«En el dibujo se despliega toda una compleja filosofía de las marcas, los signos y los rastros». Escribió en una carta fechada en 2003, James Elkins a John Berger. Esta línea de letras escritas pueden ser una definición o una descripción que se le podría adjudicar a los dibujos de Juan David Quintero (Yeidi), fiel practicante del Yeidismo, una práctica religiosa que como él lo ha comentado se basa en la creencia de que las libretas son una extensión del cuerpo y de la mente. Marcas, signos y rastros, como extensión de cuerpo y mente están en casi todo lo que uno puede leer y encontrar de este dibujante, el cual se le puede ir descubriendo de forma progresiva en las muchas señales y anotaciones que ha dejado en páginas, superficies y todo tipo de espacios que ha intervenido con sus dibujos.
Creo que fue Descubrimiento de Molgoria y Diario de C (Tragaluz Editores, 2018) lo primero que vi de Yeidi. El libro es, para resumirlo en una sola frase: un cruce imaginativo entre un diario y el invento de un mundo. La extrañeza inicial que me generó la primera lectura del libro me tuvo por un tiempo observándolo a distancia sin atreverme a entrar del todo: lo miraba de lejos, leía partes o entraba siguiendo con precaución los rastros y caminos que en él se proponen. Aún hoy, cuando vuelvo de nuevo a sus páginas, leo un pedazo y salgo de allí no sin antes llevarme una extraña sensación que no puedo describir muy bien, a pesar de la evidente construcción que se abre en las páginas dibujadas. De ahí en adelante, y con el propósito de llenar la ausencia de la primera lectura, busqué otras narraciones de Yeidi, y siguiendo una ruta sin demarcaciones, empecé a descubrir otros de sus dibujos, que siguen la premisa de su Yeidismo y mucho más.
Del Descubrimiento de Molgoria pasé gracias a una experiencia accidental a unos dibujos que Yeidi hizo en el cristal de las vitrinas de la segunda sede de libros Antimateria, en Medellín. Los dibujos mientras eran trazados se fueron esparciendo por los marcadores de colores que usó. Cuando el dibujante acabó aprovechando un tiempo en solitario en la librería: Me paré a observar sin descifrar lo ahí sellado, aunque quedé atraído por sus formas, por los conjuntos de filamentos que unían un dibujo con otro, la constante vacilación en sus líneas, y por los volúmenes de unos personajes que fluctuaban en la superficie como notas al margen.
Hay una página, entre tanto dibujo de Yeidi trazado en papel Midori, que me gusta leer o ver. Está titulada como: «Las aventuras de mono». En una retícula uno de esos personajes o seres hechos de líneas serperteantes que Yeidi dibuja aparece en diferentes momentos en las viñetas, no es un humano, no es un animal, o bueno, es un mono, eso dice el título. Una forma ligera que se explaya con sus extensivas extremidades desde diferentes puntos y ángulos. El personaje que no es humano ni animal, que es mono, está pintado de un color rosa que contrasta con el negro de su cara y sus rasgos desprovistos de racionalidad. La página es una serie de capturas en las que el personaje se hace otro y cambia gracias a su maleable composición y los colores de las viñetas. No hay algo que se cuenta a la vista, sin embargo la composición limita con lo abstracto y lo poético en la representación que Yeidi hizo del mundo de ese personaje, o por lo menos de lo que él imaginó para ese personaje. Y hay otros dibujados en papel Midori como: «Monos y monas», «Momentos reveladores» y «Dream tower» que también me gusta leer y ver.
