La producción del cómic documental que se viene publicando en Colombia ha venido aumentando vertiginosamente en los últimos años. A finales del año pasado, el periodista, historietista e ilustrador Pablo Pérez “Altais”, publicó un cómic titulado Emilia (Cohete cómics, 2019) que, en sus palabras es “un diálogo entre narrativa gráfica y periodismo”, realizado junto a Lina Flórez, periodista y psicóloga. Un trabajo que se suma a la tradición de obras de cómic documental colombiano, iniciada por Ulianov Charlarca en su Historia gráfica de la lucha por la tierra en la costa Atlántica, a la cual le siguen libros como El sabor de la tierra por Edmon Baudoin y Jean-Marc Troubet (“Troubs”) en el que, a través de un viaje al sur colombiano, reflejan conflictos enraizados y repetitivos desde hace mucho tiempo en Colombia: FARC, cocaína y narcotráfico. En esta misma corriente, estarían: 4 Ríos, cuyas narraciones dan cuenta del conflicto armado en Colombia, aunado al uso de “plataformas de realidad aumentada” que, explora una interacción más activa entre lector y obra. A estas se suman obras como, Los once (Laguna Libros) de Miguel Jiménez, José Jiménez y Andrés Cruz Barrera, donde narra la toma del Palacio de Justicia por parte de la guerrilla del M-19 en 1985, al tiempo que alterna y nos muestra la espera de una abuela y su nieta del retorno de su hijo a casa; No soy de aquí, de Franco Lora, en la cual trata el desplazamiento forzado en Colombia, con personajes de ficción, aunque lo relatado es real; Cielo rojo (2017), un trabajo del colectivo LECHE donde reconstruyen los hechos de la explosión vivida en Cali el 7 de agosto de 1956, con guion de Carlos Bastidas y Paula Piño e ilustraciones de Felipe Ocampo, Francisco León y Lynda Acosta.
Por esa misma corriente va Caminos condenados (Cohete Cómics, 2019*), una historieta que rastrea y trasluce las problemáticas posteriores al conflicto armado en los Montes de María, región al sur de Bolívar, signada desde hace unos treinta años por la violencia como producto del conflicto armado y el éxodo forzoso del campesinado colombiano. Caminos condenados adviene del trabajo de investigación: «Paisajes del despojo en los Montes de María», cuyo planteamiento del problema refiere a la violencia ejercida contra los campesinos de esta región, constituida en elementos bélicos como la usurpación, la especulación desmedida, la monopolización y el control de tierras y otros recursos. Esta novela gráfica surge de la necesidad de expandir los límites interpretativos de comunicación y difusión del trabajo investigativo preliminar, mediante el uso de recursos propios del cómic. En Caminos condenados participaron la profesora e investigadora Diana Ojeda, el guionista, editor y crítico de cómic Pablo Guerra, el historietista e ilustrador Henry Díaz y el artista, educador e historietista Camilo Aguirre.
Caminos condenados se compone de tres capítulos en los que, el tiempo de toda la narración está en presente, con desplazamientos al pasado (memoria) y proyecciones a futuro (imaginación), interviniendo el uso del subjuntivo en algunos diálogos de los personajes. En el primer capítulo, aparece un campesino acompañado de un documentalista cuyo diálogo inicial fija el argumento central que atravesará toda la obra: «…pensamos que ya íbamos a poder vivir tranquilos. Ya no había ni guerrilla ni paramilitares». Esa declaración implicará la serie de problemas de fondo que sobre ellos acaece: la privación del acceso al agua, la condena de caminos [les cercan los caminos], en sí, hechos que les impiden vivir como antaño de la agricultura. «Nos están encerrando en nuestra propia casa», se queja el campesino.
En la segunda parte, una investigadora acompaña la cotidianidad de una campesina, mientras esta le va contando las vicisitudes que les aquejan: los monocultivos de la palma y los árboles de teca, las cercas y el desierto verde; ni siquiera pueden cultivar la tierra sobrante, dada la lejanía de parcelas enlomadas, que dificultan el transporte del agua para regar los cultivos. En el tercer y último capítulo, la narración gráfica está ambientada en un taller de cartografía, donde los campesinos se reúnen para dibujar un mapa en el que van trazando: casas y parcelas para cultivar ñame local, un centro de salud, una escuela, es decir, lo que tuvieron y ya no. El uso de analepsis (las escenas retrospectivas) atraviesan la obra, como cuando en la tercera parte uno de los campesinos dice: «Me recuerda el pueblito, sabe, es que era bonito. Eso cuando funcionaba.» Pero no es la debilidad sino la fortaleza lo que se impone en la caracterización de los personajes centrales.
En la creación de este cómic de no ficción se usó el material de archivo de la investigación previa, como grabaciones, vídeos y talleres, valga decir que, los nombres de los personajes fueron cambiados, aunque los hechos son reales. En cuanto a recursos que se infieren, hay un juego tempo-espacial, mediado por la intervención en los cambios de ilustrador que funciona y potencia la dinámica interpretativa. Los trazos son ligeros y seguros. El manejo de la sombra se da en la primera y la tercera parte. Los trazos de la segunda parte, son ligeros y expresivos, abundan los cambios de ángulo y registros, si se quiere, es un trazo más limpio, sin las manchas que sí predominan en la tercera. Los usos de las tintas de monocromática a otro color para las ilustraciones intervienen e influyen significativamente en el devenir de toda la historia.
En últimas, Caminos condenados es una propuesta creativa contundente, pues consigue entrecruzar la investigación académica, la crónica, el periodismo de campo, las artes visuales, mediante un lenguaje eficaz, cuyas posibilidades narrativas y estéticas abre nuevas puertas interpretativas y de difusión, desde el terreno fructífero de la novela gráfica que, desde otros prismas, nos incita a la indagación, el análisis crítico y una postura trascendente y ética frente a la historia de la violencia en Colombia.
*Esta reseña fue escrita a partir de la edición de Caminos condenados del año 2019. La cual tiene cambios de color respecto a la edición de 2016.