La idea original de este texto era otra, una versión corta que acompañaría el resultado de una conversación que tuve hace unas semanas con Julia Reyes Retana y Emiliano Becerril Silva, autores de Vitiligo, (Elefanta Editorial, 2024) pero el audio de la entrevista quedó atrapado, si es que existe tal cosa aún en algún lugar de la memoria de mi grabadora. La confianza en el método tradicional sumada a la falta de precaución y uso de otras herramientas más confiables me dejó sin el archivo que transcribiría. Como no quise molestar a Julia y a Emiliano para una nueva entrevista decidí que el error técnico haría parte del nuevo texto, por lo menos a manera de explicación.
Aunque he tratado de recordar algunas de las palabras de los autores, hay en mi memoria una serie de lagunas que no me permiten armar, por lo menos, una frase de todo lo que escuché ese día. Intento, con la relectura de Vitiligo encontrar al menos una pista, pero fracaso. Sin insistir mucho, leo, rasco en las páginas y paso mis manos para sentir, me dejo llevar por las texturas del libro y vuelvo a su portada, y a sus atractivas capas de verde, un verde que son muchos verdes, en las que un niño, Emiliano, y una mujer, su abuela, descansan sobre el verdor mirando hacia arriba. La apariencia sencilla del formato toma otras dimensiones con los verdes y las figuras de las plantas, es como entrar a una dimensión cubierta de hojas de matas que, en el interior, en las guardas y sus páginas, delinean la espesura de un jardín que escapa a la uniformidad. Mientras lo veo de nuevo y me asomo por sus ventanas pienso que como le pasa al niño, Emiliano, que le gustaba sentarse en la sala y mirar la ventana al Jardín, leer este libro es en parte seguir con la mirada, ese gusto inicial, ver a través de las viñetas que forman parte de esta memoria gráfica y táctil.
El niño, Emiliano, no sólo se queda mirando el jardín a través de la ventana, junto a su abuela pasea por el interior del jardín que se abre de una ventana a otras. El jardín entonces toma muchas formas, y se le puede ver por muchas ventanas. En este punto empiezo a captar en mi memoria sonidos de la conversación con Julia y Emiliano, son sonidos discontinuos, que no puedo ubicar del todo y no me dicen nada completo. Ante la imposibilidad de algo concreto imagino que Julia me comenta algo sobre la disposición arquitectónica en el libro, su modo de construcción que sucede al interior de una casa, al interior de un jardín, y los materiales que usó para lograr las texturas que impregnan la piel del libro. Son tantos los verdes como las formas de piel que pueden existir. Son tantos los colores, verde sobre verdes, como los tipos de colores que hay en la piel, como los colores de piel que podemos ver y tocar.
Veo un poco más adelante las formas de las plantas, se hacen tan grandes que se toman las páginas, arropan al niño, Emiliano, y a su abuela, ambos viven en ellas, en la experiencia de su paseo por el lugar. Siendo categórico digo: Este un libro sobre la memoria y la imaginación, es un libro sobre enseñar y aprender, un libro sobre la fascinación. Es ante todo un libro sobre los sentidos: la vista, por un lado, el tacto en otro, y el olfato también, porque las texturas de los verdes, y los otros colores huelen en las páginas y no por el efecto de la tinta impresa sobre el papel, hay una experiencia sinestésica, sin es que cabe el concepto acá, que entre tantos colores, formas, paseos, descubrimientos y juegos, nos crea una percepción de olores que brotan en la lectura. Pero, es más: es un libro sobre la piel. Ya lo he dicho, es claro. Recuerdo acá lo que dice Andrea Fuentes Silva en el prólogo: «La piel es un borde hacia fuera, algo que somos frente al mundo, y es borde también hacia dentro, lo que tras una superficie se encuentra en nosotros».
Casi al final de la visita al jardín podemos reconocer otro detalle que aparece en la superficie de las plantas y sus formas: los nombres de animales, cosas y partes, y su relación metafórica con las plantas, que la abuela del niño, Emiliano, le cuenta para mostrarle esa otra relación que hay entre las cosas. Vitiligo también es un libro sobre el lenguaje, sobre los nombres de las cosas, lo que son y hay en su significado, sobre reconocerse en la naturaleza, en el mundo visible y el que no lo es, reconocer y reconocerse en las plantas de muchos colores como las variegadas, esas plantas que no se pigmentan del todo como las demás plantas porque no son verdes del todo.
Repaso una vez más los párrafos, algo titila, es una luz pequeña, lo que hay detrás de la luz tiene la forma de una locomotora encerrada en un bosque, un niño de siete años y un adulto están mirando de cerca, al lado de la máquina hay un cartelito que me dice que Vitiligo fue primero un cuento, eso fue algo que dijo Emiliano en la entrevista, de ahí en adelante hay otros cartelitos, unos más opacos, otros aparecen borrados, en los que tienen letras y figuras alcanzo a leer cómo se volvió ese cuento en esta historia gráfica.