«Si todo se destruyera, libros, monumentos, fotos e
informes, y sólo quedaran los trabajos en madera que Masereel hizo durante diez años,
entonces se podría reconstruir el mundo contemporáneo a partir de ellos».
Stefan Zweig
En los últimos años se ha repetido mucho que el grabador flamenco Frans Masereel (Blankenberge, Bélgica, 1889 – Avignon, Francia, 1972) es uno de los «precursores de la novela gráfica» o uno de los grandes precursores de la novela en imágenes, un término que usó Seth para nominar su último libro Ventiladores Clyde. Masereel fue un destacado autor, pacifista y filiado a la izquierda, que en sus inicios publicó sus estampas y dibujos antibélicos en la revista Demain, dirigida por Guilbeaux, y en Les Tablettes, fundada por el propio Masereel junto al anarquista Claude Le Maguet. Además es el autor de una serie de xilografías como Mon livre d’heures (Mi libro de horas, 1919) que es una acusación contra la explotación y la violencia, La idea (1920), Un fait divers (1920), Souvenirs de mon pays (1921) y La cité (La ciudad, 1925), este último, una colección de cien estampas, que fluctúan entre el esplendor y la miseria, realizadas sobre la vida en las ciudades modernas, en los años veinte del siglo pasado. El grabador belga fue además un artista elogiado por autores como Thomas Mann o Stefan Zweig y Romain Rolland, cuyas obras ilustró.
El autor y teórico de historietas Scott McCloud se refirió a él, y a autores como Lynd Ward como los «eslabones perdidos» de la narración gráfica, una expresión que sugiere la conexión de Masereel y Ward (y otros antes que ellos, como William Hogart , Gustave Doré o Rodolphe Töpffer ) a dibujantes contemporáneos como, Clifford Harper, Will Eisner, Emmanuel Guibert o Art Spiegelman y muchos otros más.

La novela en imágenes, la novela grabada o la novela en xilografía según el término en inglés usado en su tiempo por Ward para definir sus narraciones, constituyen un género artístico en sí mismo, cuyas bases fueron sentadas por Frans Masereel a partir de 1918. Ward, en un viaje a Europa descubrió las «novelas» sin palabras de Masereel, y con la influencia del grabador se convirtió en la principal figura estadounidense de este movimiento. Su valor es indiscutible, más allá de la conjetura conceptual en el uso del término novela, que ha sido cuestionado por el teórico francés Thierry Groensteen quien señaló que el término «novela» puede inducir a error para designar todas estas obras.
Los trabajos de Masereel y Ward, salvo algunas diferencias de técnicas y de estilo, comparten un mismo dispositivo narrativo: una sucesión de imágenes grabadas y mudas. En muchas ocasiones, cada imagen solo toma distancia de otra en una página en blanco. Así, el negro sobre blanco, su uso, y aplicación, permite reconocer líneas narrativas, intenciones, y expresiones.

