Dentro del universo de los libros, estos suelen agruparse en diversidad de géneros, e incluso, otros más caben dentro de la denominación de inclasificables. Para el lector consciente de su fragilidad, ávido de experiencias inspiradoras que le suministren herramientas para enfrentar el vaivén de la vida, solo existen dos clases de textos: ajenos e íntimos. A los primeros se renuncia cuando no resultan reveladores; en los segundos en cambio, el mensaje resulta tan cautivador que parece surgir a través de sus hojas una voz que habla al oído capaz de leer la mente.
Patricio Betteo logra dicho efecto con Nada que ver (Océano Historias Gráficas, 2021), fresco libro que desde su origen no tuvo pretensiones más allá de usar los pensamientos como vehículo para llegar a aquellas reflexiones que nos obligan a hacer un alto en el camino, pero terminó convirtiéndose en un auténtico poemario ilustrado con minihistorietas o «microcuentos que son poesía», según definición del propio autor. El título resulta irónico cuando el espectador se adentra en cada capítulo, conformado por lo regular entre 4 y 12 viñetas ligeras, salpicadas de monólogos provocadores; en casos extremos no existen viñetas, sino solo dibujo sobre fondo. Para su sorpresa, cada página es casi un capítulo en sí, dando como resultado una publicación voluminosa con cerca de 80 relatos gráficos breves que no solo ofrecen mucho para ver, sino para asimilar.
Es apenas lógico que un libro así, salga de la inspiración de alguien como Betteo que prefiere sentirse bisagra entre lo que se concibe como ilustrador y escritor, impregnándose a la vez del sabor particular de cada oficio para producir esta mezcla literaria a la altura de ambos. Al dimensionar la obra en su conjunto, se advierte una línea narrativa continua, aunque con distintos personajes y espacios. Los recuadros irregulares contienen escenas que rayan en el absurdo, como si fueran recreaciones de un sueño para insinuar que nuestra esencia, es irracional por naturaleza. Cuando se descubre este código oculto, solo resta aceptar el hecho y sonreír ante la evidencia. A esto nos confrontamos al tomar la decisión de abordar esta hibrida publicación que se antoja genuina, especialmente si advertimos en una declaración pública que alguna vez hizo nuestro invitado, un rastro de honestidad cuando afirma que en realidad ha leído poca poesía, pero igual la encuentra viva en dos referentes directos sobre su alma de escritor, como son: Cortázar y Bradbury.
En lo que tiene que ver con el aspecto técnico, también conserva la misma filosofía de honestidad. Lejos del exceso de adornos de los sofisticados instrumentos de diseño, a Betteo solo le bastó una plancha en la que elaboró bosquejos para luego delinearlos. Hasta ahí la parte manual. Acto seguido, acudió al archifamoso Photoshop para el proceso de entintado y color, y así, sin nada de misterios, les inyecta personalidad a esos desenfadados dibujos que con anterioridad, salieron de la punta de su lápiz HB (también hay otros cuantos en acuarelas). Pero la destreza de su lado artístico sale a flote, cuando no le deja todo el trabajo de retoque al programa. Sabe muy bien cuando aplicar «x» o «y» tonalidad para que la trama no se desborde, de esta manera interactúa con el blanco, el cual es esencial en el dialogo interno de las composiciones, ganando así sobriedad a partir del concepto original de «ser capaz de aterrizar una buena idea en el menor espacio posible».
A modo de impresión general, diría que la fórmula de minimalismo visual propuesta por Betteo se logra, primero desde lo gráfico, cuando da rienda suelta a representaciones metafóricas que contienen ideas con significados diferentes que remiten —es una opinión personal— a cierta tendencia de la pintura surrealista, en particular a los trazos orgánicos de Joan Miró. Luego, desde lo narrativo, al aprovechar la plasticidad del idioma español para moldear las palabras y jugar con la paradoja como estrategia para llegar al humor repentino; esto es evidente al identificar términos ensamblados tales como «colección incompleta», «bonsái gigante», «rincón portátil», «crucidrama», «agujero negro ligeramente despintado», y muchos más por el estilo diseminados a lo largo y ancho de 168 páginas sin numerar. Bajo estas condiciones, Nada que ver hace honor a lo experimental desde la perspectiva de lenguaje efectivo de comunicación, por la libertad que le ha permitido a su creador cambiar de trazos cuando mejor se le antojaba, sin necesidad de incurrir en cuadriculados purismos de estilo ni tener que dar explicaciones del porqué lo hizo. Simplemente sucedió y punto. Del mismo modo como sentenció en una entrevista para el diario Vanguardia de México, en la que le puso etiqueta definitiva de inexplicable a este exquisito compendio de raras historietas al que hemos dado un insuficiente vistazo: «puede ser muy divertido, puede ser muy pesado, puede ponerte a pensar o puede ser un libro únicamente para distraerte y copiar los dibujos…»
Patricio Betteo. Ciudad de México (1978). Estudió Diseño Gráfico en la antigua ENAP de la UNAM. Algunos de sus trabajos han aparecido en publicaciones como El Vagón Literario, Milenio Semanal, Conozca Mas, Rolling Stone México, Nexos, entre otras. Fue seleccionado en el “Catalogo de Ilustración Infantil y Juvenil” y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Premio Nacional de Novela Gráfica 2010, creado por la Editorial Jus. Enfocado en la ilustración editorial, ha trabajado en libros como El inconcebible universo de José Gordon y En busca de Kayla, de la periodista Lydia Cacho. Como artista dividido entre la literatura y la Ilustración, por la parte grafica tiene influencias de Quino, Rius, Mike Mignola, Robert Crumb, Chris Ware, Ashley Wood, Paul Klee y la Revista Mad; por el lado narrativo, Bram Stoker, Stephen King, Edgar Allan Poe, Julio Cortázar y Ray Bradbury. Últimamente se ha visto seducido también por la animación.