Pocas veces hemos visto reflejado en viñetas, el interior de la vida social de una comunidad de amigos muy adultos. Para no caer en etiquetas, diré que el rango de edad en esta comunidad oscila entre los cincuenta y setenta. A modo de primera impresión, causa un sentimiento de regocijo darse cuenta que, la vida siempre nos prepara desafíos en cualquier época de nuestra existencia, mientras sigamos respirando. Es el caso de La Sudestada (Cohete cómics, 2018) de Juan Sáenz Valiente; su artífice de texto y dibujo. Esta obra gráfica que nos llega desde Argentina, atrapa la curiosidad del lector por el hiperrealismo en las expresiones de sus personajes, lo que se convierte en un excelente recurso de apoyo a los diálogos. Así, se pueden intuir pensamientos, reacciones o actitudes no reveladas.
La reseña de hoy parece redactada de atrás para adelante, pero lo pensé de esta manera para tener elementos a la hora de explorar el argumento.
Como foco central, el fenómeno climatológico propio de la zona del Río de la Plata denominado sudestada (viento fuerte con persistente lluvia), se convierte en el mejor pretexto para la obsesión onírica del detective Jorge Villafañez hacia Elvira Puente, coreógrafa de ballet casi contemporánea suya. Contratado por el esposo de esta, y en vista de la fama de implacable en su trabajo que ostenta Villafañez, comienza a seguir sus pasos hasta descubrir el misterioso lugar al que ella suele escapar. En uno de esos avistamientos, la descubre bailando desnuda en medio de la lluvia de la sudestada; lo que, al parecer, se convierte en premonición de un accidente justo al lado de un árbol cercano. Ante tal circunstancia, a nuestro detective no le queda más remedio que acercarse a auxiliarla.
A partir de tal suceso, comienza la relación entre ambos personajes tratando de descifrarse el uno al otro. Jorge lleva consigo un conflicto que lo amarga desde su juventud, y Elvira sufre por cuenta de un secreto familiar; de esta manera, la figura del árbol cobra un valor metafórico al asociarse con esa pena relacionada con sus parientes. También en los repetidos sueños de Jorge cuando sus manos se transforman en ramas que acechan a la mujer hasta envolverla. En varias situaciones similares, se insinúa la idea de una química que podría inducirlos a un desenfreno amoroso; sin embargo, el autor sabe mantener esa expectativa hasta el final, que, para sorpresa del lector, todo toma un rumbo, —si se puede llamar—, insólito. Lo que parecía dolor, se revela como miedo cuando Elvira decide enfrentarse al árbol caído real luego de una agridulce reunión con su madre, su esposo y Jorge. Al tratar de romperlo, también lo hace con su pasado.
Retratar la psicología de la gente vieja, es algo que no salió de un afortunado experimento en Sáenz Valiente, sino que es, su logro personal. Un ejemplo de esto, es la manera como asistimos a la transformación de Jorge Villafañez a lo largo de la trama: de un individuo mezquino, pasa a ser un hombre conmovido por el desahogo de los sentimientos de la bailarina cuándo apenas era un desconocido. Paradójicamente, sin lograr una complicidad intima, se aprecian como confidentes. Solo ella logra sacarlo del círculo de amigos «buena vida» de charlas y futbol sala, con los que solía compartir relatos acerca de las cosas que les afectaba. En cuanto a Elvira Puente, recorre la fina línea entre el sentido común y la locura, pero una locura de consumo personal que usa como terapia para alejar sus demonios; solo que, por cuenta de la astucia del detective, se hace visible, aunque sea solo para él.
Como pasa en toda buena obra gráfica, el color también es un actor determinante. Nuestro invitado no se reprime a la hora de dar rienda suelta a la «paleta» de tonalidades, reservando algunas para ciertas situaciones y emociones; aunque definitivamente, prefiere la luz a la penumbra, el blanco directo o difuminado domina las escenas. Como dije atrás, la historia adquiere carácter tanto por las líneas estilizadas para los gestos, como para las locaciones, especialmente en aquellos momentos en los que la lluvia hace su aparición en forma de gotas insinuadas como ondas sobre el agua, anunciando la llegada de la sudestada para meterse en medio de Jorge y Elvira.
Entre las obras gráficas que me han causado grata impresión, debo decir que La Sudestada está entre las primeras. Más allá del simplismo de decir que el argumento es profundo, me quedo con la capacidad de Sáenz Valiente para hacer de lo local, un asunto universal. Obviamente los diálogos delatan su origen, pero es esa «forma de ser» de los personajes lo que le imprime un aire bonaerense. Además muchas influencias como el Tintín de Hergé, también percibo que el autor se inspiró en obras del cine argentino (tal vez El secreto de sus ojos de Campanella), logrando captar ademanes propios de los fotogramas, imprimiendo con maestría el mismo efecto en los recuadros del papel, incluyendo sus pausas y silencios. Traté de ubicar elementos en contra para agregarle algo de sal a la reseña, pero pienso que sería una necedad, pues esta es una pieza de la que hay más para aprender, que cuestionarle.
Juan Sáenz Valiente (Buenos Aires – Argentina, 1981). Historietista, ilustrador y animador. Co-fundador del movimiento cultural para la difusión de la historieta infantil y juvenil «Manifiesto de Banda Dibujada». Ha participado en proyectos al lado de su padre, el también artista Rodolfo Sáenz Valiente. Desde muy joven ha experimentado con el dibujo y la animación. Algunas de sus obras reconocidas son El Hipnotizador (2010), Me estoy quedando pelado (2015), Un perro con sombrero (2015), entre otras. También ha colaborado en varios cortos y actualmente es protagonista de una serie de televisión llamada «Impreso en Argentina».