Haber tenido una educación sentimental pasada por cartas dibujadas y cómics hizo que Ana María López (1980) fijara una cercanía orgánica con el dibujo desde muy pequeña. Desde ahí sus encuentros con los cómics han sido accidentales y distintos entre sí. Ana es diseñadora gráfica de la Colegiatura Colombiana de Diseño de Medellín, con una formación maleable para desarrollar múltiples trabajos gráficos que van desde del diseño gráfico, la ilustración y los cómics. En sus ilustraciones pueden reconocerse influencias de autores como Mark Ryden y Yoshitomo Nara, pero su versatilidad diluye los referentes y su trabajo se expande en varias direcciones.
Luego de publicar algunos fanzines, cursar el diplomado en Novela Gráfica, en la Academia de San Carlos de la UNAM, Ana ganó la convocatoria de Estímulos para el Arte y la Cultura de la Alcaldía de Medellín en la modalidad Beca de creación en novela gráfica o cómic 2018, este estímulo le permitió terminar el proyecto que inició durante el diplomado. De esta manera publicó con la editorial Rey Naranjo su primer cómic titulado Pánico, un libro “donde fluyen la música, el humor corrosivo, y la ironía frente a la propia tragedia”, como escribió Antonio García Ángel. Pánico es una narración dibujada donde Ana explora los traumas generados por los ataques de miedo intenso que sufrió durante casi cinco años de su vida, logrando representar el estado de ese monstruo que la siguió, el aislamiento y los cambios que generaron en ella.
Con el amor y el desamor como uno de sus tantos temas, Ana, “la Cabizbaja”, es una autora con una potencia gráfica que se adapta con rapidez y facilidad para narrar emociones y aflicciones íntimas, sentimientos y pensamientos, que en ocasiones se devoran su vida cotidiana.
Tu papá fue muy importante en tu formación como lectora de historietas, ¿cómo fueron esos primeros años?
Soy una lectora de historietas diferente a muchos amigos que hacen cómic, que los siento muy “nerdos” y muy juiciosos, que investigan un montón nuevos autores y se empeliculan muchísimo con el tema, con las historias. Para mí fue diferente la experiencia, porque no tuve que buscar, cuando yo era niña había mucho material de ese en mi casa y me llamaba la atención; pero no tenía un acceso muy libre, mi papá lo tenía en una biblioteca, nunca me habló mucho de eso. Sabía que existía. Mi papá nunca me dijo que esa colección de cómics estaba disponible para mí, era un tema que no se toca mucho. Yo los consultaba porque me llamaban la atención. Pasaron dos cosas: mi papá influye con el cómic de forma comunicativa conmigo y con mis hermanas, con mi familia. En un momento mis padres se separan, desde ahí la comunicación empieza a darse a través de cartas dibujadas y muchas de esas cartas eran cómics. Mi hermana menor estaba muy chiquita, apenas estaba empezando a leer, y a mi papá le pareció muy bonito hacer la comunicación con ella a través de cartas con cómic. A mí me hacía historias ilustradas, pero las leía ambas, porque venían en el mismo sobre. Incluso el primer viaje que hicieron con mi hermana mayor, al cual no me llevaron y la forma que usó mi papá para que no me sintiera mal, fue con un cómic de ocho páginas, contándome cómo fue el viaje a Cartagena. El lenguaje y el contacto emocional fue así, en cómic.

Eso se nota en tu trabajo porque tiene una riqueza gráfica amplia, en todos sus frentes: diseño, ilustración y cómic.
Ahí está lo segundo, el acceso que tuve a libros, revistas y colecciones, fue un poco en secreto porque tenía un contenido y temáticas fuertes: erótico, sexo, rock, drogas, decadencias. Era un material que mi papá no quería para nosotros. Siempre tuvimos colección de Snoopy, Mafalda, Olafo, de tiras; las otras eran prohibidas verlas. Nunca nos dijeron que era prohibido de forma explícita, y en ese entonces no me tomaba el tiempo de “leerlo” a profundidad, sino que lo que hacía era ver las imágenes, en parte por ilícito, de no tener tiempo y hojeaba rápido. Cuando mi padre muere, todo el material retorna a mí, y es un mundo que estoy recién descubriendo, leyendo de otras formas, valorando más.

