Violencias negadas

«Lo que hace que esto pertenezca a la órbita de la magia del Estado es, por supuesto, junto con el engaño detrás del procedimiento de mímesis y alteridad, la simultánea admisión y negación de que esta es necesaria pero de otro modo, absolutamente evidente contradicción».

Michael Taussig, La Magia del Estado

«El origen es su pecado original».

A.R. Ammons

«El pasado está esperando siempre allí adelante».

Las Tierras arrasadas, Emiliano Monje

 

Hace unos días en una conversación (virtual) entre los dibujantes Joni b y Luis Echavarría, a propósito de Liborina (Planeta cómic, 2020), el último libro de Echavarría, había una pregunta por el mundo que no vemos en la historieta, el lado que no está y del que vienen los personajes -expedicionarios-. La pregunta sobre la cual no se profundizó mucho no deja de ser vibrante, por la imaginación que supone y, por la posibilidades creativas que sugieren todo aquello que es no visible en el libro, pero sobre todo, por la contraposición entre lo no existente y lo que se ve y se lee, que en caso de Liborina es la partícula que sostiene la narración, la cual es, el escenario de una historieta que plantea un mundo alterno, con otras posibilidades, en un futuro que no es tal, un futuro que es más próximo de lo que creemos, un territorio «mágico» donde el horror cobra formas negadas.

Parte de lo que es y ha sido el conflicto en Colombia, es una negación narrativa, para muchos el conflicto es una ficción, de ahí la insistencia por conservar un mundo ideal, puro, sin contagios, tanto gráficos como los de la lengua; sin embargo, los conflictos, la lucha de clases y los levantamientos de los pueblos, tratan de poner en escena eso que se quiere negar. Esa disonancia ha creado, entre tantos desastres, una superposición de realidades en una República desigual y con un proyecto que se desbastara a pedazos, una tragedia repetida y reciclada, un loop desgraciado que es nuestra historia. La negación no solo es al conflicto, la negación es a muchos espacios; a los paisajes -que solo sirven de muestra exótica- a los territorios; a las desigualdades, la negación es a las violencias y las masacres, la negación al otro, al distinto, hasta eliminarlo o asesinarlo. Acá sabemos muy bien que, ante el menor asomo de desacuerdo con el otro, el método de entendimiento es la sustracción, la eliminación física o simbólica. Si no estás de acuerdo conmigo, te elimino. Así, puedo conservar mi mundo ideal.

Sin querer ahondar mucho en esto, lo cito como referencia al libro de Echavarría, un libro que es sobre la negación, la negación de un conflicto que se dice ya ha terminado y del cual siempre hay que escapar porque es asunto de otros.

Una página que ilustra el territorio alumbrado en «Liborina».

Lo exploradores en Liborina son una pareja de jóvenes, un trío de amigos, que vienen de un lugar que no es el territorio rural, sino, de lo que suponemos es la ciudad, pero al ser una ciudad colombiana, esta es, a pesar de las ideas contrahechas, un territorio rural con improvisaciones de cemento, plagado de negaciones y aspiraciones de primer mundo ¿Qué son las ciudades en Colombia sino pueblos expandidos a la fuerza que no han dejado ser tales? Pequeños pedazos de pueblos cosidos entre sí, aunque los nacidos y aferrados a las ciudades imaginan, cada día, que viven en otro mundo -ahí otra negación- como los exploradores que vienen de un lugar civilizado y descubren el horror en esa selva que está en otro mundo.

Los expedicionarios en los inicios del viaje.

Esto es lo que se revela con violencia en Liborina, detrás de la aventura por saber y descubrir, hay un reconocimiento con el mundo oculto y negado que se escinde, que tratamos de apartar, el lado que creemos es vergonzante, el horror del cual hacemos parte y circula, no solo allá en la selva o en las periferias de las ciudades. Unas formas del horror que están entre nosotros, en una convivencia feroz entre la civilización impostada y la barbarie inevitable.

Pasajes de un museo.

