«Este libro se terminó de imprimir el 1 de mayo de 2014 en la República de Colombia, un país próspero y optimista donde ya casi no hay acciones violentas contra sindicalistas porque ya casi no hay sindicalistas«».
Camilo Aguirre-Ciervos de Bronce
Hoy, Colombia atraviesa una coyuntura de violencia desatada. La muerte, los abusos y la persecución a quienes piensan distinto, parecen haber salido de un cajón oculto. Sin embargo, el ciclo histórico suele renovarse y es ese justamente el tema central en Ciervos de bronce (La silueta, 2014), la novela gráfica de Camilo Aguirre, historietista de la ciudad de Cali que ha participado en publicaciones colectivas como Larva y el fanzine Fausto, y en los libros Caminos condenados (Cohete Cómics, 2016), Recetario de sabores lejanos (Cohete Cómics, 2020), entre otros.
Reseñar un retrato del dolor nacional no es tan fácil como pertinente, y aún así en Ciervos de bronce, la realidad de un movimiento sindical fortalecido a finales de los años 80, con una capacidad de convocatoria poderosa y enérgica, nos devuelve a la memoria aquellos años prósperos y gloriosos de una revolución más tangible que amorfa; mediante la historia de dos amigos pertenecientes al movimiento sindical. Camilo Aguirre hila aquella secuencia de vida que va dejando nudos a su paso.
Las huellas
El autor de esta novela gráfica utiliza desde la portada una serie de símbolos que acaban por ser pistas del panorama general, a simple vista es fácil pensar que el autor los usa para librarse de mencionarlos dentro de la historia en sí, por tanto los deja sueltos en ilustraciones que podrían ser detalles distraídos, pero Camilo hace de todas aquellas huellas, parte importante del relato histórico y su literatura alusiva a Marx y a Engels, o una simple taza de café que se enfría sola; asistimos entonces a las emociones fragmentadas de esta historia familiar arraigada en la lucha social.
Los personajes envejecen dentro de este relato corto, rememoran entre ellos a sus amigos amenazados, torturados, desaparecidos y muertos, encarnan los pasos de tantos soñadores que han creído que a través de la lucha popular en conjunto y en las calles se transforma un país. Carlitos y Federico sin duda obtendrían el galardón de bronce a una lucha que no alcanzó a erradicarlos.
Negociaciones
Si se habla de las organizaciones sociales también es obligatorio mentar sus divisiones, y para ello Camilo retorna a los personajes, esta vez sin nombre, el único que ostenta identidad es Milton, el referente de activista atravesado con el término «burguesía» anclado en la boca, siempre acusando, reclamando con base en la «ética revolucionaria»; como antesala a la tortura y muerte el autor deja en el camino las peleas dentro del movimiento como un agente importante en la división interna que luego erosionará la lucha, favorecerá la desaparición de compañeros y pondrá sobre la mesa de negociaciones uno a uno los muertos, que siempre salen del pueblo y terminan siendo parte del balance general de pérdidas como mártires. El autor es incisivo en esta parte con la semiótica de la tortura, los funerales y la soledad que trae consigo la desaparición, no hay una sola viñeta que se refiera al tema, son los símbolos externos, plasmados a mitad de página los que dejan el sin sabor de una herida que no cierra.
1989
El fragmento final de la obra tiene como título esta fecha y dispone todo un panorama de quietud, hombres ancianos que un día tuvieron ideales jóvenes, para ver partir sus días en una oficina «saliendo adelante», con la mirada puesta en lo que no fue. Camilo hilvana en este fragmento de la novela una estocada final, el golpe que despabila al dolor dormido y le muestra al lector que el ciclo no se desvaneció, solo se agazapó en una esquina, silencioso e inmóvil para salir ataviado con escudo a vociferar un «no me gusta hablar de eso».
La carta
Una página amarilla, escrita a máquina, sin fechas ni saludos, más bien a modo de apunte ligero redactado con las palabras agolpadas en la mente, así explica el autor de dónde surge la motivación de Ciervos de bronce como un relato que trasciende la vida. Llega un hijo y las reminiscencias traen con su aroma a pasado, en forma de ilustración de la puerta de entrada, los recuerdos de un padre que le cuenta a su hijo cómo aprendió a perder amigos, familia, amores…la vida.
No es una disculpa, tampoco una queja, la carta de este padre es una confesión a su hijo, la manera más cercana a sí mismo que encontró, para contarle su versión de todo lo sucedido. Volviendo a nuestra actualidad como país.
Ciervos de bronce es un paralelo acertado para entender que ya nuestro silencio no es tan atroz aunque la violencia siga de pie, hemos aprendido a diferencias aquellas diferencias etimológicas entre luchar y morir, para no quedarnos tendidos en esa trinchera donde se olvidan los que gritando desaparecieron y los que viviendo exigieron un país mejor.