“La mayor estrella infantil, tanto de la radio como de la televisión era Joel Kupperman, un niño de 10 años con un coeficiente intelectual por encima de 200. Resolvía problemas de algebra casi instantáneamente, sin lápiz, ni papel. Sus asombrosos dotes matemáticas hacían sospechar al público que el programa estaba amañado. Solo cuando vieron a Kupperman en la versión televisada se convencieron de su sinceridad”.
Michael Ritchie, Please Stand By: A prehistory of televisión
En las diversas fuentes de información que Michael Kupperman encuentra mientras trata de configurar un perfil menos borroso de su padre aparece la siguiente frase: “La expresión niño prodigio aparece por primera vez en la década de 1860, referida a los inmigrantes prepúberes que actuaban en los escenarios de los cabarés urbanos de las ciudades de Estados Unidos”. Este hallazgo es una línea previa que le daría algunas pistas a Michael para saber cómo casi cien años después su padre, Joel Kupperman, un niño judío, no actuaría en escenarios al aire libre como los primeros inmigrantes, sino que sería escuchado en la radio, primero como material de propaganda de la Segunda Guerra Mundial, y luego usado en la reactivación de las emisiones de televisión en los años cincuenta, lo que transformó su existencia en una marioneta de entretenimiento “intelectual” y en el personaje más famoso de la televisión estadounidense durante la década de los años 40 y 50 del siglo XX.
Esa parte de vida, la de niño prodigio, es la que trata de organizar Michael desde el vacío y las preguntas acumuladas durante años sobre quién es su padre. En este libro, como en el de Maus de Art Spiegelman, el relato de un sobreviviente, se articula la narración compaginada por archivos y entrevistas aisladas; allí la voz de Joel actúa, para hacer de él su última etapa —la más abierta y dispuesta a una interlocución— en una variación de Vladek y, su trauma, es a la vez un compás similar al del padre de Art, pero que en el caso de Joel, tiene un matiz, su testimonio es el de un superviviente del espectáculo. Así, Niño Prodigio publicado en español, por Blackie Books, y originalmente titulado en inglés, como All The Answers, es una versión fraccionada sobre la identidad, en la que las relaciones familiares puestas en escena develan grietas, y las familias de apariencia perfecta y escudadas en los ritos de la razón, esconden al margen de esa funcionalidad, un cuadro tragicómico como ocurre en Fun Home, de Alisson Bechdell.

En Niño Prodigio se evidencia cómo la memoria del padre, la de Joel Kupperman, fue cancelada por él mismo, como un mecanismo de protección, luego de su retiro temprano del programa y como una manera de limpiarse de la irradiación que supuso ser la estrella del programa Quiz Kidz, lo que dificulta el rastreo que su hijo va haciendo. Reprimir recuerdos, aislarse, borrar la historia de su vida inicial fue lo que hizo Joel, al tiempo que el aislamiento configuró distorsiones en su narración familiar. Con esta y otras consecuencias lucha el autor en una operación que intenta sumar piezas, ante la sustracción.

Desde estos agujeros negros parte la investigación, de esa fractura, y los espacios en blanco y la comunicación ausente con su padre que se deshace mientras la demencia se apodera de él. Michael va armando con los documentos posibles, fragmentos sonoros, artículos, fotografías y recortes, materiales que puestos en la narración son un intento por saber qué es su padre, qué era el niño prodigio en esa acumulación de fantasías, y de esa manera va organizando —como es habitual— el trazo de la investigación y un rompecabezas donde brotan nuevas piezas. Al tiempo que las respuestas esperadas le dan forma a una arqueología fantasmal que no se queda solo en el terreno familiar porque ésta se expande hacia otros lugares de sentido, como la memoria posible de una nación, como los Estados Unidos, un país que es una ficción hecha a partir de las sincronías narrativas con el espectáculo y el entretenimiento, algo que ha sido importado a otros espacios y lugares que han visto en el espectáculo una forma que tiene el estado de monopolizar primero la violencia y luego la ficción, como diría Ricardo Piglia.

Michael Kupperman (Chicago, 1966) es ampliamente conocido por una serie de cómics surrealistas e ilustraciones con cargas de ironía, humor y comedia. En 2013 fue el ganador de un Premio Eisner por Moon 1969: The True Story of the 1969 Moon Launch, una historia publicada en el número 8 de su serie Tales Designed to Thrizzle. En este giro biográfico y personal reversa su estilo, lo dobla y lo pliega en una secuencia sostenida de viñetas horizontales que se mantiene en todo el libro, acompañadas de la marca reiterativa de líneas vacías y las sombras de unos personajes sin expresiones que siempre están mirando de lado. Todo este aspecto espeluznante en el libro no es una simple alusión al pasado y la época de los hechos que orbitaron gracias al funcionamiento de Quiz Kidz, el libro que parece un relato plano y sin gracia alguna, pero ese carácter revela la farsa que escondió el espectáculo durante años, la decoración y el arreglo de una fachada dispuesta para un personaje que fue usado. De esta manera, el libro es el testimonio no oficial del espectáculo, está despojado de todo entusiasmo, y lo que vemos por medio de los fragmentos y las formas que representan la memoria extraviada de Joel son articulaciones arregladas, que se repiten, falseadas entre sí, copiadas —como las fotografías calcadas y la rotulación mecánica usada en la narración— para simular los gestos estandarizados que usan los Reality shows en la forma de sus narraciones, algo que no tiene variaciones, así las franquicia se transmita en otras lengua, como las risas pregrabadas, los aplausos programados, los gestos y otros decorados.

Este Niño Podrigio, además de ser una memoria gráfica personal, retrata—como se ha dicho— otros lados que navegan paralelos a la vida de Joel: la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo, la cultura popular de las décadas de 1940 y 1950, el escándalo de concursos paralelos a Quiz Kids, como el fraudulento Twenty One o la inteligencia usada al servicio de la estafa. Todo esto enlazado, hace del perfil hecho la arqueología misma de las relaciones humanas, que son alteradas por el flujo de información que las atraviesa, que las altera y les crea versiones de los hechos, develando grietas de cómo (la memoria) es un campo maleable, sujeto a la distorsión, la alteración, el cambio de fuentes y la supresión de momentos. Por esto, las preguntas que quedan son: ¿si pasó esto con Joel, qué pasó con la memoria colectiva de una generación de estadounidenses que consumieron esta ficción? y ¿cuál será el estado de una nación así y de otras que son sometidas a la irradiación de estas narraciones?
Niño Prodigio
Michael Kupperman
240 páginas
2019