«El arte no reproduce aquello que es visible, sino que hace visible aquello que no siempre lo es».
Paul Klee
Uno de los últimos trabajos que realizó Pablo Besse, recientemente fallecido, junto a Paola Gaviria (Power Paola) fue Tierra larga (La Silueta, 2019), cuya autoría compartida aparece como No tan parecidos. Valga decir que, entre sus creaciones se suma el fanzine Extranjeros en todos lados, también publicado por la editorial La Silueta.
Tierra larga está dividida en dos partes. La primera se titula La cocina que canta, la segunda es La casa telepática. En La cocina que canta aparece, justamente, una cocina presentada en una progresión de imágenes que se suceden en varias viñetas silentes, cuyas transformaciones se van dando según la transición de la luz y la sombra. Lo que me lleva a preguntarme si, ¿esos cambios de luz y sombra configuran la melodía de la canción que canta la cocina? Luego, en el lado izquierdo de una ventana entreabierta, la yerba crece sobre las paredes y se derrama en el suelo. Así están las casas y sus objetos cuando están solas, tiradas a su suerte, sin gente, sin mascotas, sin nadie que las pueda cuidar. La cocina, como toda la casa, está destruida. Por esa atmósfera ruinosa deambula errátil un hombre alumbrándose con una linterna. En las primeras líneas de una viñeta se lee: «Un final comienza/en caída libre sobre el mar/empecemos y vemos/esto se acaba/una oportunidad en cada mano/la fortuna del dibujo/se traza en espiral/dejémonos llevar/ya no hay vuelta atrás» es el fragmento de una canción que alguien escucha en una radiola y que imagino estar escuchando también.

La disposición de dibujos trazados en una arquitectura de especies de animales y de plantas devela el laborioso y extraordinario proceso que implica la germinación de la vida, pero a la vez, constatarlo, asoma su fragilidad. Por ejemplo, cuando la anciana le dice al muchacho: «Hace mucho tiempo que no voy al Este. La última vez fue cuando los caminos eran agua.» Y más adelante: «Canción yubarta que viaja en el vapor de las ciudades destruidas por el crimen, esa espiral del tiempo cambia de un sobreviviente a otro.» (…) «De una especie camino a la extinción de otra.» Así, aflora el sin sentido de arrasamiento de tales formas vivientes por fuerzas indómitas y voraces que han dejado un paisaje yerto.

En La casa telepática, la segunda parte del libro, hay una continuidad narrativa. Ahora el muchacho (¿o ahora es el personaje de Power Paola y en la primera parte era Pablo Besse?) corta una hoja de lo que parece ser una planta de agave o un tipo de penca gigante, mientras sigue recorriendo lugares extraños. Después, se ven cabezas parlantes, pues como todo lo demás, también la gente, ha sido aniquilada. Cuando me devuelvo a las primeras páginas del libro leo: «Soldados y turistas». También se lee: «Los fantasmas son como las estrellas. Su luz perdura en nosotros.» Empieza a llover, la bicicleta del muchacho se hunde en un terreno fangoso. Se guarece. Tal vez sueña o tiene pesadillas en las que ve fantasmas. ¿Acaso delira? En sí, existe un sistema de criminalidad anónima. Todo lo antes viviente se torna luego fantasmagórico, acentuándose así el caos.

Este libro se compone de imágenes silentes y globos textuales que encierran un compendio de diálogos, canciones, grafitis, avisos, que actúan como señales y sugieren algo. ¿Qué es ese algo? Quizás sea la presencia de un territorio ruinoso por doquiera, constituido de ciénagas y escombros, y donde había ríos, desierto. La alquimia y la personificación de animales y plantas. Viajantes que escudriñan casas deshabitadas mientras van internándose por puertas desvencijadas que conducen a parajes inhóspitos. Son extranjeros que a falta de discursos buscan y observan cada cosa. Hay un juego de opuestos, como la luz y la sombra, lo habitado y lo deshabitado, lo cóncavo y lo convexo, una voz conocida y una voz desconocida, el ruido y el silencio, el río y el desierto. Un contraste desolador entre aquello que representa la vida: animales, árboles, montañas, ríos, gente, y todo lo otro que representa su opuesto, que es la muerte.
Podría precisar que, la unidad de esta obra da cuenta de la inmensa solvencia imaginativa de sus autores. En la laboriosidad de los dibujos trazados a lápiz se plantean efectos simulados en los que ambos dibujantes se dan licencia para trazar y borronear sin limitar en ningún caso su espacio creativo. Lo que en un plano ampliado resulta ser preciso y compacto. Es decir, es un todo bien logrado. Su maquinaria narrativa es manejada de forma sutil y efectiva, al conseguir, en muchos casos, extrapolar una cosa y sugerir otra. En tanto que, su sentido metafórico expresa cierta mística de la exploración que densifica la experiencia del lector. Quien se transforma a la vez en trashumante que observa y registra indicios y hechos. Estamos pues, ante un maravilloso libro, cuyas capas externas recubren las cosas, y es nuestra labor descifrar su significado interior.
Leer las reseñas de Maria del Mar Ospina A , necesariamente implican un placer y la necesidad de leer el libro reseñado. Son una visión de alguien muy formado.
Me pregunto ¿fue una premonición?