Luego de eso hay un vínculo distinto, cuando conoció la movida fanzinera y de cómic de Medellín, con autores como Tomás Arango, Pablo Marín, Joni b, Luis Echavarría, Marco Noreña ¿qué tan importante fue ese encuentro?
Fue súper chévere porque le dieron valor a lo que yo tenía en la casa, a lo que tenía con mi papá. Me había alejado un poco del cómic, de esas primeras lecturas de infancia y adolescencia. Eso fue en el 2004 que los empecé a conocer —un año después de que mi papá se muriera— y verlos fue como ver, sentir de nuevo a mi papá; otra vez ese vínculo ahí. Eso me sedujo mucho. Y dije: “aquí hay gente que hace cómic”. A mí siempre me ha seducido mucho quien dibuja. Cuando vi que además de dibujo, había diálogo, historias, eso me hizo un match dentro en la cabeza, vi a mi papá. Estoy encontrando cosas [que me hacen pensar] “mi papá está aquí”, en la relación que teníamos, que era muy ilustrada, muy gráfica. Una relación de parchar los dos a dibujar, y leer mensajes que nos dejaba en casa. Yo vi ese grupo que estaba activo con el cómic y me enamoré. No podía creer que existieran réplicas de mi papá. Ahí entendí además el concepto del fanzine y de la autopublicación, por la actividad de ellos. Eso me hizo entender que una no tenía que esperar a que nadie lo publique para hacer cosas. Conocerlos a ellos me motivó a pensar que el dibujo podía ser una expresión para compartir.

¿Qué diferencias encuentras en cada una de tus líneas de trabajo: diseño gráfico, ilustración y cómic?
Es la pregunta de mi vida. Todos se nutren de todos. Últimamente a las conclusiones a las que he llegado son: el diseño gráfico es lo más ajeno a mí, comercial, pero lo más práctico, que tiene una fórmula, una disciplina “fácil” a la que le tengo mucho desapego. Si me llega un trabajo de diseño gráfico, lo saco rápido. En mi experiencia en las agencias de publicidad, me desenamoré porque no me gustaban las propuestas de los clientes, no podía hacer proyectos personales. Luego viene la ilustración, que fue autoaprendizaje, ahí influye también mi papá, para mí siempre fue orgánico, todos los cuadros de la casa eran de mi papá. La ilustración se me dividió en dos, a partir de los 15 años, lo volví un medio de expresión personal, una herramienta íntima, artística. Era algo que no hacía para publicar. Soñaba con exponer, era algo que tenía que hacer, era una necesidad. Y no era una exploración realista, era un escape profundo, no importaba si era correcto o no. Ahí nació esa necesidad íntima de dibujar. Pero después apareció la ilustración comercial, la gente veía que dibujaba y me decía “Ay, yo quiero que me dibujes esto” y esa ilustración por encargo la odio. Es un dibujo que no disfruto y esa fue otra forma de trabajo. Esas ilustraciones por encargo se volvieron muy “diseño gráfico”: voy a darle gusto al cliente con el lenguaje que pida, como el trabajo que hacía para publicidad, con la tendencia del momento. Y de ese modo empecé a ilustrar lo que necesitaran, de ahí tengo esa versatilidad de tener varios estilos: realista, figurativo.

Como ha dicho Luis Echavarría un “rango estético muy amplio…”
Eso me ha llevado a un problema, porque cuando quiero hacer algo personal me pregunto “¿cuál es mi lenguaje?”; por haber desarrollado múltiples lenguajes y ahí llega el cómic a rescatar mi estilo íntimo. Y es un encuentro que me salva, que amo.

Hay un momento donde te vas a estudiar a México, a la Academia de San Carlos de la UNAM donde con Juan Navarrete. ¿Qué fue diferente en ese espacio académico respecto a los otros espacios de formación como dibujante de historieta?
Con el cómic todo ha llegado a mí por accidente y lo dejo entrar porque lo amo. En este caso también fue accidental, porque inicialmente iba a hacer un diplomado sobre narrativas de la ilustración en México. Faltando un día antes del viaje, quedé por fuera de las inscripciones y Elizabeth Builes, la amiga con la cual iba a viajar, me dijo: “yo no voy si no es a ese diplomado, pero hay uno de novela gráfica que te podría interesar”. Mi decisión de hacer ese estudio fue por una carencia que sentía, para aprender a contar historias por medio del dibujo, de la ilustración. El diplomado también me pareció perfecto. Siempre le he coqueteado al cómic. Ya había intentado hacer cómic y sentía que me faltaban herramientas para escribir con imágenes. Entré, conocí a Juan Navarrete y otros cuatro profesores con mucha experiencia en novela gráfica que me parecieron brutales. Fue delicioso estar ahí. Aprendí de historia del cómic de una manera más juiciosa, conocí referentes, otras lecturas. Ahí nació el proyecto Pánico como trabajo para terminar el diplomado de novela gráfica. Encontré espacios para la exploración del guión y la parte del texto, donde tenía baches, y herramientas más concretas para empezar a trabajar en Pánico.
Para hablar un poco de las referencias, en algún momento mencionaste que te gustaba el trabajo de Aisha Franz, Power Paola y Eleanor Davis. ¿Cómo te ves frente a estas autoras?
Me encantan, con ellas he hecho total match, el hecho de sentirlas superíntimas, sentirlas tan honestas, ellas hablan de lo que yo quiero hablar, el tono, el estilo, lo emocional, lo cercano. Por ejemplo Eleanor Davis, en el último libro que sacó Cohete: Tú & Una bici & Un camino, es precioso ver cómo un viaje, cómo las cosas cotidianas, la marcan, la afectan, esa sensibilidad, esa es la palabra máxima que conecta.
En Pánico una de las cosas que me llamó la atención fueron las formas de representación de estados anímicos en los que se salía la enfermedad del cuerpo, ¿cómo llegaste a esos puntos de representación gráfica?
Esa decisión de volver en negativo la página fue un recurso que me pareció acertado utilizar para mostrar que estaba dentro de un episodio oscuro, que no era positivo. Un episodio que no era rico, que no se disfrutaba, que era diferente. Y ese tema de sacar ese “monstruo” del pecho y de la espalda, una especie de monstruo hecho de “palitos” [o líneas pequeñas], surge de la búsqueda y de intentar poner en dibujo la sensación física de un ataque de pánico. Tratando de mostrar lo que sentía: un desdoblamiento, una dislocación, un desenfoque, algo doble. Pasé por varios tipos de monstruos o tipos de representación, una sensación que era dejar de ser, de separarse, de descompletarse, de una dualidad. Un distanciamiento de la realidad tranquila y cotidiana. Antes sentía que era una unidad, que actuaba y pensaba con una sola forma. Entender qué era lo que me hablaba, lo que me angustiaba. Una cosa que me atrapa, que no la tenía pensada y estaba ahí, presente.

