En 1952, la editorial independiente del historietista mexicano José Guadalupe Cruz (1917-1989), más conocida en el medio como Ediciones José G. Cruz, publicó el primer número de Santo, el Enmascarado de Plata ¡Un semanario atómico! La revista se editó y reeditó por más de tres décadas, incluso algunos años después de que Cruz disolviera su imperio editorial a principios de los ochenta. En su mejor momento, la historieta llegó a tirajes regulares de hasta tres veces por semana, con una producción de quinientos mil ejemplares cada uno. Claro, eran otros tiempos, el comic latinoamericano funcionaba bajo otras lógicas editoriales y comerciales, los lectores eran otros, el bajo costo y la masividad del medio lo hacían competitivo frente a la gran industria del entretenimiento de la época.

La historieta retomó al enmascarado creado en los cuarenta por el fenómeno de la lucha libre mexicana Rodolfo Guzmán (1917-1984), quien sería el portador oficial de la máscara de plata, tanto en los cuadriláteros, como en la historieta y el cine. José G. Cruz, que conocía muy bien la industria, que aún antes de fundar la editorial se había hecho un nombre en el mundo del cómic mexicano como editor, dibujante y guionista, proyectó a este personaje más allá de la lucha libre, hizo de él un superhéroe, le dio una historia, un carácter, un propósito, lo convirtió en una marca comercial rentable. Y no solo eso, además implementó el fotomontaje –Cruz venía usando este medio algunos años antes de crear Santo– como una forma de producción en masa de cómics, con el que pudo responder a la altísima demanda de sus historietas.
Ediciones José G. Cruz se fundó el mismo año en que apareció el primer número del enmascarado de plata. La editorial se instaló en un edificio de cinco pisos que el mismo Cruz construyó, debidamente separado por departamentos de edición, diseño, producción y fotomontaje, además de una vastísima fototeca. Aparte de Santo, Cruz publica La pandilla, Black Shadow, Muñequita, El valiente, entre otros títulos, y continuó editando Adelita y las guerrilleras, uno de los éxitos de Cruz de la década de los treinta. Además de estar al tanto de las cuestiones contables y editoriales, Cruz guionizó casi todas las series de la editorial, incluido el cómic de Santo, aunque debió de delegar el dibujo y parte de la producción de las historietas a sus colaboradores, algunos de renombre, como Delia Larios, hoy conocida como la primera historietista mexicana.

Las primeras ediciones de la historieta tenían alrededor de 36 páginas grapadas (incluidas las portadas); cubiertas rústicas a color e interiores a una tinta, blanco y negro o sepia; el formato era de menor dimensión que el comic book, de unos 17 x 21 cm, aunque este varió en las décadas siguientes, con los tomos recopilatorios y las ediciones y reimpresiones que hicieron en Colombia y Venezuela las editoriales Cinco, Icavi y Continental en la década de los setenta y ochenta. La calidad de la impresión y el tipo de papel eran de baja calidad; sin embargo, esto iba bien con los mínimos exigidos por el fotomontaje, que además de abaratar los costos al público, garantizaba la rentabilidad de las ventas.

A diferencia del comic book norteamericano de esos años, por lo general, de historias autoconclusivas, Cruz ideo para Santo arcos argumentales que se desarrollaban en varios números. Generalmente, cerraba estos arcos a media revista para iniciar el siguiente; esto con la obvia intención de enganchar a sus lectores. La economía del producto se evidenciaba también en el armado de página, en el que comúnmente usaba dos viñetas horizontales, algunas veces tres, con lo que podía incluir amplios cartuchos de texto y extensos diálogos. Se aprovechaban bien los márgenes inferiores de las páginas y las cubiertas para promocionar otros títulos de la editorial, así como para incluir algún dato informativo sobre lucha libre, historia de México y avisos dirigidos a los fanáticos de la historieta.
El fotomontaje fue un recurso formal que caracterizó a la historieta de Santo.[i] Aquí se utilizaban fotografías de rostros para montarlas como recortes sobre cuerpos y fondos dibujados. El bestiario de criaturas que enfrentó el enmascarado, titanes, licántropos, vampiros, muertos vivientes…, por supuesto, fueron monstruos de tinta. Quien aparecía como Santo era el propio Rodolfo Guzmán, el portador oficial de la máscara. Esto fue así durante los primeros años de la revista. No obstante, a principios de los setenta, tras un conflicto jurídico entre Cruz y Guzmán, las fotografías del luchador fueron remplazadas por las del fisiculturista Héctor Pliego, tanto para los nuevos números de la historieta como para las reediciones. Lo que implicó, por cuestiones legales, el cambio del traje y el logotipo del héroe.