Esta historieta además es una narración que logra, como lo plantea César Aira en su ensayo Evasión, mencionando un libro de Stevenson «llevarnos a la aventura, transportarnos a sus escenas, provocar la «momentánea suspensión de la incredulidad» que pedía Coleridge» además como continúa Aira en el mismo ensayo, aunque Aira hable de literatura y sabemos que es un lenguaje distinto al de la historieta, esto es algo que aplica, por lo menos de forma parcial, para la historieta diseñada por Echavarría «hay muchos rubros de los que ocuparse: el vestuario, las escenografías, el guion, los personajes, las secuencias, la iluminación, la utilería…» Echavarría usa estos elementos para crear anatomías -no solo con los personajes- sino con las páginas que son absorbidas por la burundanga, por el follaje, los sonidos y el fuego de una fiesta, anatomías y ecosistemas hostiles que a la vez nos son cercanos y extraños y, que acá son representados como extracciones de lo que pasa allá, pequeñas partes y signos, de ese otro mundo, pero que son  -vuelvo a repetirlo- nuestro mundo. De ahí que no se gratuito que las referencias a marcas, a la cultura pop, al cine, a ciertas formas de vestir, terminen integradas al mundo fantasmal, habitando los mismos espacios pero no de formas decorativas sino con una naturalidad que hace perder de vista el supuesto rasgo irregular, eso lo vemos, de manera continuada en las narraciones gráficas de la iglesia que también son muestras de ese horror. Una iglesia que es el portal de entrada a ese otro mundo, el pasaje y el camino que lo oculta, o cuando los viajeros observan las paredes con inscripciones y dibujos (mandalas de colores) de las chivas viajeras en un museo de atrocidades, que cuenta; cuadro a cuadro, viñeta a viñeta, escenas de lo que es y ha sido el conflicto armado en Colombia. Unas escenas que sabemos hacen parte del conflicto que no ha terminado, con paramilitares jugando fútbol con la cabeza de un campesino o los ritos de grupos armados. Todo esto sugiere que el conflicto sigue, no solo es la pieza vieja de un museo, está ahí, latiendo, que no acabó, que la violencia no se ha detenido, y eso lo sabemos, no hubo tal final, aunque intentemos de manera inocente irnos de exploradores al campo y mirar con la suficiencia citadina los territorios rurales que están abandonados, y siguen abandonados al igual que los pueblos campesinos, afros e indígenas.

Una noche de fiesta en «Liborina».

Usando variados recursos como las fragmentaciones de las composiciones  regulares y las alternancias de viñetas que se superponen a veces por énfasis y por maneras de situar las narraciones desde varios lados, en Liborina, en ese viaje propuesto, hay en el revestimiento y el atractivo de este libro unas vibraciones comunes a otras historietas de Echavarría, como lo son las fijaciones por los paisajes no de manera decorativa sino agreste; las fantasías tropicales y la alucinaciones con sustancias, con la recreación expresa de síntomas, alteraciones y sensaciones que se multiplican pasando de lo sobrenatural, a lo weird, hasta las abismales relaciones entre seres humanos, los animales y la naturaleza. Esto es algo que podemos leer gracias a que el color no se mutiló y se conservó. Mientras uno lee Liborina, con su atractivo gráfico las perspectivas se hacen hostiles y la lectura periférica se hace activa y asfixiante, no hay lugar para contemplaciones, la voracidad del monte es el estado de ánimo, porque la selva es el territorio donde todo pasa, los matorrales, las plantas, los arboles de muchas formas, una selva que escapa a la uniformidad, que no tiene un verde, sino verdes de varios tonos; a veces fluorescentes, a veces opacos de las montañas a la distancia o verdes que se lo tragan a uno.

Si bien podemos quedarnos con la idea de la ciencia ficción y el mundo con un conflicto terminado, que es la premisa del libro, esta historieta es un giro que podemos leer en sintonía con las narraciones que se salen de la ciudad, que se desplazan del cerco obvio del mundo civilizado, una viaje que se vuelve descenso en el que los contagios como pasa en La Vorágine de José Eustasio Rivera o en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, son inevitables, unas narraciones donde el viaje no es al futuro, es al origen y las formas vivas que negamos, al horror que está a cinco minutos.

Mario Cárdenas
Mario Cárdenas
Estudió literatura en la Universidad del Quindío. Ha escrito en diferentes medios sobre cómic y literatura. En sus ratos libres se dedica a tomarle fotos a "Caldera" su Bull terrier.

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