Por otro lado están la serie de ilustraciones que dibujó para Final de temporada (Tragaluz Editores, 2020) el primer libro de cuentos del escritor Diego Agudelo. En este caso Yeidi en una serie de ejercicios de iluminación, lleva su estilo a la reconstrucción gráfica de un cuaderno, que es el cuaderno de Seishin Kotaro, personaje central del libro de Agudelo. Lo que hace Yeidi no es sugerir notas con su dibujo sino interpretar lo narrado por Agudelo y Kotaro, tomando el lugar del segundo para articular narraciones gráficas que se integran a la forma del libro y ampliar lo escrito en palabras. Como lo describe Agudelo en una entrevista «…Yeidi no se quedó con eso, sino que él simuló ser Kotaro unos meses, imaginando ser Kotaro, pensado qué haría Kotaro en el diario. Y generó muchas páginas más que están al final del libro.» Tomando entonces el lugar de Kotaro, Yeidi completó con dibujos la historia narrada, y además de autor se fundió en personaje con el gesto de sus ilustraciones.
Pero hay más. Pequeños cuadernos como La vida se irá dando (Editorial I Pelo, 2019) en los que la representación que logran sus dibujos deriva en secuencias de coremas, pero en su caso no son estructuras del espacio sino estructuras oníricas. Hay en este una historia de un vampiro que roba sueños, que tiene y no tiene poderes. Que se conforma con imaginar los sueños de otros en una travesía de páginas sin viñetas demarcadas que vistas con distancia relucen como diagramas. Además en esta narración gráfica uno puede encontrar resonancias, o espacios similares a los recreados en Big Questions de Anders Nielsen. Del mismo modo pasa en Es la búsqueda/ Tiny Worlds (Pequeños mundos) que puede leerse como la ampliación de La vida se irá dando con la inserción de una lectura gráfica en paralelo sobre pequeños mundos que se abren a mitad, y luego en toda la página formando una secuencia de líneas, frases sencillas y poéticas. Y otro como A plena luz del día (2019) fanzine en el que especula sobre la forma de la mirada, la que es visible y laquees física.
Y otros como Ed Álvaro, de formato amplio, impreso en la riso de Taller Comillo. Para este caso Yeidi marcó en un juego aleatorio de formas y composiciones la deriva de un personaje que deambula, de un salón a otro, de una viñeta a otra, de un tiempo a otro en una sumatoria de composiciones que articuladas entre sí nos da una versión de la vida de Ed Álvaro. Y su versión para el monográfico Scientific facts de la antología de comics de Letonia Š! (Baltic Comics Magazine #42) un relato orgánico con visos de horror y falsa ilustración científica, que le dan forma al cuento que un padre le relata a un hijo antes de llevarlo a dormir, un cuento sostenido por la trama y la existencia de un cuerpo de hormigas zombies y mutantes. O la anatomía hablante de un florero, en «No soy un florero». Además están sus dioramas en madera, en papel, como «Homenaje a Walton», su versión del «Jardín de las delicias», y todos sus experimentos de forma, color y composición, con el papel Midori.
La sumatoria de los trabajos de Yeidi, extensiones de su cuerpo y mente, son en conjunto una materialidad privada que él expande hacia muchos lugares plegando lo privado de sus libretas a lo expositivo de otras superficies y reproducciones. Su libreta, en esa función, se proyecta como bastión que captura lo íntimo, como espacio inerte que todo lo soporta, como opción práctica y herramienta teatral, la cual es apenas un punto de entrada a sus dibujos. La libreta reproducida en fanzines y carteles, la libreta hecha dibujos sueltos, la libreta hecha diorama, la libreta como recreación de su pensamiento.
Nunca se termina de descubrir del todo a Yeidi, siempre hay algo más, y creo, que en la lectura de sus dibujos, que se me antoja aleatoria para ser disfrutada, uno puede armarse un fragmento con algunas de las partes de su trabajo que se pueden encontrar o tener a la mano, no hay arbitrariedad sino invitación a dejarse enredar en sus juegos, a pasar por sus dibujos que son en tantas superficies y formas, que escapan incluso al espacio regular de las convenciones de lo que se conoce como historieta. Yeidi, dibujante sin clasificaciones, sigue las intenciones de José Antonio Suárez y Paola Gaviria, creando espacios en hojas de papel, haciendo de la libreta una extensión y un universo.
* Si desean conocer más de Yeidi, recomiendo esta entrevista dibujada publicada en la página de Tragaluz Editores.