Ahora bien, hace un tiempo en el número 92, de 2017 del Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República de Colombia dedicado a «El coleccionismo privado y la preservación del patrimonio cultural», el editor Mario Jursich Durán escribió un extenso reportaje titulado: «Cestromatía ungariana, (Veintioocho notas sobre y- en torno a la biblioteca de Hans Ungar)». En el detallado estudio que hace el escritor sobre la colección y archivo privado del librero colombo-austriaco Hans Oto Ungar (1916-2004), conformado por más de 20.000 volúmenes, en las notas 24 y 25 escribió un breve capítulo dedicado a la existencia de libros de Masereel en la biblioteca Ungar y una exposición en la Biblioteca Nacional de Colombia, en ellos se describe la fascinación de Ungar por la pintura, la fotografía, y el «dibujo en una relación simbiótica» un concepto sugerente sobre las narraciones gráficas.
El caso de Masereel en Colombia, según el texto de Jursich se dio a través del crítico Walter Engel, quien huyó a Colombia con su familia escapando del horror que expandía el nazismo. Engel trajo, en su exilio, una serie de xilografías de Masereel, con las cuales montó, en 1941, una exposición en la Biblioteca Nacional que estuvo colgada entre octubre y noviembre. Es decir, uno de los precursores de la novela en imágenes y de la novela gráfica, expuso en Colombia hace ochenta años. Además de esto, Engel intentó ayudar a Masereel a conseguir una visa para que pudiese obtener asilo en Colombia, ya que con la llegada al poder de los nazis, fue señalado de “degenerado” sus obras fueron retiradas de los museos y muchos de sus libros, quemados. Como prueba de la petición, existe una carta que envió el escritor Stefan Zweig en la que insiste a Germán Arciniegas, sobre el tema. La visa a Masereel no fue concedida, y las puertas al artista, así como a muchos extranjeros que huían del genocidio les fueron cerradas. Tal vez, influyó el hecho de que Luis López de Mesa, en su labor como Ministro de Relaciones exteriores de Colombia, durante el gobierno de Eduardo Santos, emitió una orden a los cónsules para prohibir la entrada de judíos al país. El artista como pudo abandonó París y se trasladó a pie a Avignon, junto a su mujer Paulin. De ahí se esconderían en un refugio campestre en la zona de Lot et Garonne y luego al Château de Boinet, una mansión semiderruída en la que vivirían varios años.
Más adelante Jursich se pregunta: «qué hubiera pasado si este “electrón libre del mundo de la narración a través de la imagen” se hubiera establecido en nuestro país.» Siguiendo a esa línea de conjeturas, así como Will Eisner reivindicó la influencia de Ward en su trabajo, en el intento por romper con la producción masiva de historietas de su tiempo, ¿De qué forma habría sido determinante el desembarco de Masereel en Colombia? ¿Qué tipo de reivindicaciones se pueden hacer de esta influencia fantasmal en nuestra tradición? ¿Qué otras posibilidades, otras formas de contar en imágenes se hubiesen instalado? Son preguntas sin respuesta debido al extravío de Masereel en nuestra tradición. Sin embargo, en esta suerte de disrupciones y continuidades, las narraciones en imágenes no están determinadas por todo aquello que sea nominado como historieta, si no por otros materiales de narración gráfica, dejando así que la conversación no esté confinada a estrechos márgenes.

¿Cómo se puede retomar la tradición de Masereel para trabajos futuros en Colombia? Y no solo Masereel, sino obras, como Auras anónimas, la intervención en los columbarios del cementerio central de Bogotá, realizada por Beatriz González, en la que cubrió 8957 nichos con la silueta de hombres cargando cadáveres. Incluso, la simulación que se publicó en el Correo Nacional sobre el intento de asesinato al General Rafael Reyes, entonces presidente de Colombia, la cual está detallada en el documental Pirotecnia de Federico Atehortúa. Una representación en imágenes que es considerada como el inicio del cine en Colombia, aunque también podría ser un eslabón de la «novela en imágenes» colombiana o una falsa historieta documental, que anticipa narraciones con fotografías como El fotógrafo de Emmanuel Guibert, Didier Lefèvre, y Frédéric Lemercier, o La grieta de Carlos Carlos Spottorno y Guillermo Abril.

La discusión se pliega aún más, incluso ofreciendo nuevas pistas a la historieta de no ficción en Colombia, que no debería dejar de lado una tradición en imágenes que está más allá de lo publicado en los libros de historietas.
El 3 de enero de 1972, a los 83 años de edad, Frans Masereel murió, un poco antes de su muerte escribió uno de los últimos comentarios sobre su obra, la cual sintetiza, gran parte de su legado: «Si alguien desea resumir mi obra en pocas palabras, puede decir que está dedicada a los atormentados y dirigida contra torturadores en todos los ámbitos de la vida social y espiritual. Que habla a favor de la fraternidad de la humanidad y en contra de todos cuyo objetivo es poner a las personas en conflicto entre sí. Se dirige a los que desean la paz y da la espalda a los belicistas».