De la mano de la editorial Hotel de las Ideas, Pedro Mancini lanzó su nuevo libro de historietas llamado Niño Oruga, un viaje lisérgico y espectral de conocimiento y autoconocimiento familiar desde la narrativa gráfica de uno de los artistas del momento.
En las últimas semanas, las stories de Instagram empezaron a mostrar una constante. Decenas de personas del mundillo de la Historieta repetían los mismos hashtag: #ultradeformer, #historietaultradeformer, #ultramundo y #espectración. Fotos de páginas de cómics en negros plenos que parecen abismos interminables, secuencias que rompen la monotonía ofrecida por videos de TikTok, ojos sin pupilas y tramas raspantes que dibujan formas inexplicables ocuparon las historias de contactos cercanos. Una misteriosa oscuridad invadía nuestra calma pandémica.
Hace pocas semanas, la editorial Hotel de las Ideas anunció el lanzamiento del nuevo libro de Pedro Mancini, Niño Oruga. El autor de Alien Triste (Hotel de las Ideas, 2015) y No soy Hordak (Loco Rabia y PSQ, 2017) nos prometía por primera vez un viaje hacia el interior de su propia vida para conocer el vínculo con su abuelo, el actor de cine Ricardo Pasano, y con el universo de significaciones en que ambos van a confluir. Pero la expectativa puesta en encontrar un nuevo relato biográfico -ese al que la industria de la historieta argentina nos ha acostumbrado tanto- solo dura dos páginas. La invitación de Mancini, ese convide a poder conocer algo de su adolescencia y la vejez de su abuelo, nada tiene de ordinario.
Pedro intercala en su perfil personal/profesional, @Pedro_luis_ultradeformer, memes virales a los que le pone su cara con ilustraciones que experimentan con el horror cotidiano y el expresionismo onírico. Esta mixtura entre el humor y la oscuridad caracterizan en gran parte el trabajo del artista. Todo en él comienza con una sonrisa que se va volviendo escalofriante con el paso de los minutos, de los post y de las páginas. En el último año, supo construir una comunidad de lectorxs que sigue sus historietas en las que César Banana Pueyrredón es un enemigo a temer y Alejandro Lerner tiene un tercer ojo. Una grupalidad que comparte sus chistes, se ríe de la alopecia y toma como referente a Arturo Puig al grito de «Grande, pa». Estxs seguidorxs toman como propia esta dicotomía de claroscuros, una expresión que desde el arte gráfico pudo representar a la perfección nuestras propias polaridades emocionales. Todxs somos Pierrot riendo y llorando y esperando algún día cobrar un aguinaldo.
Niño Oruga narra el proceso de Víctor, un niño introvertido e incomprendido al oeste del conurbano bonaerense, en su camino por conectar con su historia familiar, con la figura de su abuelo -en tanto lazo consanguíneo y en tanto estrella del cine y el teatro nacional- y con sus mismas búsquedas de identidad en un mundo que parece no estar hecho a su medida. El personaje tendrá que enfrentar los silencios, eso de lo que en casa no se habla, para conocer las tramas escondidas, las piezas faltantes en el rompecabezas que es la historia de su abuelo y el sendero que llevó a este presente de autodestrucción. Para ello, tendrá que sumergirse en el Ultramundo, esa espacialidad interior e imaginaria creada por el padre de su madre. El actor olvidado se presenta ahora como el Anti-Ser y que como tal se dispone a destruir(se).
Pedro Mancini construye una galería de personajes ultradeformer increíbles. En una amalgama entre los universos de El Mago de Oz y Alicia en el País de las Maravillas, encontramos huevos con corona, peces voladores, un señor cabeza de zorro y ventanas tapiadas con ojos gigantes. Los negros que inundan las páginas de Niño Oruga son en sí mismos pasajes, puertas hacia otros niveles de este mundo maravilloso y oscuro que es la mente del Anti-ser, del abuelo envuelto en su vejez, su locura y su aburrimiento. Cada uno de los elementos que interactúan con Víctor juegan un rol importantísimo en el desenlace final, en este camino del héroe que sabe que al final de su epopeya solo habrá tristeza.
El mayor logro de esta historieta es cubrir con una estética terrorífica una realidad dolorosa que parece estar siempre a la vuelta de la esquina. Los cuadros, la televisión y los personajes que rodean a Víctor parecen querer salirse de sus personajes y contarnos lo doloroso que es acompañar la vejez de un ser querido, sus propias penas retrospectivas, la propia impotencia frente a lo irreversible y los secretos que quedarán guardados para siempre en un ultramundo mental de quién se va. Un lugar imaginario que debe necesariamente destruirse para dar lugar a los nuevos herederos de lo ultradeformer.
*Este texto es una republicación de la reseña que salió en El Grito del Sur