«Le coup de cafard es una expresión de procedencia francesa que significa tener una depresión profunda. Su traducción literal es el golpe de la cucaracha.»
El golpe de la cucaracha, Gato Fernández
La escritora argentina Leila Guerriero escribió hace poco: «El padre de Fernández abusó de ella cuando era niña y el libro cuenta esa historia. Lo que hace que sea un artefacto narrativo de porte —el dibujo, claro y expresivo, fluye con un guion en el que se insertan silencios ajustados que subrayan tanto la candidez como la inermidad ante lo siniestro— es que Fernández se mete en problemas (los problemas de un narrador, no los de una víctima), y ataca el asunto en toda su complejidad.» Esto lo escribió refiriéndose a El Golpe de la cucaracha, en esta casa hay fantasmas (Historieteca Editorial, 2021) de la dibujante argentina Cecilia «Gato» Fernández, que es la historia de un abuso, del terror de ese abuso y como lo remarca Guerriero: la representación de los hechos con varias capas de complejidad.

Partiendo del comentario inicial no es fácil leer esta historieta con la evidencia narrativa de los hechos, y ver a Lucía, la niña que dibujó Gato, en su casa siendo abusada y digerir lo que pasó. Porque más allá de que la representación tiene tintes de fantasía, y la fluidez gráfica conduce la narración, de antemano sabemos que es una historia autobiográfica, y a pesar de que los hechos tengan otro tiempo, acá se aborda el trauma, se le da forma y se presenta para que lo veamos, sin poder hacer nada, como muchas veces le tocó ver a Lucía de niña.

En la narración dibujada, y la elección compositiva sin muchos decorados de fondo, en algunas ocasiones, aparecen un grupo de ratones antropomorfos y fantasmáticos, uno de ellos, le cubre los ojos y le dice: «No veas, Lucía. Para esto sos muy chiquita»–. Pero ella ve y nos muestra, lo que ella vio y vivió.
Desde la portada, y con un gesto que deja claro lo que contará, se advierte, que la niña está siendo amenazada mientras intenta dibujar. La niña, que es Gato y aparece con el nombre de Lucía es fuerte, ella, sortea, como puede, lo que pasa: el abuso del padre, la violencia intrafamiliar, aferrada a su imaginación, a la complicidad de su hermano, a su madre, y los refugios que tiene en su casa. Y algo de humor, algo de válvula hay en medio de todo eso, así el testimonio de la niña víctima es algo más, a pesar de estar presa de las condiciones de la violencia y el abuso, en la historieta hay unos agujeros de escape para Lucía, fuera de esos fantasmas y de la realidad, en los que aparece la figura de un Dios no para redimir o salvar sino para darle aire a todo lo que se lee. De modo que las representaciones del hecho guardan la esencia del discurso testimonial, y a pesar de que lo contado está dibujado, la veracidad directa del testimonio perdura. Así, la voz de Lucía, lo que pasó y no se va, y las acciones de los sujetos reales permanecen, encarnados en las formas de los dibujos recordándonos lo sucedido.
Entre tanto, Gato Fernández dibuja una historieta para devolver el golpe, para ponerlo en otro lugar, que da, por un lado en el registro gráfico del abuso, la confesión, la visibilidad narrada, y por el otro, deja la individualización del hecho y a través de la narración con dibujos la hace colectiva, y ejerce, a pesar del tiempo, el derecho a denunciar cómo su progenitor abusó sexualmente de ella en su infancia durante más de cuatro años mientras dejaba de ser una bebé y se convertía en una niña.
Como sabemos, la historieta, con sus mecanismos particulares de representación, así como pasa con otras formas de arte narrativo crea perspectivas, te da pequeñas revelaciones, te acerca la mirada, y en ocasiones te hace ver de frente, en este caso el horror de un abuso, que aunque insoportable y para muchos es algo que ni siquiera puede ser imaginable, sucede, está ahí en la historieta de Gato, pero también en la vida de muchas que no pueden siquiera contarlo.