«Las personas que habitan directamente en las regiones fluviales sienten los ríos de una manera propia. Tratan con ellos íntimamente y suelen tener vivencias en común».
La verdad de los ríos, Ignacio Piedrahita
«Le han tirado todo el mercurio en el Bajo Cauca y el agua es un veneno y los peces son veneno. Ese río está muerto, muerto».
La lucha de los habitantes de La Mojana intoxicados por mercurio, Juan Miguel Álvarez.
El dibujante y periodista Joe Sacco, en una entrevista en referencia a su último libro Paying the land, traducido al español como: Un tributo a la tierra (Reservoir books, 2020) mencionaba la relación que los pueblos originarios del noroeste del Canadá (Los Dene) tienen con su territorio: «La humildad con que tratan la naturaleza. Creen que ellos son propiedad de la tierra mientras nosotros creemos que nos pertenece. La falta de respeto por la naturaleza es uno de los motivos de la pandemia. Sin la naturaleza no podremos vivir». La relación con la tierra de Los Dene, que se puede ampliar a la relación que la mayoría de los pueblos originarios del continente americano tienen con el territorio, es una vindicación al mismo, una manera de habitarlo, entendiéndolo no como un tramo de propiedad para la extracción de recursos o el valor dado por su acumulación. Parte del problema narrado en el libro de Sacco, se ajusta a lo informado en el Recetario de Sabores Lejanos (Cohete cómics, 2020) un libro de historietas documental con guion de Pablo Luciano Guerra, que presenta ocho trabajos investigativos e igual número de representaciones gráficas sobre las resistencias que se dan en algunos territorios de la república de Colombia y las formas de trabajo comunitario construidas alrededor de los ecosistemas, los cultivos, fogones y mesas, a medida que las actividades extractivas, la agroindustria, los desplazamientos y otras formas de intervención violenta transforman el paisaje y toda forma de vida que en ellos habita.
Esta historieta no es un libro de recetas como tal, la preocupación documental y el cuerpo de las investigaciones no pasa por la presentación de platos «típicos» o la exotización de las formas lejanas de alimentación. Cada una de las miradas no solo da cuenta de, si no que establece preocupaciones comunes y expresiones solidarias sobre las formas sociales de alimentación que están amenazadas por todo tipo de conflictos socioambientales y políticos que las comunidades tratan de sortear a pesar del abandono estatal y las dificultades que sufren los territorios aislados, en su mayoría, en disputa por grupos armados, tanto legales, como subversivos y paraestatales. Cada historia tiene un cuerpo de presentación similar: la introducción o presentación de la investigación, la descripción de la receta y una historieta de un poco de más de diez páginas para cada caso. En este último aspecto, vemos y leemos que el registro de lo narrado está determinado por el estilo, la línea, un color y las soluciones gráficas que cada dibujante ha utilizado. De este modo, cada historieta no solo representa un territorio, también es un espacio gráfico con características particulares, las cuales no son uniformes, son diversas, como pasa con los organismos de un ecosistema, como si cada historieta fuera un organismo interdependiente que comparte un hábitat en el libro. De tal forma que se puede acceder a cada historia de manera individual a medida que el ecosistema del recetario va tomando cuerpo.
