Hace algunos meses, rodeados de noticias en radio, televisión y redes sociales que contabilizaban les contagiades y les fallecides por la pandemia por COVID-19, compartí con Ian Debiase una interesante charla acerca de cómo ingresa «lo político» en la historieta. Yo inserto en mi rol de entrevistador para «Guion y Dibujo: Diálogos de Historieta», él asumiendo con creces el papel de entrevistado para la temporada #EnCasa del ciclo. Partíamos de una premisa tramposa, dado que los dos sabíamos que nuestras ideas en los que refiera a ideologías políticas no estaban muy alejadas entre sí. A sabiendas de una discusión que atraviesa todo el mundo de la historieta en Argentina y la región, nuestro punto de partida fue sostener que la política y el arte son indisociables, se alimentan mutuamente y conforman un sólo elemento. Querer plantearlo de otra manera es querer engañar a lxs lectorxs, esconder algo de mugre propia debajo de la alfombra de les otres. Pero lo que sí existe son niveles de exposición, ese querer mostrar o querer esconder aquello que se quiere contar. Como es de esperar tan solo leyendo el título del libro, en la obra de Ian Debiase hay entrega total y ausencia de trampas.

En esa misma entrevista, hablamos del trabajo biográfico y cómo este se materializa en el campo del arte gráfico secuencial. Indagamos sobre ese género tan extraño en el que se cuenta la vida de alguien que no somos, lugares que no habitamos, momentos que no recordamos por el simple hecho de no pertenecernos. Y Ian eligió una figura como la del Subcomandante Marcos, emblema del movimiento zapatista mexicano. Un hombre cuya historia es la historia de todo pueblo sojuzgado que elija levantarse. Una historia que comenzó antes y terminará mucho después de los límites que impone eso finito que llamamos «vida». En este camino, el autor elige recuperar la propia voz del hombre detrás de la figura. Esa voz que resuena en cada una de las ponencias, cartas y comunicados que el líder insurgente pronunció durante dos décadas.

Ian Debiase logra armar una biografía de nuestra tierra, esa que las fronteras caprichosas de los estados nacionales modernos quieren borrar. En la vida del Subcomandante Marcos habita la alegría por las pequeñas cosas, el amor tierno entre los hermanos, lo desgarrador de las pérdidas y el sacrificio por un mañana sin sufrimientos. Y esos sentimientos abarcan la extensión de Latinoamérica toda, con palabras dulces y posturas firmes, con una intimidad abrazadora. La voz de líder nos une en la fraternidad, sin perder de vista que nuestra América Latina también se une en una cadena formada por los eslabones de opresión que esta nueva etapa capitalista impone.

El aspecto gráfico de la obra demuestra un desafío que el autor resuelve de modo magnífico. Tomar las palabras de un hombre al que pocos le conocen la boca implica explotar su mirada. Como nuestro viajero de la eternidad envuelto en su escafandra y al que un filósofo dio el nombre de El Eternauta, los ojos del Subcomandante narran. De la ternura a la seriedad, sin perder nunca la capacidad de asombro, la obra nos comparte una forma de ver que nos es propia. Debiase nos invita a leer en los ojos de Marcos la memoria de opresión y rebeldía que nos configura, sea donde sea que nos encontremos leyendo estas líneas.

A través de selvas, ríos, cerros, cordilleras y playas en contraste con avenidas, edificios, veredas y monumentos, el libro nos ofrece una espacialidad propia. Con trazos incómodos que forman figuras fantasmales, la selva y la ciudad son los dos escenarios donde se lucha. Desde la Escuela Primaria Rebelde hasta la ronda de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo, el campo de batalla se entremezcla y se distorsiona, sus límites se vuelven difusos. En este punto en particular, el trabajo de Ian recuerda y homenajea la línea que marcó a toda una generación de artistas gráfiques a escala planetaria, esa escuela de estilo que se propagó desde una casita en Haedo y nació de la mente del «viejo» Alberto Breccia.
Subcomandante Marcos recupera tradiciones de lucha, desde la guerrilla y desde el arte. Desde la búsqueda revolucionaria que encarnan las consignas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hasta las texturas que artistas rupturistas decidieron elegir para representar un mundo menos armónico que lo estamos acostumbrades a ver en el arte. En continuidad con El Eternauta del 69´, tenemos otra vez «la» historia, que es la historia de un hombre pequeñito frente a la inmensidad de la historia de nuestro continente. Inmensidad que no temen y con la que eligen fundirse nuestro Juan Salvo y nuestro ahora Subcomandante Insurgente Galeano. Inmensidad que habita en nuestro propio deseo de libertad y justicia social.
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