¿Cómo definirías el estilo de Pánico?
A mí me seduce mucho la simplicidad para contar algo íntimo, creo que sale más rápido la historia, más directa. Me encanta que sea una sola línea y a una sola tinta. Es muy bacana la experimentación con tintas, pero en Pánico solo usé una. En algún momento pensé que los ataques de pánico tuvieran otra tinta, pero ponerlo en negativo, me pareció barato y efectivo.
Volviendo a Medellín, ¿qué opinión tienes de la historieta en los últimos años en la ciudad?
Luego de ese primer encuentro, me alejé de esa movida un poco para poder crear. En algún momento los admiraba demasiado y eso no me dejaba hacer. Me alejé de lo que pensaban , de la movida, de las opiniones, de la crítica. Eso me permitió crear, desbloquearme. No era un actitud de odio y rechazo, sino de distanciamiento, no sé mucho en lo que están. Me alejé de unos y me acerqué a otros. Los primeros los siento a algunos desilusionados, no todos, pero me gustaría ver más trabajos de ellos, de Joni B por ejemplo. En el caso de La chimenea de Luis Echavarría, es como un puente con nuevos autores, una generación que está muy activa, desprevenida, que está publicando, con ganas de meterse en cosas de largo aliento. Lo que sigue de esa generación es una novela gráfica de Laura Guarisco, una autora que hace cada día más cosas. Me parece muy importante esa efervescencia de nuevos autores, me parece genial. Puede ser contraproducente por la inexperiencia, pero no importa, hay un caldo de cultivo fértil.

Hay muchas personas que quieren contar una historia autobiográfica pero no saben qué decir, ¿cuando te diste cuenta de que los episodios de pánico se podían volver una historia?
Cuando estaba inmersa en esos episodios, en esos cinco años que estaba ahí, curiosamente la herramienta que usaba, que tenía a la mano era la escritura, no tanto el dibujo. Hice muchas notas sobre eso. No tenía la intención de hacerlo, porque pensaba que no tenía futuro de nada. Entonces lo que hacía era escribir, vomitar lo que sentía, para entenderlo. No boté las notas porque las pensara usar para algo después, sino porque yo guardo todo lo que sale de mí. Fue muy importante porque cuando se me ocurrió hacer Pánico tenía un archivo que podía consultar, pero a la vez fue doloroso volver.
Entonces el recurso fue este, ¿hubo información gráfica?
Yo guardé el folleto del que hablo en el cómic, el que encontré, el de los pajaritos. Ese folleto es como una biblia. Y volver a tenerlo ahí, a leerlo, para recordar fue importante. Según el psiquiatra que me vio la primera vez, [había que] tenerlo muy presente. La forma médica de explicar el tema. Mis referentes para explicar el ataque de pánico fueron los blogs e internet.
Pánico acaba de salir, hace unos meses, todavía está muy fresco, ¿acerca de qué te gustaría contar otras historias?
Sinceramente me gustaría no tener que trabajar en ningún encargo y hacer solo novelas gráficas, me sentí muy cómoda. Todo el tiempo estoy pensando en ideas, antes las cosas que pensaba se quedaban en la cabeza volviéndose un caldo y ahora las canalizo, es como si fueran un agente liberador para las sensaciones que tengo y que quiero contar, eso me causa menos dramas. Ahora les veo una utilidad. Todavía hay mucho que quiero escribir y dibujar. No creo que sea buena contando historias de cosas fuera de mí, siempre he sido muy ensimismada, mi contacto con el exterior ha sido menos y he vivido mucho en mí, yo soy el tema. Tengo mucha información de mi misma. Puede ser muy egocéntrico, narcisista, [centrado] es la información que tengo a la mano, pero todo me gustaría sacarlo. Y eso será lo que haré.