El de los eslóganes turísticos es un terreno fértil para los dislates históricos. Propuestos para exaltar y vender los atributos de un territorio, generalmente se convierten en frases hechas, vacías de significado concreto y que más bien construyen espejismos en los que solo se ven reflejados los intereses de los gobiernos de turno y los grandes vendedores de paquetes vacacionales, y que poco o nada atienden a las necesidades y la idiosincrasia del pueblo que promocionan. Para ello los creativos se regodean en juegos de palabras, metáforas desgastadas y lugares comunes que funcionan muy bien como adornos retóricos de la depredación que supone el turismo masivo. «Colombia es pasión«», «El riesgo es que te quieras quedar» y «Colombia es realismo mágico» relucen en el podio de frases desafortunadas como parte de la «marca país» y señuelos para atraer turistas.
España, destino de indiscutible atractivo para migrantes y turistas, tiene una larga historia de eslóganes que en diferentes épocas han sido punta de lanza de la propaganda turística, teniendo especial despliegue durante el franquismo. Desde el imperativo «Visita España» de los años cuarenta, hasta el pretencioso «Necesito España» de la última década, pasando por los juguetones «Bravo, España» y «Sonríe, estás en España» de los noventa y los dos mil, estas frases han servido con más o menos eficacia para «vender» el país, incorporándose además al imaginario colectivo y a la cultura popular con los componentes gráficos −tipografías, fotografías e ilustraciones− que las acompañan.
Todo bajo el sol, el eslogan adoptado en 1983 por el Instituto de Turismo, fue el escogido por la historietista Ana Penyas para titular su más reciente historieta, la segunda después de su debut con Estamos todas bien (Salamadra Graphic, 2018), obra que le granjeó gran visibilidad y con la que obtuvo los principales galardones al cómic en España: Nacional de Cómic, Artista Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona, y el de Novela Gráfica FNAC-Salamandra Graphic.
Después del entrañable homenaje a sus abuelas en esa primera obra, su interés viró hacia temas de vibrante actualidad, pero cuyos antecedentes se remontan a varias décadas atrás, desde cuando se empezaron a concebir las campañas y los eslóganes aludidos: los impactos del turismo masivo, la especulación inmobiliaria y la gentrificación. Con las inquietudes propias de quien ha observado y vivido estos fenómenos de cerca, Penyas, viajera y participante de diferentes colectivos artísticos y sociales, traza una línea de tiempo entre 1969 y 2019, y entre estos años, sirviéndose de una familia como vehículo narrativo, da cuenta de algunos hitos en el proceso de trasformación de la costa levantina española por cuenta del turismo desaforado.
La obra comprende entonces una suerte de fresco documental donde se conjugan todas las posibilidades de la narrativa grafica para dar cuenta de fenómenos sociológicos y culturales, sin olvidarse de poner en contrapunto pequeñas escenas e historias con personajes que, gracias a la elocuencia de las viñetas, sin que sean necesarias muchas palabras, logran ser entrañables y dan consistencia al entramado argumental. Tal es el caso de la abuela Dolores, quien con un duelo a cuestas encarna a la vez abnegación y el hastío de haber visto y vivido mucho. La secuencia en la que, después de resistirse, se va a la playa y cambia su vestido de luto por el colorido traje de baño que le ha regalado su nuera es memorable. En otra secuencia previa un veterano periodista extranjero que escribe guías de España le suelta a Alfonso, hijo de Dolores y personaje principal, esta frase que dice mucho del trasfondo de la historia, en especial si se piensa en la herencia del franquismo: «Parece que aquí el pasado ya no existe, ¿no piensas tú?».
Y así se suman elementos que, aunque en primera instancia podrían parecer gratuitos, refuerzan el carácter multimodal y crítico de la obra, como la inserción de secuencias de piezas audiovisuales, entre las cuales destaca la del documental sueco Soy curiosa (Amarillo) de 1967, en el que se entrevista a algunos turistas suecos que están por embarcarse hacia las Islas Canarias. Indagados sobre la situación de España bajo la dictadura de Franco, uno de ellos responde con una frase que expresa muy bien lo que podríamos llamar «la tiranía del turismo»: «No hablo de política cuando estoy de vacaciones».
Muy diciente también es la dedicatoria con la que Penyas abre la novela: «A quienes tuvieron que abandonar su lugar y a quienes se quedaron como extraños en su propia tierra». Es la desoladora realidad de los lugareños que ven llegar hordas de extranjeros a comprar sus predios y convertirlos en hostales, cafés, galerías de arte y demás establecimientos atractivos para los mochileros y hípsters, pero ajenos y onerosos para los locales. Realidad muy cercana a lo que ocurre en Colombia con San Andrés Isla y el Quindío, dos «paraísos» agobiados por la corrupción y el turismo.
Con una delicada mixtura de técnicas como el collage y la transferencia fotográfica, la autora compone secuencias plenas de luminosidad y saturación que remiten a la estética kitsch y al pop art. El formato horizontal le permite desplegar escenas panorámicas a doble página necesarias para acentuar el leitmotiv de la transformación del territorio costero con la invasión de edificios y vallas publicitarias. Somos testigos así, viñeta a viñeta, del éxodo rural y la desaparición de las huertas como patrimonio y paisaje entrañable.
El gran mérito de esta segunda obra de Ana Penyas es cubrir cincuenta años de surgimiento y evolución de un modelo turístico atroz, que llena los bolsillos de unos pocos y le arrebata la tranquilidad, el sustento y las raíces a pueblos enteros, valiéndose con solvencia de la mezcla de lenguajes que permite el comic para narrar, conmover y denunciar.