En la historieta «Mote de palmito» dibujada por el historietista Henry Díaz, a partir de la investigación de Diana Ojeda, prevalece la síntesis en lo narrado, dejando de lado excesos de palabras o datos informativos. La referencia al Mote de palmito aparece en medio de un almuerzo, en una conversación sobre lo que se come. Mientras la conversación pasa, aparece el despojo y las violencias del conflicto armado que ha ido exterminando la relación que las comunidades tenían con el plato. En el caso de esta historieta, no es una crónica dibujada, es un fragmento que contrapone lo que se está comiendo con lo que se comía, haciendo que fluctúen en las páginas dibujadas la memoria de los conflictos y los cambios que ha sufrido la alimentación que se desdibuja, con un azul turquesa que parece irse borrando. En otra de las historietas «Sancocho de Coroncoro» la investigación de María Alejandra Grillo pone el foco en La hacienda Las Pavas, ubicada en la isla de Papayal, al sur de Bolívar, un territorio en disputa por todo tipo de grupos armados y que, en los últimos años ha sido transformado por los monocultivos de palma y la ganadería extensiva. En este caso la dibujante Sindy Elefante inserta varios elementos en su narración gráfica que son efectivos para ubicar el territorio y para mostrar los cambios que ha sufrido, como la disminución del ciclo natural del agua que afecta la subienda del pescado. En parte de lo dibujado aparecen mapas, infografías, ilustraciones a doble página que muestran los cambios y las afectaciones derivadas de las alteraciones al paisaje. En otra de las historietas «Finca amazónica» una investigación de Kristina Lyons dibujada por Ed Muñoz, la documentación está basada en las enseñanzas de campesinos del Putumayo y su defensa por la recuperación de los huertos y las huertas amazónicas. Este trabajo en particular, documenta las prácticas agrícolas marginadas en el territorio, el cual tiene unas condiciones muy distintas a las de otras regiones colombianas. Exponiendo además, que el departamento no es solo una tierra óptima para las siembras cocaleras. Acá, de nuevo, están parte de los problemas comunes que se documentan en cada historieta: los monocultivos, la ganadería extensiva, la explotación minera ilegal, ríos destruidos, grupos armados y otra serie de problemas que desfiguran las actividades comunitarias y sociales, tal y como pasa en las otras historietas; «La viuda de Bocachico»; en el Bajo río San Jorge, Sucre, una investigación de Alejandro Camargo dibujada por Camilo Aguirre, que relata la crisis pesquera de la región; «Bala con carne serrana», una investigación de Aurora Casierra y Sonia Serna, en el Barrio, el Oasis, Soacha, Cundinamarca, dibuja por Miguel Vallejo, que trae a la memoria la preparación de un plato que el despojo y el desplazamiento han ido borrando; el «Tapao de Doncella» de Quibdó, en el departamento del Chocó, un trabajo de Natalia Quiceno y Mariela Palacios dibujado por Diana Sarasti, el «Marrano guisao con tungos» en la sabanas inundables del Casanare, una investigación de Ingrid Moreno y Julio Vanegas, representada por Camilo Vieco, y «Aguacafé con limón», una bebida de trabajadores y recolectores de las fincas que es el revés de una marca nacional como el café colombiano, que está anudado al espejismo del Paisaje Cultural Cafetero, y que en el trabajo de Juan Camilo Patiño y Carolina Pineda Cadavid, se grafica con una cara poco conocida para el turista.
Cada una de las historietas que hacen parte del libro nos permite detectar un problema estructural, la violencia de un sistema económico predador, sustentado en la desigualdad, el despojo, la destrucción y la explotación del territorio. Así, cada investigación es una pieza más de una forma de violencia oculta que está enquistada a la deuda de una reforma agraria que ha sido una promesa nunca cumplida, que se suma a los problemas generados por el cambio climático, el narcotráfico y el capitalismo tardío.
Como apuntaba Diana Gil en una reseña sobre este libro en el suplemento Generación del periódico El Colombiano: «Agua y tierra son dos elementos que se dibujan de principio a fin en los trazos de los historietistas. En algunas recetas el agua es la médula espinal del pescador, quien en silencio con su atarraya anhela la subienda para amanecer con pescado. Por otro lado, la tierra es un espacio de lucha y resistencia por la soberanía alimentaria de las comunidades». De esta manera, cada receta como se ha dicho no es un manual de preparaciones, es una serie de conversaciones extendidas, una forma de mirar más allá de lo que comemos, una manera de conectar con los sabores lejanos a través de la defensa por la vida y los territorios, unos territorios de los cuales hacemos parte, aunque los creamos apartados.