tensión entre las mismas máquinas, que, para sorpresa del lector, se materializan en agrupaciones secretas de robots encargadas de eliminar a intrusos humanos, pero que, por falta de tacto, terminan emprendiendo una cacería contra los de su misma especie. ¿Y de quienes habrán heredado tal condición? Un interrogante que queda abierto, pero de fácil resolución filosófica que nos lleva a poner en la palestra, la muy mentada autonomía de la Inteligencia Artificial.
La lectura gráfica aparece muy descriptiva en el campo secuencial de ambas, haciendo de los diálogos —que también son determinantes—, un recurso apenas de apoyo. Con un impecable dominio de luces y sombras en No robots, la puesta en escena del conflicto permanente humanos vs autómatas, utiliza todos los planos y en particular de las viñetas abiertas para dimensionar el impacto del panorama siniestro que acompaña el accionar de los personajes. Dicha característica envuelve la trama en un halo de misterio al estilo novela negra, que intencional o no, se acopla a la idea de fatalismo que Krunch pretende plasmar. Cabe anotar que aquí, las figuras femeninas son clave en el hilo argumentativo, ya que asumen el papel de apoyo psicológico, sobrellevando gran parte de la carga emocional; en especial, cuando toman justicia por cuenta propia en situaciones decisivas.
En Pasto y concreto, Davel se otorga la licencia de intercalar estilos de coloreado, unas veces plano, otras con volumen, dependiendo del entorno al que hayan sido arrojados los personajes por los caprichos del curioso objeto manipulador del tiempo encontrado. Es esa ilusión de alternancia entre dibujo y «tridimensionalidad» su mérito visual más notorio, predisponiendo al espectador a acompañarlos al instante en sus andanzas; esto sumado al estratégico empleo de las viñetas desde cualquier ángulo de la página para provocar la sensación de movimiento como en un fotograma. Partiendo de la perspectiva estética, no solo es exquisito para la retina, sino que contribuye a resaltar su carácter jocoso.
Estas entregas 4 y 5 de la Colección Grampas de Loco Rabia, se salen un poco del esquema de sus antecesoras Lo mejor que tenemos, Valijas perdidas y El pequeño gigante. Si bien mantienen la línea de desesperanza en los guiones, esta vez apela a la figura del robot como referente humano —con sentimientos y defectos— en las dos publicaciones que ven la luz durante el final de 2024. Krunch y Davel no necesitan dar mayores explicaciones acerca de su postura frente al impacto mediático de la Inteligencia Artificial con todas sus variantes. Sus propias creaciones hablan por ellos, a la vez que nos invitan a tomar partido más allá del simple maniqueísmo de si es mala o buena la tecnología. Solo hay que confrontarnos sobre los límites que estamos estableciendo dentro de nuestra cotidianidad; como, por ejemplo, que el celular que acabamos de comprar no acabe absorbiéndonos. No es mi caso, pero quizá algún lector extra-riguroso pueda sentirse desilusionado al no encontrar respuesta a estos cuestionamientos, pero justo esa característica es la que engrandece una obra: dejar inquietudes.