Athos Pastore presenta su nueva y personalísima historieta, «T.L.C.C.F.». Un relato áspero sobre la ciudad y las formas de habitarla. Una urbe que puede ser escondite o un monstruo del cual escapar despavoridos. Una experiencia gráfica aterradora y rasposa.
El sentido común dicta que, para escapar, es necesario alejarse hacia ese lugar donde nadie te vea. Huyendo de pasados, amores, represiones y violencias, muches eligen pequeños pueblos alejados, casitas en el monte o ranchitos en algún pueblo del interior. Pero esta presencia termina por alterar esos infiernos grandes en los que todes se conocen. El miedo rápidamente invade a les locales, quienes muchas veces terminan denunciando, excluyendo o expulsando estas presencias.

Sabiendo esto, muches otres eligen mezclarse en la masa a la hora de pasar desapercibidos. Con nombres inauténticos, bigotes falsos, nuevos cortes de pelo y gafas sin aumento, se entremezclan con la dinámica aturdida de las grandes ciudades. Como fantasmas, recorren las calles en caminatas a veces interminables, evitando dejar miguitas que permitan seguir sus rastros. Dejando familias, trabajos y pasiones detrás, logran esconderse a la luz del día, en el centro neurálgico del aparato que buscan evitar.
En «T.L.C.C.F.», editada por Deriva Ediciones, Athos Pastore desarrolla esta misma experiencia de inmersión en la urbanidad, pero en medio de la vida de un joven. Habla de esta segunda opción en la que se decide mostrarse tanto hasta lograr no ser visto. El autor repiensa la ciudad como un espacio de desconexión total, de individualidad extrema y anonimato. Y, aquí también, hay algo de escapatoria.

El peso represivo de una figura paterna autoritaria, con sus ondas destructivas expandidas en el tiempo y el espacio, es el telón de fondo de la historia (al menos, de su primera mitad). El personaje se inserta en un juego constante de acercamientos y distancias. Escapa a su control y, al mismo tiempo, le escupe la cara. «Transitar la ciudad como fantasmas» orbita en esta tensión de huidas y enfrentamientos. Incluso, con el padre-represor ya fallecido, la pelea por encontrar un lugar para habitar continúa en pie. En esta historieta, las formas de ocupar el espacio se vinculan con los propios recorridos familiares y sus traumas.
Athos usa pocos diálogos, todos ellos incrustados en la misma escena, bailando entre edificios, personas y rostros deformados por la memoria. Las palabras funcionan aquí como un elemento más para graficar la corrosión que representa ese espacio donde el asfalto se expande hasta límites insospechados. Son parte integrante del apartado gráfico, donde el autor elige combinar ilustraciones a base de Edding 400 con fotografías. Sobre la parte plástica de «T.L.C.C.F», un pedido de parte de quien escribe: tiene que existir -con cierta urgencia- una versión en risografía.
A la hora de escribir esta reseña, existió un debate acerca de si contar, o no, el quiebre que les lectores van a encontrarse, a riesgo de hacerles perder la sorpresa. Hacia la mitad de la obra, cambia el registro narrativo, la ubicación y el formato del guion, el tipo de narrador y la ubicación espacial de la historia. De veredas atiborradas de personas, pasamos a la oscuridad de un ambiente iluminado por la luz azul de varias pantallas. Pero algunas cosas se sostienen. Principalmente, la búsqueda de escondites y cierto tono cercano al terror.
La tensión de un encuentro con fines amorosos, acordado por Messenger, va subiendo en intensidad. El personaje se enfrenta a sus propias frustraciones, discute y se enfurece mientras le habla a una pantalla muda obligada a hacer las veces de interlocutor. Sale al exterior, a esa luminosidad repleta de cosas de la primera etapa, para volver rápidamente al confort cuidado de la oscuridad azulada. Todo se ve desde las pestañas del monitor, hasta que la historieta se rompe nuevamente.

El arte de esta segunda parte es incómodo y asfixiante. Rostros demasiados cercanos, restos de consumos virtuales en pestañas apenas asomadas, intermitencias luminosas que parpadean de un cuadro al otro. Todo en un crescendo que va marcando el tono de Athos Pastore de aquí al futuro próximo.
El final, con un expresionismo avasallante, es una serie de explosiones gráficas en claroscuros. Athos grita desde su arte y esos alaridos pueden escucharse en cada ilustración, hasta ahogarse en la última página de la historieta. Como cerrar el tablero del Jumanji de un golpazo, esa es la sensación más cercana a la experiencia de lectura de «T.LC.C.F». Bienaventurades sean.