Geografías familiares y nacionales

«Un día voy a morir, mis viejos van a morir, mi hermano se va a morir, y nunca, pero nunca más vamos a volver a estar vivos».

Los veteranos del pánico, Fabián Casas.

«Los recuerdos son por definición del pasado, de lo que ya no está».

Noches azules, Joan Didion.

 

La historia comienza en un entierro, en el entierro de Vilma, la abuela de Rocío, ella, Ro, como le dice su mamá en unas cuantas llamadas por teléfono, heredó la casa familiar en medio de la crisis social y económica que desbarató la Argentina hace veinte años. Crisis, duelo, fisuras y memorias con más ausencias que partes completas son las piezas de las evocaciones y de los instantes perdidos y recuperados que se acoplan en Naftalina (Salamandra Graphic, 2020) la última historieta de la dibujante argentina Sole Otero (Buenos aires, 1985). En esta historia, tanto en estilo y forma, Otero toma distancia, por lo menos en las representaciones de algunos de sus trabajos anteriores como La pelusa de los días (La Cúpula, 2015), Poncho Fue (La Cúpula, 2017) o  Intensa (Astiberri, 2019), para decir de otra manera y contar a profundidad y con mayor extensión, una historia familiar.

Fragmento de «Naftalina» Sole Otero.

La casa es el punto nuclear, el origen, y su recorrido, el que hace Rocío por la casa, por esa región familiar, siguiendo su olor a naftalina, ese olor a cuartos cerrados, ese olor a una casa que en sus aberturas y espacios transformados por el tiempo, le brotan, en pedazos de recuerdos, sensaciones y colores. En la casa, en su construcción y ampliación, sus espacios han tomado otras formas, a la vez que la aparición y desaparición de sus miembros ha sido una constante. Rocío mientras narra y se reconoce está en compañía de espectros, de la imagen en colores de su abuela que se contrapone con las fotografías que toma, Rocío va apareciendo, con su voz, que se cruza con la voz de los otros, Rocío ahí, fundida, incomunicada, confinada, a la vez que escucha las noticias de un mundo, en el afuera, que no parece el mejor.

Rocío descubriendo lugares de la casa en «Naftalina» de Sole Otero.

Otero con suficiente habilidad arma una historia como si se tratara de una investigación, ocupando las zonas grises, las líneas borrosas que hacen parte de una geografía familiar, que no solo es íntima, ni siquiera local, es nacional. En esa reconstrucción que es un recorrido hacia atrás, a lo que fue, hacia un pasado incierto, va desglosando los traumas, las heridas, los miedos, las dificultades que están adentro de Rocío, y de los otros miembros, de su abuela, recuerdos que aparecen aunque se desgajen como hojas secas que desprenden de un tallo que ya no las soporta. De modo que, Rocío dibujada por Otero va descubriendo que para llegar a ella, para que ella existiera, hay una serie de accidentes y errores, de historias truncadas y de violencias. Como si tratara de explicar que todo juicio en presente, de algo o de alguien es insuficiente, el presente y lo que se es, o lo que somos es una sumatoria de errores, inmodificables. Así, poco a poco en Nafatlina se nos recuerda cómo las decisiones nos determinan, y cómo, más que de una accidente, somos producto de la aceptación, de la resignación.

La conversación de Rocío con su abuela Vilma, es un perfil atemporal, una manera de narrar y de entender a la vez. Rocío, en muchos espacios de la historieta la va describiendo a la vez que va encontrando su propio origen y una posible perspectiva de futuro que es incierto, tanto adentro como afuera de la casa. De la migración de Vilma, con su padre y madre huyendo de la Italia fascista de Mussolini a la Argentina de la crisis, ese es el tiempo en el que se extiende la narración gráfica, el tiempo que pasa, a la vez que las cosas se hacen y se desbaratan, un tiempo que cobra diversas formas en las páginas dibujadas por Otero, que con ingenio y conocimiento del lenguaje de la historieta, arma, en ese espacio limitado, dibuja variaciones y cambios en las composiciones, dobles páginas, alternancias entre colores, secuencias irregulares que ralentizan la narración y privilegian la observación, juegos con las formas de la casa, páginas en negativo, páginas y viñetas fragmentadas, gestos y miradas, dudas que se amplían en los globos, y otro abanico de elementos que habitan y recrean los escenarios posibles para la historia que se rehace entre páginas.

 

 

Al final Rocío se sale de la casa, cuando ya ha armado la genealogía rota de su familia, Rocío no solo descubre, entiende el aislamiento, la frustración de su abuela, y con esa verdad a cuestas, no se queda ahí, decide, tuerce su trama y no se resigna. Entonces, entendemos que Naftalina no solo habla de una familia, o de lo que implica inventarse una familia y las decisiones que tomamos, sino de una nación, de un país, del mundo que se construye, evoluciona y se destruye, en el que es inevitable la tragedia, aunque siempre hay alternativas.

Doble página de «Naftalina» Sole Otero.

Tal vez por eso Rocío, intenta elegir, ahora, en su presente, salirse de ese lugar «seguro» y botarse a un mundo a pesar de la incertidumbre, por eso deja la casa, no se aferra a ella, no hace o no intenta seguir el camino del pasado y hacer una familia a la fuerza. De modo que, mientras ella afronta su futuro y la crisis económica está en todos lados, ella decide enfrentarlo como sea, de lo contrario solo le quedaría la aceptación que moldeó su pasado familiar. 

Mario Cárdenas
Mario Cárdenas
Estudió literatura en la Universidad del Quindío. Ha escrito en diferentes medios sobre cómic y literatura. En sus ratos libres se dedica a tomarle fotos a "Caldera" su Bull terrier.

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