Hay creaciones humanas que ante la pregunta «¿sobre qué tratan?» nos valdría una simple sinopsis del argumento o conocer las motivaciones del autor para satisfacer toda inquietud. Sin embargo, hay otras en las que este intento de reducción no basta; es más, esa tentativa de simplificación no haría ningún tipo de justicia ante la creación que el autor nos plantea. Al cómic ser un medio híbrido que nos presenta símbolos procedentes tanto del lenguaje textual como del visual, estamos ante una doble articulación del discurso que, en este caso, Anders Nilsen emplea con virtuosismo. Transitando permanentemente entre la polisemia del dibujo y la (aparente) monosemia de la palabra, confiando siempre en la libre interpretación del lector.
The End no es sólo la historia autobiográfica del duelo del autor por la muerte de su novia, de sus intentos por encontrar algún tipo de significado que explique la situación trágica en la que se encuentra y de los retos que implica intentar superar estos hechos; también es un manifiesto dibujado que nos plantea la inquietud por los límites creativos del cómic como forma artística. Aunque gráficamente el estilo es espontáneo, en The End, no obstante, esta sencillez parece enmascarar el fuerte contenido: la tristeza del relato se disimula con la belleza visual. El formato también podría resultarle extraño a los lectores de novelas gráficas (y a los no lectores de cómic), ya que tiene una extensión similar a un comic-book (en 2013 fue compilado con su segunda parte en formato tapa dura). Por esto, me atrevería a clasificarlo como una publicación de autor que usa el cómic como vehículo de expresión –lo que no resulta ya tan excepcional desde la diversificación del cómic y la ruptura de los formatos, iniciada por la generación del cómic underground, y que las editoriales independientes publican desde hace décadas–.
Es en este sentido, que el lector debe hacer un constante ejercicio de interpretación y reconstrucción- pues no estamos ante un cómic cuya narración se descompone en secuencias de planos para que el relato y el tiempo transcurran de manera lineal- estamos, por el contrario, ante una estructura aparentemente abierta: las páginas fueron extraídas directamente de la libreta de dibujo del autor, donde son comunes los tachones en los textos y el trazo cambiante e impreciso (a veces inestable). Aquí los errores, tal como sucede en la vida, se aceptan y se incorporan. En definitiva, esta elección de reconstruir el relato a partir de la libreta de dibujo nos sumerge en la cotidianidad del autor y nos sitúa en una atmósfera de intimidad. Los lectores nos convertimos en voyeristas que pasan las páginas del diario dibujado por un desconocido.
Así, lo ausente cobra más importancia que lo visible. En ningún momento vemos a Cheryl (novia de Nilsen), sólo intuimos su existencia por algunos textos (ella es una figura etérea que atraviesa toda la obra), y al protagonista (Nilsen) sólo lo vemos en algunas páginas, generalmente de espaldas, ocultando su tristeza. De modo que la mayoría de viñetas están dominadas por dos contornos humanos que sostienen conversaciones que van de lo absurdo a lo humorístico y que se detienen en observaciones sobre el dolor y lo confuso de la vida.
Estas abstracciones aparentemente humanas se expanden, contraen, descomponen, fragmentan y mutan. Ante la carencia de rostro expresan las emociones desde su propio contorno y la no sujeción de sus cuerpos a las leyes del «mundo físico». En un intento del autor por reencontrase consigo mismo y con su novia en un plano no material, Nilsen y Cheryl habitan un «no lugar» en el que sólo existen ellos. Esto se expresa perfectamente en un momento de la obra: una de estas figuras comienza a transformarse lentamente en una especie de laberinto que se expande al transcurrir las viñetas, mientras sostiene un monólogo acerca de todo lo que podría ser en esta nueva vida llena de posibilidades; tal vez «un soldado, un ave, un esclavo». Sin embargo, retorna a la realidad con la frase «Lo que no puedo ser es yo, sin ti», mientras se descompone el laberinto en una retícula de puntos.
Pese a que es una obra dramática que trata un tema difícil, en ningún momento cobra un aire solemne. Los dibujos de Nilsen destacan por su sencillez; su única aspiración es ser un testimonio sobre la pérdida y el luto. Esto cobra más sentido al saber que la obra no se plantea como tal en un principio –recordemos que es el resultado de un ejercicio de compilación de varias páginas de los cuadernos de dibujo del autor–. La espontaneidad que sólo es posible cuando algo se crea por la simple catarsis que ello brinda, es lo que hace que The End trascienda por sí misma.
Charles Hatfield nos dice que el cómic es un arte de tensiones: entre los símbolos y el significado; la imagen y las secuencias; la secuencia y la superficie. Yo agrego: entre lo que se muestra y lo que se oculta. Esto, precisamente, define a The End.
Vemos pues, que en el interior de The End destila magia. Nilsen es un ilusionista que utiliza cada página como un mantel para ocultar el mundo que quiere hacer desaparecer y reaparecer a su antojo. Su estilo de dibujo fluctúa entre la representación con intenciones miméticas y la más libre abstracción, conduciéndonos a un diálogo permanente entre dos mundos: uno donde Nilsen intenta llevar una vida normal, al enfrentar su luto con el dolor que implica, y otro, que sirve de escenario para sus reflexiones y monólogos, en el que intenta encontrarle un significado a todo lo que está viviendo.
Además, la espontaneidad está presente tanto en los dibujos como en el texto; este también fluye de la mano de Nilsen. Las palabras, entonces, adquieren atributos visuales por ser escritas con intenciones gráficas, por estar pensadas para interactuar con los mismos dibujos en un ritmo que recuerda la escritura automática, es decir, sin filtros y, en algunos momentos, sin mucho sentido. Es un tipo de escritura, que más que relatarnos una historia, busca retratar una atmósfera confusa, tal como se siente el autor. De manera que los globos de texto parecen ser incapaces de contener las palabras; ellos, más bien, generan pesos visuales en la composición y se convierten, en ocasiones, en personajes.
Al terminar la obra quedamos con una sensación de vacío, ya que sentimos que nada ha concluido. El relato sobrepasa las páginas que acabamos de dejar atrás y, al igual que Nilsen, no cerramos la historia. Tal vez, porque la muerte no entiende de amor, apego y necesidad. ¿Qué sucederá con el autor? ¿El ejercicio de confrontar sus miedos a través de su obra será suficiente para superarlos? ¿El vacío seguirá allí como la figura sin relleno que dibuja en algunas páginas? No lo sabemos.
Con The End confirmo una vez más el poder ritual del dibujo; con este podemos reconstruir lo que hemos perdido para poseerlo de nuevo. Quizás, esto es lo que Nilsen intenta: dibujar y escribir hasta sentir la presencia de Cheryl, hasta que algo de nuevo tenga sentido.
qué interesante! llevo 2 horas leyendo sobre comics. 2 horas en 30 años. ya quiero ver más comics en lo que me queda… jaja