Carlos Granda es un dibujante de historietas colombiano que ha ido puliendo un oficio fuera de las pretensiones habituales, con un trabajo que, para muchos cultores de la «pureza» o la identidad de la historieta colombiana, está hecho a la imagen y las medidas de otros mercados, pero que no deja de ser un trabajo que también pueden disfrutar muchos lectores nacionales, porque sus historietas, más allá del estilo o las filiaciones estéticas, también son historietas colombianas y no solo porque estén dibujadas por un autor nacional.
Uno de sus últimos trabajos, con escasa circulación y promoción (algo que lamentamos), es la historieta: Terrores Nocturnos. Divida por capítulos, en la historia se cuenta un episodio de la vida de Candy, una niña curiosa e imaginativa, de poco más de diez años, amante a la fantasía y una lectora voraz del género, sin embargo, Candy carga con unos miedos que cobran unas formas, algunas derivadas de su imaginación y otras, materiales, que deberá enfrentar.
En un viaje familiar a una finca, Candy encuentra su propia aventura, que no solo se hace material a través de las formas extrañas que la siguen y se aparecen en las noches, sino también es una aventura y encuentro con seres vivos y lugares que le son ajenos. En esto último, Granda es sutil al integrar el paisaje y, dar pistas de eso que no conocemos y cómo su relación distante puede configurar miedos. Un temer a lo desconocido. En toda la aventura que no dura muchos días, a lo sumo, un fin de semana de campo, gracias a la precisión y los juegos y cambios con las viñetas, las composiciones, las alternancias entre la luz y la oscuridad, los cambios con páginas en negativo, que en esta caso son de gran factura, los escenarios pueden leerse desde muchos lados; es lo que pasa con el cuarto, el punto nuclear de las pesadillas que se despliega como si este fuera muchos espacios entre sí, la escena de una frijolada y las trepadas a los árboles, un recurso, este último que le permite al lector reconocer a través del descubrimiento que hace Candy, el lugar ajeno. De esta forma puede verse el gallinero, la choza de don Antonio, los palos de guayabas, la marranera, entre otros lugares, a medida que Candy va deslizando las confesiones sobre sus miedos.
Lo miedos de Candy son representados a través de variadas formas gráficas y de simbologías identificables, sobre todo aquellas que vienen de la gráfica popular del terror, con ecos directos al cine y la literatura, algo de esto pasa cuando la historieta se vuelve un mix entre las películas: Poltergeist dirigida por Tobe Hooper y La noche de los muertos vivientes de George Andrew Romero, un episodio que Candy sortea a su manera, en una batalla intensa que la hará más libre, y que por un tiempo, tal vez, le permitirá descubrir el lugar de otra manera y enfrentar su vida y los nuevos cambios que le esperan.
No ahondaré mucho en la trama de Terrores Nocturnos, para no estropear los secretos que se guardan en cada página, que los dejaré para que los lectores, en un futuro posible, los descubran a su modo.
Me gustaría, por último, rescatar cómo en la historieta colombiana se está abriendo un camino para el terror, un género despreciado y poco valorado entre tanta hambre de realidad y moraleja. Lo demuestra Granda con esta historieta y su dominio del género, con un terror juvenil y con muchas puertas de entrada, todo esto, gracias a la capacidad de un dibujante que tiene todas las herramientas necesarias para contar historias de ese tipo, las cuales esperamos leer mucho más. Su caso no es particular, es algo que también hemos leído con los trabajos del caleño Julio Rodríguez, sobre todo con la serie El Cerrao, una historieta imperdible que hila violencias, terror real y local y homenajes a dibujantes del género; y las historietas del equipo de Entre las sombras; una antología colombiana de cómics de terror con participaciones de dibujantes y escritores como: Mateo Ramírez, Juan David Naranjo, Boris Greiff, todos estos proyectos autogestionados, dibujados al margen, con soluciones gráficas ingeniosas, que integran elementos externos a los dispositivos del terror local, superando aquella premisa de que en Colombia no se pueden contar historitas de terror, porque vivimos en un estadio del terror total. Sin embargo, la historieta colombiana parece decirnos lo contrario y señalar un camino lleno de posibilidades.