Santo estaba orientado a todo tipo de público, infantil y adulto; sin embargo, una parte importante de sus lectores eran niños. A lo que habría que aclarar que esta no fue una historieta infantil; sus contenidos, aunque con un cierto carácter moralizante, se alejaban del modelo de revistas especializadas que se publicaron en la época para este público. Era una historieta bastante violenta. A los elementos de la acción y la aventura se le suman el melodrama, el thriller detectivesco, el terror, la ciencia ficción, lo sobrenatural y un cierto gusto por la explotación y lo truculento; modos que Cruz recuperó de sus primeros melodramas gansteriles y que, muy a su manera, adaptó del pulp y del cine B estadounidense.
Curiosamente, la lucha libre no fue un tema central de la historieta; esto apenas funcionaba como una anécdota. Santo era, más bien, un tipo de caballero andante, un desfacedor de entuertos enmascarado que anduvo por casi todos los caminos que podía ofrecerle el pulp. La máscara, por otra parte, sí fue un elemento recuperado de la lucha mexicana, pero que Cruz reinventó para adaptarlo al mundo del cómic. Sobre esto se pueden rastrear varias influencias, tanto de los héroes enmascarados de las tiras de prensa –especialmente, The Phanton, de Lee Falk– como del comic book; no obstante, en el caso de Santo no existe una identidad secreta, como en Zorro o Batman, sino que él era la máscara, no había un personaje más allá de ella.

Las historias se desarrollan en una ambigua metrópoli que evoca a Ciudad de México, espacios rurales llevados por la barbarie y submundos extravagantes traídos de la imaginería popular y la cultura de masas. Escenarios enrarecidos, muy propios del pulp. Sin embargo, esto se equilibra con las extraordinarias dotes físicas y morales del enmascarado, quien siempre estuvo del lado de los desamparados de este mundo, lo mismo que del catolicismo y las instituciones. No por nada, cuando las cosas pintaban ya muy mal, aparecía la divina protectora de México, la Virgen de Guadalupe, para darle su ayuda celestial. Rasgos que definirían muy bien al personaje, a los que Cruz sumaría el candor, la honorabilidad y el decoro, lo mismo que una poderosa masculinidad que enloquecía a los personajes femeninos buenos y malos.
Santo, el Enmascarado de Plata iniciaría su declive editorial en los setenta. Fue una caída lenta. Le tomaría más una década más desaparecer del mundo comercial de los cómics. Si por una parte hubo un agotamiento de sus temáticas, que no se adaptaron a los nuevos patrones sociales de la historieta, condiciones materiales influyeron de manera decisiva en su cierre: el pleito legal que enfrentó a Cruz y Guzmán, problemas con el fisco y, sobre todo, el encarecimiento del papel y la menor rentabilidad de las ventas, que no solo afectó a Ediciones José G. Cruz, sino también a las grandes editoriales latinoamericanas de historieta. Hubo algunos intentos posteriores de revivir a Santo, incluso retomando la idea de pasar el legado de la máscara a su supuesto hijo; sin embargo, El Enmascarado de Plata y de sus epígonos, Blue Demon, Neutrón, Huracán Ramírez, ya habían pasado a formar parte de la historia de la cultura de masas latinoamericana.
[i] Sobre el fotomontaje y la historieta mexicana de principios del siglo XX, ver el exhaustivo estudio de Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, Puros cuentos: la historia de la historieta en México (Grijalbo, 1993).
Recordarnos esas bellas lecturas de antaño. Sencillas pero muy creativas.
Bien Carlitos Bastidas Zambrano
Que emocionante. Muchos años buscando algo sobre «santo» y hoy tratando de recordar a la novia por fin encontré algo alusivo. Como conseguire una historieta al menos. Gracias.